05/05/2025
Publicado en
Diario de Navarra
Carlos J. Martínez Álava |
Profesor del IES Mendillorri BHI de Pamplona
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, una serie sobre artistas navarros.
Iohanes Oliveri, Johan Oliuer o Juan Oliver es el primer pintor de nombre conocido que trabaja en Navarra. Fundó un taller en Pamplona que estuvo activo durante buena parte del siglo XIV. Y creó escuela: la Escuela de Pamplona. Contamos con un interesante repertorio documental y un excepcional catálogo de obras que dotan de contenido la figura de un pintor gótico de talla internacional. Hemos tenido mucha suerte, ya que lo que vamos a contar a partir de ahora no es en absoluto frecuente. Definitivamente, ¡nos ha tocado la lotería! Consideramos obras suyas la primera policromía de la fachada de Santa María de Olite (1330), el mural del Refectorio de la catedral de Pamplona (identificada por inscripción, 1335), la cabeza de Cristo de su púlpito, y los programas decorativos de las capillas mayores de San Julián de Ororbia (el conjunto mejor conservado), Santa Ágata de Olloki y el Crucifijo de Puente la Reina (casi completamente perdido). Y seguimos trabajando en la localización de más testimonios que terminen de apuntalar una publicación monográfica tan relevante como necesaria.
Fragmentos de un patrimonio perdido
El estudio de la pintura mural en el occidente europeo medieval está determinado por una realidad descorazonadora: los conjuntos que nos han llegado son una mínima parte del corpus producido. La pintura mural ha sido víctima de las humedades y el paso del tiempo, de las modas y los cambios de gusto, de las restauraciones decimonónicas que repintaban hasta desfigurar el original y, más modernamente, de las restauraciones del siglo XX que arrancaban las pinturas pasándolas a lienzo o directamente picaban los muros para dejar a la vista los sillares desnudos de los interiores. Una tragedia.
A pesar de todo, la densidad de pinturas murales conservadas en torno a la Pamplona del segundo cuarto del siglo XIV es sorprendente. Llama poderosamente la atención la riqueza de testimonios; también su calidad, proporcional a la relevancia artística de las arquitecturas y conjuntos escultóricos que se llevaban realizando en la catedral de Pamplona desde los últimos años del siglo XIII. Ya hemos traído a estas páginas al maestro Guillermo Inglés, arquitecto y escultor en el claustro catedralicio. Y por tanto, conocemos bien el contexto artístico en el que estos artistas llegaron a Pamplona. Johan Oliuer encontró en Pamplona el lugar idóneo en el que desarrollar su oficio; halló también el contexto favorable en el que echar raíces y quedarse a vivir.
Otro artista itinerante
Con los documentos conocidos podemos reconstruir su trayectoria vital y formativa. En 1316 aparece trabajando en la decoración del castillo episcopal de Noves cerca de Aviñón, sede papal desde 1308. Podemos suponer que se trataba ya de un joven pintor formado en un contexto artístico avanzado. ¿Cuándo había nacido? Quizá en la última década del siglo XIII. ¿Dónde? Ni idea. 1316 coincide con el inicio del pontificado de Juan XXII (1316-1334). Nacido en Cahors como Jacques Dueze, fue canónigo de su catedral, obispo de Fréjus, canciller de Carlos II y arzobispo de Aviñón. La trayectoria del nuevo papa refuerza un hipotético origen occitano para nuestro artista. Por cuestiones estilísticas, pudo formarse como pintor en el entorno de Cahors, y de la mano de Jacques Dueze arribar a Aviñón. Allí se familiarizará con las principales tendencias pictóricas del momento, desde la tradición lineal británica y parisina ya presente en Cahors y el Mediodía, hasta las novedades que llegaban desde Italia.
En 1321 Johan Oliuer sigue trabajando en Aviñón. Aparece enrolado en un numeroso taller de pintores bajo el liderazgo de Pierre du Puy, pintor conocido en Toulouse y Cahors. Gran parte de los miembros del taller son de origen meridional. Aunque no se ha conservado nada de su trabajo artístico, sabemos muchas cosas de su día a día. Incluso los colores, materiales, aceites o aglutinantes que Pierre du Puy compraba para su taller (los archivos a veces nos dan este tipo de sorpresas). Esos colores y materiales son muy parecidos a los que Oliver va a utilizar en Olite u Ororbia. Aquí, su “lista de la compra” la conocemos gracias a los estudios químicos asociados a las restauraciones.
Quizá se deshizo el taller cuando Pierre du Puy murió en 1328; quizá Oliver lo abandonara antes para continuar su carrera tentado por otras propuestas de trabajo. Creemos que, contratado por el regimiento municipal de Olite, para 1330 había terminado la decoración pictórica de la fachada de Santa María. Es de suponer que llegara a Navarra unos años antes. En 1332 el infante Luís le encarga pintar dos esculturas de cera para el altar de la catedral de Pamplona. El documento ya se refiere a él como “pintor de Pamplona”, sugiriendo que Oliver ya estaba entonces perfectamente integrado en la ciudad y su nombre se identificaba con ella. Dadas las necesidades decorativas del nuevo complejo catedralicio (galerías claustrales, portadas, dependencias...) quizá fuera el obispo Arnaldo de Babazán quien cruzara los destinos de Oliver y Pamplona. Hay que recordar que en 1318 había sido recomendado a la sede episcopal de Pamplona por el mismo Juan XXII, con quien tenía un fluido contacto en Aviñón.
El mural del refectorio, una obra maestra
En 1335 su prestigio es tal, que va a afrontar el encargo de mayor compromiso que podía recibir un pintor “pamplonés” en su tiempo: realizar el mural presidencial del nuevo refectorio, un edificio especialmente significativo tanto en lo artístico como en lo político. De hecho, toda la historia que estamos contando comienza con la inscripción "IOHANNES OLIVERI DEPINXIT ISTUD OPUS" sita en la parte inferior del mural. Sin ella no sabríamos nada. Sin su “firma” en Pamplona, no habríamos podido relacionarlo ni con Aviñón ni con Pamplona. De nada nos hubiera servido constatar que en 1366, un "Johan Oliuer" vivía en la Rúa Mayor del Burgo de San Cernin y tributaba 3 florines de impuestos. ¿Se trataba de una segunda generación? Más o menos por esos años (entre 1362 y 1377), aparece en la documentación un pintor del mismo nombre en Aragón. En 1379, 1387 y 1390 los reyes de Navarra realizan nuevos encargos a Johan Oliuer. En estas cronologías tardías estamos ya hablado con seguridad de una segunda o incluso una tercera generación de lo que podemos entender como una saga de pintores con taller permanente en Pamplona.
Efectivamente, el mural del Refectorio es una de las piezas clave de nuestro patrimonio. Su interés traspasa el ámbito regional, para situarse como una de las referencias más relevantes de la pintura gótica lineal. Llegó al siglo XX semioculto por pinturas posteriores. Lamentablemente para su buena conservación, en 1944 fue arrancado del muro, pasado a lienzo y repintado por Ramón Gudiol. De ahí que hoy lo podamos contemplar en la colección permanente del Museo de Navarra junto a otros interesantísimos testimonios pictóricos de su contexto estilístico. No obstante, es una pena no poderlo disfrutar en el espacio para el que fue creado. Por si fuera poco, al margen del contrato, Gudiol hizo segundos arranques (¿también terceros?) que vendió a coleccionistas particulares sin ningún tipo de autorización. Uno de estos segundos arranques, con la imagen del profeta Ezequiel, fue recuperado recientemente por el Gobierno de Navarra. El epílogo de la tragedia fue el picado de la capa preparatoria de lucido. Todavía hoy, junto a la ventana oriental del testero del refectorio se conservan restos del enmarque vegetal original.
Lógicamente, no puede ser este el momento de atender a sus características de manera pormenorizada. Para eso van las imágenes de este artículo. Está dedicado a la Pasión y Resurrección de Cristo, y se organiza en forma de retablo El centro del programa lo ocupa una interesantísima y compleja Crucifixión de tres metros de anchura por dos de altura. Sobre ella vemos la Flagelación y el Camino al Calvario; por debajo, el Santo Entierro y una doble escena final con las tres Marías ante el sepulcro y la Resurrección. En los laterales, dos bandas verticales acogen cada una seis hornacinas lobuladas, que albergan profetas del Antiguo y Nuevo Testamento. El banco muestra una interesante armería que junto a la inscripción inferior identifica, además del autor, también al encargante: se trata de Miguel Périz de Estella.
Ororbia y Olloki
En la parroquia de San Julián de Ororbia, tras su magnífico retablo mayor, vamos a encontrar otra vez los distintos episodios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en el registro inferior, así como el Nacimiento y la Infancia en el intermedio. Lo que hoy podemos ver es lo que se salvó del picado interior del templo (1944). En palabras publicadas por este mismo periódico, la iglesia quedó "más bella y más seria, y, desde luego mucho más artística". Otra tragedia. La petrofilia tuvo como resultado la pérdida de al menos una tercera parte del programa. Suponemos que el patrono fue el canónigo de la catedral Gonzalo Martínez de Ororbia (entre 1290 y 1335). Subidos al andamio, tras el retablo renacentista, podemos percibir mejor las cualidades y calidad artística de nuestro pintor: su esmero en la representación de los volúmenes, la suavidad de las encarnaciones, la estandarización de tipos y modelos, la sensibilidad del tratamiento de algunos rostros, la calidad técnica del conjunto y sus brillantes policromías, así como la distribución de registros y tracerías mediante dibujos incisos a punzón. Una verdadera maravilla.
También en la Cuenca de Pamplona, la restauración de la parroquial de Olloki descubrió otro conjunto pictórico dedicado a la vida y martirio de Santa Ágata. Tras las capas de cal y color modernas, la restauración consolidó la capa pictórica medieval, reintegrando lagunas cromáticas y reconstruyendo mediante dibujo figuras y elementos perdidos.
Un taller que creó escuela
Johan Oliuer creó escuela. Conocemos al menos los nombres y la obra de dos pintores más: los maestros Roque y Martinet de Sangüesa. El primero firma las pinturas laterales del presbiterio de San Saturnino de Artajona (1340); el segundo, con una cronología algo posterior, un mural en Ujué. Otras obras muestran las características de la escuala ya diluidas en manos de maestros de recorrido más local. Destacan las pinturas de Belascoáin, Ekai, Azanza, o el magnífico Árbol de Jesé del claustro catedralicio. Mucho que ver. Mucho que visitar. Mucho que vivir. Que estas líneas nos animen a disfrutar con nuestro patrimonio cultural. Socializándolo lo conservaremos.