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Trump, Obama: Cómo (no) negociar un acuerdo sobre Israel

Trump, Obama: Cómo (no) negociar un acuerdo sobre Israel

COMENTARIO

20 | 10 | 2025

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Los presidentes estadounidenses solo han logrado avances cuando han mostrado gran proximidad hacia el gobierno israelí

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Llamada de Netanyahu a Catar, por indicación de Trump, desde la Sala Oval [Casa Blanca]

De sus talantes, se deducía lo contrario en lo que serían sus presidencias. Del carácter reflexivo y de las moderadas formas de Barack Obama se imaginaban pasos sustanciales hacia la paz en el conflicto palestino-israelí, y del impetuoso y fluctuante Donald Trump se esperaba un choque sin tregua, por más que el presidente retornado prometía acabar de inmediato con todas las guerras (nada confiable precisamente por eso). Y ha sido al revés en lo que afecta al proceso clave de Oriente Medio, al menos mientras se sostiene el acuerdo alcanzado sobre Gaza.

Obama fue el primer presidente estadounidense en más de cuarenta años sin lograr ningún avance destacado en el conflicto entre israelíes y palestinos. “Ningún presidente ha prometido tanto y ha conseguido menos que Obama” valoró Brookings Institution, el principal think-tank de Washington de simpatías demócratas, al término de sus ocho años de mandato, que habían comenzado con la designación, en su segundo día en la Casa Blanca, de un enviado especial a la zona, George Mitchell.

Las situaciones, desde luego, son distintas. En el caso de Obama se trataba de encontrar fórmulas políticas que establecieran un marco institucional duradero, con la progresión hacia un estado palestino y una solución completa, algo siempre difícil de negociar. Trump, por el contrario, ha tenido que lidiar con el estadillo de una guerra específica, en cuya resolución solo se aborda parte del histórico conflicto. Con todo, cabe apuntar a una aproximación al problema distinta de un presidente y de otro que ha tenido mucho que ver con el fracaso y éxito respectivos: Obama quiso mostrarse equidistante y ‘maltrató’ a Netanyahu (primer ministro israelí durante toda su presidencia), mientras que Trump lo abrazó desde el principio.

Nada más jurar el cargo, Obama se esforzó por aproximarse al mundo islámico, para procurar corregir la imagen antimusulmana que Estados Unidos se había labrado con las guerras de Irak y Afganistán. Dio un gran simbolismo a su discurso de un “nuevo comienzo” pronunciado en El Cairo en junio de 2009, pero descuidó cultivar la relación con Israel, la cual fue de mal en peor debido a desplantes mutuos entre Obama y Netanyahu. El presidente estadounidense no superó la irritación que le provocaba el primer ministro israelí y este directamente desconfió de cualquier propuesta que le podía hacer la Casa Blanca.

Tan mala relación, durante tanto tiempo, no se había dado en ninguna presidencia previa. Es más, todo progreso desde Nixon se había producido gracias a que Israel se sentía comprendido y arropado, si bien igualmente exigido, por Washington. Para confiar en Estados Unidos, Israel demanda que la super potencia le acompañe en ciertos extremos: por ejemplo, Reagan abrió el primer diálogo oficial con la OLP, en 1988, habiendo previamente tranquilizado a Israel con la autorización para que destruyera la presencia de esa organización en el sur del Líbano durante la invasión israelí de 1982.

También Bill Clinton logró progresos gracias a dejar sentir a los israelíes su cercanía en sus varias visitas al país; solo generando confianza de ese modo obtuvo algunas renuncias o cambios de posición en Tel Aviv. Es verdad que esa presidencia demócrata coincidió básicamente con gobiernos laboristas (los de Rabin, Peres y Barak, aunque en medio también gobernó un primerizo Netanyahu) y que Obama no contó con una contraparte ideológicamente próxima que generara sintonía; en cualquier caso, Clinton ofrecía calidez frente al frío y racional Obama.

El hecho de percibir a Trump de su lado ha facilitado que Netanyahu haya aceptado el plan de la Casa Blanca para poner fin a la guerra en Gaza. Al ‘premier’ israelí le han empujado otros imperativos (la presión de los familiares de los prisioneros tomados por Hamás; el amplio descontento ciudadano israelí; la presión internacional...), pero en última instancia ha debido ceder ante quien hasta ahora tanto le había amparado precisamente en la destrucción de Gaza.

Como Obama, Trump abrió su presidencia –la primera– con un simbólico viaje a Oriente Medio (aquel en el que se le vio en Arabia Saudí en medio de una danza ceremonial), y fruto de aquella inicial aproximación fueron los acuerdos Abraham firmados casi cuatro años después, que constituyeron ya un éxito en el haber diplomático de Trump con relación a Oriente Medio. Trump ha profundizado su conexión personal con los países del Golfo sin dejar de abrazar a Netanyahu, afianzando la estrecha confianza con mediadores como Steve Witkoff y su yerno Jared Kushner, ambos de origen judío.

Ese mismo guion es el que básicamente sigue en sus tratos con Rusia para intentar acabar con la guerra de Ucrania: acercarse tanto a Putin (la parte supuestamente fuerte en ese conflicto) que este acepte sentarse a la mesa de negociación. Muchos se escandalizan de la condescendencia de Trump hacia Putin, pero probablemente tiene un propósito, como se ha demostrado en caso de Netanyahu.

Emili J. Blasco es director de GASS y del programa de Geopolítica Aplicada de la Universidad de Navarra

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