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Fernando Sarráis: "Cuando educamos a nuestros niños para que no sufran les estamos generando el miedo a sufrir"

El psiquiatra aboga en su libro "Madurez psicológica y felicidad" por encarar el sufrimiento desde la entereza para encontrar la felicidad

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El doctor Fernando Sarráis. FOTO: Manuel Castells
30/01/14 10:37

Salud, dinero y amor. Tres constantes que históricamente han moldeado y condicionado la felicidad. Sin embargo, hay estudios psicológicos que desmontan las virtudes de este presunto trinomio de plenitud frente a un parámetro que se sucede en todas las culturas, sociedades y épocas: la actitud positiva ante las circunstancias, ya sean de dolor o de dicha. El doctor Fernando Sarráis, licenciado en Psicología y especialista en Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra y profesor de Psicopatología de la Educación y Psicología Social en la Universidad de Navarra, disecciona en su nuevo libro ese parámetro de felicidad, cuyo secreto, tan sencillo como complejo, reside en el interior de las personas, en la madurez psicológica. "Se puede ser físicamente muy adulto pero ser como niños por dentro, muy inmaduros", asegura. "Madurez psicológica y felicidad" (EUNSA) nos recuerda que el camino hacia la plenitud también está en saber sufrir.

¿Madurez psicológica y felicidad son sinónimos?

El libro da pistas sobre qué es la madurez y cuál es la razón de la inmadurez, sabiendo que las personas maduras tienen muchas más posibilidades de ser felices. Los inmaduros, que es una palabra del lenguaje vulgar, se han llamado de manera técnica, neuróticos. En los investigadores de la personalidad existe una dimensión de la personalidad casi universal que todas las personas tienen, una dimensión bipolar: tiene una parte positiva, que es el autocontrol, y una parte negativa que es el neuroticismo. El neuroticismo se caracteriza por tener emociones negativas, muy constantes y muy intensas. Y las emociones negativas son las que dominan en personas neuróticas, es decir, inmaduras.

Educación hipertrofiada

¿Y el problema de fondo es que vivimos en una sociedad esencialmente inmadura y por tanto, neurótica?

Sí. Es una sociedad que prima el placer. Y el placer es sentirse bien para no sentirse mal, de manera que lo importante es el sentimiento, la afectividad, no la razón y la voluntad. Cuando hipertrofiamos a nuestros niños para que no sufran, para que no se sientan mal, lo más probable es que les generemos el miedo a sufrir. Y la única manera de quitar el miedo a las cosas que hacen sufrir es sufrirlas. Si una persona se acostumbra desde pequeña a evitar las emociones negativas que le produce el mundo, de adulto le cuesta mucho más aprenderlo. Ahora mismo hay en psicología un término importado del inglés y que está muy de moda: la "resilience" o "resiliencia", es decir, ser resistente y fuerte, aguantar el impacto de lo negativo. En la búsqueda de la felicidad, en el autocontrol, hay una psicología positiva que se fundó en 1999 por un americano de Pensilvania, Martin Seligman.

¿Y cuáles son las claves de esa psicología positiva?

Seligman trata de enseñar a la gente a pensar, imaginar, sentir, percibir, recordar y comportarse en positivo. Si alguien se pone violento, podrá desahogar su ira, pero en el fondo se va a sentir mal. Porque nadie se siente bien cuando se ha portado mal. De manera que se trata de hacer cosas positivas que nos hagan sentir bien a corto y largo plazo. Pensar en positivo siempre me va a hacer sentir bien. Y sabiendo que el mundo, cuando es negativo, me va a suscitar pensamientos negativos, hay que hacer el esfuerzo de pensar en positivo. Es en realidad lo que dice el refrán: poner buena cara al mal tiempo.

Saber sufrir

Así que hay que aprender a sufrir

Sí. Hay que aprender a sufrir con buen humor, con paz y alegría. Los bebés, cuando tienen hambre o están sucios, lloran. A lo que hay que aprender, cuando se es adulto, es a estar contento cuando se tiene hambre y se está sucio. Las personas admirables sufren y nunca te dirán que han llevado bien ese sufrimiento. Sería vanidoso y orgulloso. Te dirán, "he hecho lo que he podido".

Así que la madurez se muestra especialmente en las situaciones adversas. Porque usted dice en el libro que gente aparentemente madura, se rompe cuando algo va mal.

La madurez y la inmadurez tienen grados. Una persona que es tremendamente inmadura, lo es siempre y en todo lugar. Una persona con cierto grado de madurez, la tiene en las situaciones positivas. ¿Cuándo se nota si la madurez es sólo superficial o profunda? Cuando el mundo es duro y difícil, cuando hace sufrir. La madurez verdadera aflora en las dificultades. Y en el fondo, la madurez tiene que ver con la libertad. El ser maduro es más libre internamente. El inmaduro lo es sólo de forma externa, superficial, epidérmica. La libertad interior consiste en dominar desde la voluntad las funciones psíquicas: imaginación, memoria, percepción, pensamiento y afectividad. La verdadera libertad es la interior.

No qué quiero ser, sino cómo quiero ser

¿Qué lugar ocupa la educación en la formación de una personalidad madura? Usted dice en el libro que se pregunta a los niños qué quieren ser, pero no cómo quieren ser.

Claro. En el colegio y en la universidad hay muchas horas dedicadas a aprender las distintas materias de conocimiento, pero no se enseña desde pequeño a quitar los miedos, las vergüenzas, a tener seguridad, confianza, autoestima... No se enseña a controlar las emociones. Hay jóvenes que fuman su primer porro por no ser tachado de cobardes por el resto de sus amigos. Actúan por miedo. Y no se puede esperar a que algo ocurra y que pase el miedo. Hay que trabajarlo día a día porque si esperas 10 años, ese miedo estará mucho más arraigado y será más difícil de eliminar.

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