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Ramiro Pellitero |
Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
El concilio Vaticano II señaló las bases teológicas para la tarea ecuménica: el bautismo y los “elementos de verdad y bien” que poseen las Iglesias y comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. Esto se movía en la perspectiva de toda la Iglesia, de la Iglesia universal.
Con motivo del nuevo Vademécum ecuménico (“El obispo y la unidad de los cristianos”, 5-VI-2020), destinado a impulsar la unidad de los cristianos desde las Iglesias locales y particulares, vale la pena considerar primero la importancia de esta tarea, que llamamos ecumenismo. En segundo lugar, presentamos los contenidos y aspectos más relevantes del documento.
1. El concilio enseñó que la promoción de la unidad de los cristianos está integrada en la grande y única “Misión” de la Iglesia (llevar la humanidad a Dios) porque Cristo así lo quiso expresamente. Cristo afirmó que, en el cumplimiento de esa Misión, era condición necesaria la unidad de los cristianos, y por eso rezó por ella en su oración sacerdotal justo antes de su pasión: “Que todos sean uno; como Tú, Padre en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).
Por tanto, la unidad de los cristianos, que es don del Espíritu Santo antes que tarea nuestra, tiene un modelo profundo y supremo en la unidad de la Trinidad. Y tiene una finalidad durante la historia: “para que el mundo crea”; es decir, la finalidad de la misión. Todos los cristianos somos responsables de extender el Evangelio, cada uno según sus circunstancias. Por tanto, todos debemos participar también en la tarea ecuménica, que es una parte importante de la evangelización.
Además de este motivo fundamental, se pueden aducir otros motivos. Son los que señalaba Juan Pablo II, al escribir sobre esa oración de Jesús.
“La invocación que sean uno es, a la vez, imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón. La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús, no en nuestras capacidades” (Carta Novo millennio ineunte, 2001, n. 48).
Con anterioridad, el santo Papa Wojtyla había señalado que “la Iglesia debe respirar con sus pulmones”, el occidental y el oriental (encíclica Ut unum sint, 25-V-1995).
En definitiva, el compromiso misionero (o evangelizador) y el compromiso ecuménico van juntos, porque el testimonio fundamental que hemos de dar los cristianos para llevar adelante nuestra misión evangelizadora es, sobre todo hoy, es el de nuestra unidad. Por eso esta unidad es urgente y afecta a todos los cristianos (*).
2. Este vademécum ecuménico se sitúa, por tanto, en relación con la encíclica Ut unum sint, de Juan Pablo II (1993). En ella confirmaba el compromiso ecuménico que la Iglesia católica ha adquirido en el Vaticano II de modo irreversible. Con motivo de los 25 años de esa encíclica, el Papa Francisco había anunciado ya este “vademecum para obispos” en una carta al Pontificio consejo para la unidad de los cristianos, el 24 de junio de este año.
En este vademécum se recuerda el deber y la obligación por parte de los obispos, de promover la unidad de los cristianos desde su propia Iglesia y también entre todos los bautizados (pues el obispo, por pertenecer al colegio episcopal, participa también en la “solicitud por todas las Iglesias”).
El documento consta de una introducción y dos partes.
En la introducción se subrayan los siguientes aspectos: la búsqueda de la unidad es esencial a la naturaleza de la Iglesia; la fe en que los demás cristianos tienen con los fieles católicos una comunión real, aunque incompleta; la convicción de que la unidad de los cristianos es vocación de toda la Iglesia (atañe también a las Iglesias locales o particulares y, por tanto, a los obispos como principios visibles de unidad; el servicio que desea prestar este vademécum como guía para el obispo en su función de discernimiento.
La primera parte muestra la promoción del ecumenismo dentro de la Iglesia católica, en su propia vida y estructuras, como un desafío ante todo para los católicos. , Los obispos deben promover el diálogo con los otros cristianos, orientando y dirigiendo las iniciativas ecuménicas que tienen lugar dentro de las comunidades católicas. Para ello deben organizar las estructuras ecuménicas locales y cuidar de la formación ecuménica de todos los fieles (laicos, seminaristas y clérigos), así como de los medios de comunicación en relación con este tema.
La segunda parte profundiza en las relaciones de la Iglesia católica con los otros cristianos. Explica las diversas modalidades de la tarea ecuménica en este compromiso con otras comunidades cristianas. Hay que tener en cuenta que en la práctica gran parte de la actividad ecuménica implicará varias de estas modalidades simultáneamente.
1) El “ecumenismo espiritual” (basado en la oración, la conversión y la santidad por parte de todos).
Destaca la importancia de las Sagradas Escrituras, la “purificación de la memoria” (que san Pablo VI comenzó en la época del concilio Vaticano II, y a la que Francisco ha contribuido en 2017 con la conmemoración del 500 aniversario de la reforma protestante) y el “ecumenismo de la sangre” (a causa de la persecución y el martirio de los cristianos).
2) El “diálogo de la caridad”, basado en la fraternidad humana y ante todo en el bautismo. Aquí se enmarca la “cultura del encuentro” promovida por Francisco.
3) El “diálogo de la verdad”, como intercambio de los dones que todos pueden aportar, para conducir al restablecimiento de la unidad de la fe. Es un diálogo que no pretende un mínimo común denominador, sino que “deberá realizarse con la aceptación de toda la verdad” (enc. Ut unum sint, 36). Este diálogo toma la forma de diálogo teológico a nivel internacional, nacional y diocesano, y requiere de la “recepción” (es decir, del discernimiento y asimilación, por parte de las comunidades cristianas, de la enseñanza auténticamente cristiana).
4) El “diálogo de la vida”, en el ámbito de la misión evangelizadora y pastoral, en el servicio al mundo y a través de la cultura, con paciencia y perseverancia.
En este cuarto contexto se distinguen a su vez tres ámbitos:
a) Lo que se denomina el “ecumenismo pastoral”, es decir, la promoción de la unidad de los cristianos a través del ministerio pastoral, en las misiones, la catequesis, la vida sacramental y la liturgia, y la acogida de los que desean entrar en plena comunión con la Iglesia católica.
b) El “ecumenismo práctico”, a través de la cooperación conjunta de los cristianos en los diferentes campos de la ética y la justicia social, la atención a los más necesitados, el cuidado de la vida y del mundo creado, etc. Se destaca el servicio común de los cristianos como testimonio de su fe y esperanza, al mismo tiempo que promueven una visión cristiana integral de la dignidad de la persona.
Asimismo, es importante el diálogo interreligioso entre los cristianos y otras tradiciones religiosas, cuyo fin es cooperar y establecer buenas relaciones con los creyentes de diversas religiones, aunque es tarea diferente de la ecuménica. Como ya señalaba el Directorio ecuménico de 1993, través de esta mutua cooperación ecuménica en el diálogo con otras religiones, los cristianos pueden profundizar en el grado de comunión que entre ellos mismos existe; y pueden combatir el antisemitismo, el fanatismo religioso y el sectarismo.
c) El “ecumenismo cultural”, dirigido a la comprensión de las respectivas culturas y la promoción de la inculturación del Evangelio a través de concretos proyectos culturales comunes (de tipo académico, científico o artístico).
Como se ha dicho estos días, el ecumenismo tiene mucho que ver con el diálogo. Por eso los obispos han de ser personas de diálogo, han de promoverlo como método de evangelización, y fomentar la existencia de espacios de diálogo a todos los niveles. Ciertamente, el diálogo ha sido considerado como un icono del ecumenismo. El diálogo no sustituye al anuncio de la fe, sino que es un modo y un camino que Jesús mismo recorrió, para llevarnos a la verdad y la vida plenas.
El presente vademécum ofrece orientaciones y “recomendaciones prácticas” para el ejercicio del ecumenismo en las Iglesias locales y particulares. Es una buena ocasión para reavivar la fe y la oración, el compromiso y la responsabilidad de los cristianos en este ámbito, tan importante por diversos motivos; pues, así se dice en la conclusión del documento, “la muerte y resurrección de Cristo marcan la victoria definitiva de Dios sobre el pecado y la división; la victoria sobre la injusticia y sobre toda forma de maldad”.
Por eso, como bien ha señalado en la presentación el cardenal Ouellet,“un católico no se cansa de dar el primer paso hacia el acercamiento, porque la caridad que lo habita lo obliga a perdonar, a compartir y a perseverar en su compromiso”.
(*) Entre otros textos fundamentales para orientarse en materias de ecumenismo, hay que destacar: el decreto Unitatis redintegratio (1964), del concilio Vaticano II; el Código de los cánones de las Iglesias orientales (1990); el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo (1993); la encíclica de Juan Pablo II, Ut unum sint (1995).