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Día Europeo de la Solidaridad y Cooperación entre Generaciones: afrontar la pandemia sin dejar de lado a los mayores y los niños

Mariano Crespo, filósofo del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, pone de relieve la importancia de la confianza para cohesionar a la sociedad, especialmente en situaciones de crisis como la actual

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Mariano Crespo es investigador del proyecto 'Cultura emocional e identidad' del ICS.
FOTO: Manuel Castells
29/04/20 08:31 Isabel Solana

Mariano Crespo es doctor en Filosofía y actualmente investiga en el proyecto ‘Cultura emocional e identidad’ del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. En la mayoría de sus trabajos ha abordado cuestiones de ética y de teoría del conocimiento desde una perspectiva fenomenológica. Asimismo, ha colaborado recientemente en una línea de investigación del ICS sobre la dimensión moral de los vínculos sociales y el modo en que estos intervienen en la configuración de la identidad personal y colectiva.

En el Día Europeo de la Solidaridad y Cooperación entre Generaciones, marcado este año por la pandemia global de Covid-19, reflexiona sobre aspectos como el agradecimiento hacia las generaciones que nos han precedido, la responsabilidad hacia los más jóvenes y la confianza como base de los sistemas sociales.

Mayores, personas en edad de trabajar y niños se han visto afectados por la pandemia, aunque de maneras muy diferentes.  ¿En qué medida la solidaridad entre generaciones es imprescindible para afrontar esta crisis?
Es frecuente que durante estos días unos nos preguntemos qué es lo que la pandemia y las circunstancias asociadas a ella (confinamiento, restricciones, etc.) nos están enseñando. Ello conlleva un sano ejercicio de reflexión personal y, me atrevería a decir, de autoexamen. En este sentido, pienso que hemos de superar una polarización en los planteamientos. El ser humano no es un individuo aislado, sino que se inserta en un contexto vital en el que el pasado y el futuro desempeñan un papel central. Por un lado, somos lo que somos gracias al esfuerzo de las generaciones que nos han precedido y, por otro, tenemos una responsabilidad importante con respecto a las generaciones más jóvenes. 

Alguien dijo recientemente que la calidad moral de una sociedad se mide por el modo en el que se trata a los mayores y a los niños. Creo que es muy cierto. Las generaciones de nuestros padres y abuelos no lo han tenido nada fácil. Todo apunta a que nuestros hijos tampoco lo van a tener especialmente fácil. No podemos, pues, actuar como si no hubiera un antes o un después de nosotros.

En ocasiones se ha planteado esta crisis en términos de ganadores y perdedores: salvar a los mayores o salvar a la generación en edad de trabajar. ¿Qué falla?
Este tipo de planteamientos ponen de manifiesto la polarización a la que me refería. Lo más fácil es plantear las cosas como si solo hubiera dos opciones entre las que hay que elegir. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Ciertamente, hay acciones que siempre son malas (como hay otras que siempre son buenas), pero las circunstancias desempeñan también un papel muy importante en la valoración moral de los actos. Personalmente, desconfío de los planteamientos maniqueos en los que para que unos ganen, otros tienen que perder. Estoy seguro que los profesionales de la salud –a los que tanto debemos en estas circunstancias– hacen todo lo posible por ayudar a sus pacientes más allá de estas alternativas. La productividad y la eficiencia son importantes, pero no lo más importante. 

El individualismo es un rasgo característico de nuestras sociedades. ¿Cómo es posible que los ciudadanos dejen de guiarse por el interés individual (abrir mi negocio, salir a correr con mis hijos, viajar...) y prioricen el interés común (evitar el colapso del sistema, evitar muertes...)?
Responder a esta pregunta no es fácil. Por un lado, supone superar la polarización a la que me refería y ser conscientes de que somos lo que somos en un contexto social determinado en el que los que nos han precedido y los que nos seguirán desempeñan un papel determinado. No podemos, pues, olvidar ni a unos ni a otros. Por otro lado, cuando me hacen una pregunta como esta, me suelo acordar de una versión muy antigua de ella: “Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”. Dicho en términos más modernos y referidos a nuestra situación actual: es absolutamente necesario comprender que el bien común es mucho más que la mera suma de bienes individuales, que nuestras acciones individuales tienen repercusiones sociales, que quedarnos en casa beneficia a la sociedad entera, etc. Sin embargo, me temo que esta comprensión “teórica”, a pesar de ser una condición necesaria, no es suficiente. Es preciso que nuestro corazón, nuestra afectividad, asienta a lo que la razón le dicta.

Una emoción clave para unir a las generaciones y a la sociedad en general es la confianza. ¿Por qué es aún más importante en momentos de crisis como este?
La confianza se encuentra en la base de los diversos sistemas sociales en la medida en que sus miembros actúan de acuerdo con determinadas conductas futuras que esperan de los otros miembros de su sistema social. Incluso se ha llegado a hablar de la confianza como el «cemento» que mantiene unida a la sociedad o como un «hecho básico de la vida social». En este sentido, resulta difícilmente imaginable una vida en sociedad dominada por la desconfianza absoluta. Como señala Luhmann gráficamente, una ausencia completa de confianza impediría al ser humano levantarse por las mañanas. Ahora bien, la confianza no solo ilustra la socialidad (la relación entre el sí mismo y los otros), sino que también pone de relieve la importancia de la relacionalidad en la construcción de la identidad personal. Ciertamente, al estar unido a otro en la confianza, nos hacemos vulnerables en la medida en que nos exponemos a que nuestra confianza sea traicionada. El que confía asume este riesgo y al vincularse con otros en la confianza, se abre a la existencia social. Por el contrario, la persona que continuamente sospecha de otros, que piensa de continuo que puede ser traicionada y que, por tanto no asume la vulnerabilidad a la que se expone confiando en otro, se «contrae» sobre sí misma, se aísla de la esfera social. Pienso que en una situación de crisis como la actual esto es especialmente importante.

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