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Onésimo Díaz: «El cristianismo sigue expandiéndose a nivel global»

En esta entrevista, Onésimo Díaz, historiador y profesor en la Universidad de Navarra, reflexiona sobre el cristianismo en el contexto global contemporáneo. A través de su amplio conocimiento de la historia reciente de España y la Iglesia, Díaz ofrece un análisis sobre los desafíos y oportunidades del cristianismo hoy.

28 | 05 | 2024

Onésimo Díaz es historiador y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Navarra. Su trabajo se centra en la historia reciente de España y Europa, con especial énfasis en el Opus Dei y la historia de la Iglesia tras la Guerra Civil española. Además, ha realizado importantes investigaciones sobre intelectuales católicos del siglo XX, como Rafael Calvo Serer. 

Actualmente, Díaz es investigador en el Grupo de Investigación en Historia Reciente de la Universidad de Navarra y subdirector del Centro de Estudios Josemaría Escrivá. Es autor de varias publicaciones, incluyendo una trilogía que explora la historia del siglo XX a través de biografías, novelas y películas. Recientemente ha publicado Historia, cultura y cristianismo (1870-2020): un relato a través de diez novelas y sus adaptaciones cinematográficas.

En esta entrevista, Onésimo Díaz ofrece su visión sobre el cristianismo en el mundo contemporáneo, analizando los desafíos que enfrenta y cómo, a pesar de la percepción de su declive en ciertas regiones, sigue expandiéndose globalmente. También profundiza en el papel del Opus Dei dentro de la Iglesia y su impacto en la sociedad actual.

A su juicio, ¿cuáles serían los principales desafíos de la Iglesia y los católicos en el momento presente?

Uno de los grandes debates actuales en España —y en otros contextos también— es la ausencia de intelectuales católicos visibles. Se han celebrado jornadas, se han escrito libros preguntándose: ¿dónde están? Pero tras leer y reflexionar sobre esta cuestión, creo que la pregunta más acertada es: ¿dónde están los intelectuales, en general? 

Vivimos un tiempo en el que cuesta encontrar voces con capacidad de influir profundamente en el debate público, más allá del ruido de las redes sociales o los medios de comunicación. No se trata solo de la ausencia de intelectuales católicos, sino de una cierta debilidad cultural en la sociedad actual. Faltan referentes capaces de iluminar con pensamiento crítico y propuestas sólidas en ámbitos como la política, la economía o la cultura.

En este contexto, además, el catolicismo no está precisamente de moda. Eso puede generar entre muchos creyentes una actitud de reserva o incluso de complejo a la hora de intervenir públicamente. La Iglesia y los católicos, por tanto, enfrentan el desafío de recuperar esa presencia intelectual y cultural, no como imposición, sino como una propuesta libre, valiosa y capaz de dialogar con el mundo actual.

¿Qué papel pueden jugar las instituciones académicas y de formación cristiana ante fenómenos como la secularización o el relativismo cultural?

Actualmente, el mundo está marcado profundamente por la secularización, especialmente en Occidente. La cultura, la política, las leyes, todo parece haberse configurado desde una perspectiva donde lo religioso queda relegado. Ante esto, las instituciones académicas y de formación cristiana tienen un papel clave: ofrecer una presencia intelectual y cultural que no se limite a la defensa, sino que proponga, que inspire, que contribuya activamente a la construcción del bien común desde una visión cristiana del mundo.

Este desafío no es nuevo: ya los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a contextos profundamente descristianizados. Lo interesante es que, a nivel global, la situación es mucho más compleja. Si bien en Europa o en Estados Unidos la influencia del cristianismo parece disminuir, en otros continentes —particularmente en África— el cristianismo está creciendo con fuerza. El último Annuario Pontificio ilustra con claridad esta tendencia. Así, aunque el mundo está cambiando, el cristianismo sigue expandiéndose a nivel global.

Por eso, a veces exageramos la idea de que “el mundo está cada vez peor” desde el punto de vista religioso. En realidad, hay un movimiento que algunos sociólogos llaman “desecularización”, una revalorización de lo religioso en muchas partes del mundo. Las instituciones cristianas deben ser conscientes de este escenario global, actuar con esperanza y seguir formando personas que puedan contribuir al diálogo cultural desde una identidad cristiana profunda y libre.

En su investigación sobre algunos intelectuales españoles que pertenecían al Opus Dei, ¿ha detectado alguna incompatibilidad o cortocircuito entre razón y fe, entre la dimensión religiosa y la ciudadana?

No he detectado incompatibilidades entre razón y fe en los intelectuales que he estudiado. Lo que sí he observado es que, en algunos casos, sus opiniones políticas o culturales han sido interpretadas como representativas del Opus Dei, cuando en realidad eran personales.

En mis investigaciones —centradas en los años cuarenta y cincuenta— en torno a figuras como Rafael Calvo Serer y a su entorno, he observado que cada uno de ellos se desempeñaba como personas libres, con una identidad religiosa marcada por fe católica, pero también con una trayectoria política e intelectual muy personal.

En el caso concreto de Calvo Serer, su pensamiento monárquico y conservador ha sido interpretado por algunos historiadores como si representara la postura oficial del Opus Dei en esa época. Y eso no es correcto. Lo que él escribía o pensaba no era una voz institucional del Opus Dei.

Como bien se sabe, dentro del Opus Dei se concede libertad a sus miembros en cuestiones políticas, económicas y culturales. Cada uno puede tener su opinión. Rafael Carlos Serer es un ejemplo claro de ello: tenía ideas propias, y algunos miembros del Opus Dei las compartían, pero otros no. En su entorno había personas también del Opus Dei, aunque pocas, que coincidían con sus planteamientos conservadores y monárquicos. Sin embargo, eso no significa que el Opus Dei, como institución, adoptara esa ideología.

En política, el Opus Dei defiende que cada persona opine lo que quiera, dentro de los límites de la doctrina de la Iglesia. Si la Iglesia ha condenado una ideología o un partido, evidentemente los miembros del Opus Dei no comulgan con esas ideas. Pero dentro del marco de la Iglesia, existe libertad.

Por eso, identificar a una persona del Opus Dei con una supuesta "ideología oficial" del Opus Dei no es correcto. Algunos lo entendemos bien, porque conocemos la institución, pero hay quienes, por desconocimiento, tienden a hacer esa asociación o confunden los planos.

A partir de sus estudios históricos sobre el Opus Dei. ¿Cómo describiría su aportación más singular a la Iglesia y al mundo contemporáneo?

La aportación más genuina del Opus Dei no está en sus instituciones —como colegios o universidades—, sino en la vida ordinaria de sus miembros. San Josemaría hablaba de la Obra como una pequeña parte de la Iglesia, una semilla. Lo más característico es ese testimonio cristiano vivido por personas comunes, en su familia, en el trabajo, con sus amigos, de forma silenciosa y constante. Eso es lo que hace auténtica y significativa su presencia en la Iglesia: la santificación de lo cotidiano.

Diría que el Opus Dei actualmente ha alcanzado una cierta madurez. Ya no es aquel grupo reducido de los primeros años, sino una realidad más amplia y diversa, que está empezando a mostrar su verdadero rostro en el mundo.

¿Cómo ha sido recibida la “propuesta” del Opus Dei en distintos contextos culturales? ¿Qué matices destacaría?

El Opus Dei no tiene una “propuesta” cerrada, como si se tratara de un plan propio, sino que transmite un mensaje profundamente evangélico: que todos estamos llamados a la santidad, en medio del mundo, en la vida cotidiana. Ese mensaje es universal, es el mismo que está en el corazón del cristianismo, y la Obra lo actualiza y lo encarna en nuestro tiempo.

La forma de llevarlo a cabo es muy concreta y práctica: a través del testimonio personal, en casa, en el trabajo, en un club de lectura o en las redes sociales. Pero también con medios de formación que son muy característicos: círculos, charlas, retiros, convivencias... Esa estructura formativa, que tiene un enfoque muy profesional y constante, creo que es uno de los aportes más genuinos del Opus Dei. Y lo valioso es que no está reservado sólo a los miembros: muchas personas que no son de la Obra también se benefician de ello.

En algunos contextos culturales, la propuesta del Opus Dei ha sido recibida con cierta incomprensión. Hubo momentos históricos en que se lo percibió como una realidad cerrada, con un lenguaje y unas dinámicas propias. Sin embargo, su propósito es el mismo que comparten muchos cristianos: transmitir el mensaje de Cristo y acompañar a otros en el deseo de vivir el bien en la vida cotidiana.

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