Cuando la crisis económica mundial estalló, a principios de 2008, el Gobierno chino advirtió de que su economía sufriría un fuerte revés. Sus primeras estimaciones señalaban que el Producto Interior Bruto (PIB) nacional crecería «sólamente» alrededor del 6% en 2009.

Para evitar que esto sucediera, el Gobierno puso en marcha un plan de inversiones estatales con 586.000 millones de dólares de presupuesto. El más grande del mundo.

Con estas inversiones, China está matando dos pájaros de un tiro. Por un lado, está consiguiendo que su economía vuelva a crecer con fuerza. Después de haber cerrado 2009 con un crecimiento casi tres puntos superior al inicialmente previsto (8,7%), hemos sabido ahora que su PIB ha aumentado un 11,9% anualizado en el primer trimestre del año.

Ambos datos, unidos a la recuperación del consumo y la formación bruta de capital, confirman la efectividad del ingente plan de estímulo.

Por otro lado, está logrando reducir su superávit por cuenta corriente sin tener que recurrir a la revaluación de su moneda, como el propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le ha reclamado. La recuperación del crecimiento está favoreciendo la aparición de la inflación y apreciando el tipo de cambio real de China.

Como consecuencia de ello, sus productos se están encareciendo y sus exportaciones disminuyendo.
De este modo, el Gobierno chino incorpora un nuevo argumento a su favor para no revaluar el yuan y envía el mensaje de que las «sugerencias» externas sobre su política económica no son, precisamente, bienvenidas.