Marisol trabaja en el laboratorio de terapias avanzadas para tumores sólidos infantiles de la Clínica. Cada día palpa una realidad que afecta a 1.000 niños en nuestro país todos los años. Ella y Lucía, su compañera, ven fácilmente a la persona detrás del dato: “Cuando pones cara a esas muestras no puedes dejar de pensar en que son personas que confían en ti y en tu labor. Eso te ayuda a trabajar mejor”.
La experiencia de Ana es algo distinta. Ella cuida de los niños como pacientes al ser enfermera en consultas pediátricas. “El trato con ellos es muy especial. El concepto del tiempo, el legado de vida, incluso el dolor, adquiere un prisma diferente al que puedes tener con un adulto. Supone un aprendizaje diario y una empatía constante”.
Lo mismo le pasa a Angelines, supervisora de hospitalización pediátrica, cuyo trato en el día a día con las familias le hace ser muy consciente de la tarea que lleva entre manos: “Por supuesto que la prioridad es que se curen, pero en el proceso es necesario mostrar nuestra empatía, escuchándoles y apoyándoles”.
Además, “también es muy importante conseguir que el niño juegue y se divierta durante su estancia en la Clínica, ya que le va a ayudar a que los momentos sean un poquito menos duros y su familia le vea disfrutar”.