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El silencio de los buenos

11/11/2022

Publicado en

El Día, El Norte de Castilla y Diario de Navarra

Gerardo Castillo |

Profesor Facultad de Educación y Psicología

El 4 de julio de 1776 el Congreso de Estados Unidos aprobó la Declaración de Independencia del Imperio Británico que hacia énfasis en los derechos individuales. Thomas Jefferson fue su principal redactor, contribuyendo así decisivamente a la democracia. Unas palabras suyas son de gran actualidad: “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Esto último significa que no basta ser una buena persona que cumple con sus deberes domésticos y laborales; todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de contribuir, de algún modo, a que subsista la sociedad libre en la que vivimos. Por eso, no es moralmente aceptable el actual “si lencio de los buenos” ante situaciones sociales injustas. “La sociedad humana está mal tanto por las fechorías de los malos, como por el silencio cómplice de los buenos” (Facundo Cabral).

Esa complicidad se está dando actualmente de forma prematura en los frecuentes casos de acoso escolar, en los que un grupo de alumnos observa pasivamente como el “malo” de la clase ridiculiza diariamente a un compañero por ser muy diferente y especialmente vulnerable. 

Martin Luther King hablaba de los silencios culpables: “Dios nos juzgará no tanto por las cosas malas que hicimos, sino por las buenas que debimos hacer y no hicimos. Los malvados hablan y bien alto. En cambio, los «hombres buenos» creen que ser correctos es hacer lo contrario, y se inhiben de toda actuación que suponga una confrontación, un
enfrentamiento, una denuncia, porque se confunde enfrentamiento con falta de amor y denuncia con falta de respeto. Y de esta forma, ante la falta de confrontación, se llega al consentimiento; y la ausencia de enfrentamiento degenera en cobardía”. 

La filósofa Ana L. San Román incide en la misma idea: “los problemas de nuestro mundo no derivan solo de las acciones malas, de las decisiones mal tomadas, de la corrupción, la violencia, si 
no también y en mayor medida, de la actitud contemplativa de ese otro medio mundo que considera que los problemas de ‘los otros’ no les conciernen”. 

La sociedad se corrompe no tanto por la acción de los malvados como por la pasividad de los buenos, por ejemplo, ante determinadas filosofías de género en las escuelas. Ningún padre de familia debe callar cuando se hace daño a sus hijos. Otro ejemplo es el silencio ante las leyes que atentan contra el derecho a la vida. No podemos ser como “perros mudos” -en expresión del profeta Isaías- cuando el rebaño está amenazado: “todos los que vigilan a mi pueblo son ciegos e ignorantes. Son como perros mudos que ni ladrar pueden; siempre somnolientos y echados, les encanta dormir”. (Isaías, 56, 10-11) 

Luther King denunció también la indiferencia: “¿Se han fijado cuántas veces se predica de las virtudes pasivas de la vida cristiana entre ellas la paciencia y resignación, y, en comparación, qué pocas con la valentía, el riesgo, el luchar por los ideales, la defensa de la fe y la verdad? Vivimos tiempos difíciles en los que ante las circunstancias complejas que nos rodean, la indiferencia parece ser la reacción más sensata. Se expresa en frases más que oídas: “yo no quiero problemas”, “eso a mí no me compete”. Y los «hombres buenos» van permitiendo que la maldad y los malvados campen a sus anchas. Es mejor pelear y morir en soledad, que vivir siendo parte de la maldad de los malvados y de los «hombres buenos» que la consienten”. Son los que esconden su cobardía detrás del muro del silencio. 

Edmund Burke escribió que “para que el mal triunfe sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. Ese es el mensaje de la siguiente metáfora en clave de humor: “el infierno estaba casi lleno. Una fila de candidatos estaba esperando para entrar. Salió el demonio y dijo que quedaba una sola plaza, por lo que preguntó quién era el peor de todos. Uno de ellos intentó descartarse diciendo que había presenciado muchas injusticias, pero que él nunca hizo nada. El demonio respondió que no había duda, la plaza vacante era suya”. 

No podemos ser espectadores impasibles del permisivismo moral de la sociedad en la que vivimos. “Ante el silencio cobarde y la tibieza de muchos, seamos piedras que gritan”. (Antonio M. Claret). El miedo se tiene, la cobardía se elige. Sería deseable que quienes se sientan incapaces de hablar dejen que sus buenas obras hablen por ellos