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Fe, amor y esperanza, identidad del cristiano (1 Ts 1, 2-3)

01/02/2024

Publicado en

Omnes

Juan Luis Caballero |

La primera Carta a los Tesalonicenses testimonia cómo hablaba Pablo de la identidad cristiana. En la acción de gracias inicial, introduce, junto a la oración y a la calificación de Dios como “nuestro Padre”, las tres virtudes teologales: “En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor”.

La laboriosidad, la fatiga y la perseverancia muestran el verdadero rostro de la fe, el amor y la esperanza de aquella comunidad. Pablo da gracias por la presencia de estas virtudes teologales en los tesalonicenses y, al mismo tiempo, las pide para ellos. La tríada aparecerá más veces en la carta (cfr. 1 Ts 3, 6-8 y 1 Ts 5, 8). En 1 Ts 1, 2-3, Pablo expresa su maravilla ante el cumplimiento del plan salvífico de Dios en aquellas personas, transformadas por la fuerza del Espíritu y unidas unas a otras como Iglesia. Así, la identidad cristiana quedará definida, de un modo primordial, por la presencia activa de las virtudes teologales en los miembros de la comunidad.

La actividad de vuestra fe

La expresión griega que la versión de la Conferencia Episcopal Española ha traducido como “actividad de vuestra fe” (en griego: tou ergou tes pisteos), es traducida en otras biblias como “fe operativa” o “la obra de vuestra fe” (lo que se podría entender como “la obra que mana de vuestra fe” o como “la obra que es vuestra fe”). El conjunto de la carta empuja a ver que esta expresión no hace referencia tanto a “las obras de la fe” como a “la actividad” de los tesalonicenses en la acogida del mensaje cristiano. La fe queda definida, así, como laboriosidad y vida, y no como formalismo verbal. Fe y obra se reclaman mutuamente: la obra califica a la fe; la fe da su identidad a la obra.

La frecuente presencia del término “fe” en la carta ―aparece más de una docena de veces, permeando todo el escrito―, permite acercarnos a cómo concibe Pablo esta virtud, en la línea del pensamiento del Antiguo Testamento, pero con una originalidad propia. La fe se entiende en el contexto de la relación entre Dios y el hombre: la promesa de Dios es sólida; la contrapartida es la segura confianza del hombre. Así, los cristianos son llamados “creyentes” (1 Ts 1, 7; 2, 10. 13): son los que han entrado en una relación vital con Cristo al incorporarse a su muerte y resurrección y los que, gracias a la mediación del Hijo y al don del Espíritu, han sido insertados en el ámbito de la misma vida divina. Esta fe, entendida como relacionalidad constitutiva de la identidad cristiana, se prolonga en la fe como testimonio o anuncio, en cuanto difusión de dicha relacionalidad (cfr. Ga 1, 23): el anuncio (obra) del evangelio (fe). La fe en esta carta tiene, además, el sentido de fidelidad (1 Ts 3, 7).

El esfuerzo de vuestro amor

La expresión griega es tou kopou tes agapes. Otras biblias la han traducido como “los trabajos de vuestra caridad” o “vuestra caridad esforzada”. También el término caridad aparece con frecuencia en la carta. La palabra griega agape se encuentra, sobre todo, en textos cristianos, y se distancia de otras de su mismo campo semántico, tales como eunoia (ternura, benevolencia), eros (pasión, deseo) o philia (amistad). Todos estos términos no podrían aplicarse al amor (agape) que tiene Dios por los hombres, y que existe incluso aunque haya disimilitud y no haya reciprocidad, o al tipo de amor que, movidos por el Espíritu, tienen los hombres por Dios y por los demás hombres.

En nuestro texto se trata del amor fraterno, que viene cualificado con el término kopos (esfuerzo). En la misma línea de lo visto antes con la fe, aquí se habla de “el esfuerzo que es el amor”. Esta expresión, esfuerzo, hace referencia a un aspecto del amor que se ve, de un modo particular, en los tesalonicenses. Se hace hincapié, así, en que el amor es concreto, no abstracto, y que tiene un algo de penoso, sufrido e incluso ingrato, y que es posible gracias al ejemplo y a la fuerza que vienen de Cristo, el cual, por amor, entregó su propia vida por nosotros. Por eso, en esta carta, el término agape se usa también para hablar de la misión apostólica (cfr. 1 Ts 2, 9; 3, 5).

La firmeza de vuestra esperanza

La expresión griega tes hypomones tes elpidos es traducida en otras biblias como “la tenacidad de vuestra esperanza” o “vuestra constante esperanza”. El contexto veterotestamentario de esta expresión es el de lo que uno está dispuesto a soportar en el presente, con fuerza y paciencia, en aras de la conquista de la felicidad definitiva. Aunque los términos griegos hypomone y elpis son usados a menudo de una forma sinonímica, aquí podríamos traducir la expresión paulina como “espera confiada y constante que alimenta la esperanza” del creyente, orientada a Dios y su promesa salvífica.

En el epistolario paulino, estos dos términos aparecen con mucha frecuencia, ambos fundados directamente en el misterio pascual de Cristo: el objeto de la esperanza es el futuro escatológico, pero con la conciencia de que entonces viviremos con plenitud algo de lo que ya se nos han dado las arras, gracias a nuestra incorporación en la resurrección de Cristo. La esperanza añade, así, a la espera, la certeza de recibir lo que se espera. En esta carta, esta virtud está orientada hacia la Parusía y hacia aquello a lo que ella dará acceso: “estar siempre con Dios”. Tanto la esperanza como la paciencia (firmeza, tenacidad) tienen un tinte cristológico: del mismo modo que la palabra sembrada produce fruto por la perseverancia (cfr. Lc 8, 15), con la perseverancia se gana la vida y somos salvados de los lazos de la muerte (cfr. Lc 21, 19), como vemos que ocurre con el Siervo de Yahveh en el libro de Isaías (Is 53, 7).