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Discurso de la rectora

 

María Iraburu

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Comienza un nuevo curso en la Universidad de Navarra y, como cada año por estas fechas, experimentamos la confluencia entre lo permanente y lo variable. Muchos retomamos nuestro trabajo académico como algo conocido y a la vez novedoso: cambiamos nosotros mismos y nuestra visión de las cosas, avanza nuestra comprensión de la realidad, afrontamos nuevas circunstancias y nos encontramos con nuevas personas. Porque la universidad se renueva cada año con los nuevos estudiantes y también con el profesorado y otros profesionales que se incorporan a nuestra comunidad académica: a todos ellos, mi más cordial bienvenida. La novedad y la continuidad se dan también en las instituciones navarras y en sus responsables. Aprovecho esta oportunidad para desearles una etapa muy fructífera, que contribuya -como señaló la Presidenta en su toma de posesión- al bien común de las personas y de las instituciones de nuestra Comunidad Foral. 

Teniendo en cuenta el contexto social en el que nos encontramos, en mis palabras de este año me gustaría compartir unas breves consideraciones sobre algunos retos de la universidad en general y de la de Navarra en particular que puedan servirnos de referencia para el curso que comienza. Elijo la palabra “retos” porque son metas atractivas y en cierta medida contraculturales y, por tanto, difíciles de alcanzar. Son, precisamente por eso, un estímulo para ejercer la sana rebeldía propia del ámbito universitario, que siempre conviene mantener viva.

El primer reto es el de la reflexión. Puede parecer obvio que la universidad, por su vocación investigadora y docente, debe ser un espacio de diálogo académico, de intercambio entre las ciencias, de pensamiento crítico, de búsqueda de las verdades más profundas que están en la raíz de lo fáctico. Y, sin embargo, no siempre sucede así. La carrera académica -tanto de profesores como de estudiantes- puede ser compatible con una visión de la realidad unilateral y cerrada a la trascendencia; puede coexistir con prejuicios y simplificaciones; puede desarrollarse aislada de lo que sucede en el mundo y en las personas. Cuando eso sucede, se puede hablar de carrera académica, pero no de vida académica, y la Universidad y las personas que forman parte de ella, pierden el sentido de su misión, de modo que su contribución, a la larga, deja de ser relevante. Porque todos estamos necesitados no solo de conocimiento, sino también de sabiduría. La necesitan, en primer lugar, nuestros estudiantes, que son nuestra razón de ser y que esperan encontrar aquí no solo un entorno de apertura y de respeto, sino de audacia intelectual que permita explorar las grandes cuestiones de la vida humana. La necesitamos, también, los que hemos hecho de la universidad una apuesta vital, y que estamos llamados a redescubrir, una y otra vez, nuestra vocación profesional y los principios que nos pusieron en marcha hace pocos o muchos años. La necesita, finalmente, la sociedad, que no puede prosperar sin que haya personas que cuestionen los paradigmas imperantes y abran nuevos horizontes que iluminen la acción. Son muchas las iniciativas, tanto en el ámbito investigador como en el docente, que pueden ser catalizadores de reflexión y diálogo académico, pero queda también mucho por hacer hasta que consigamos que cada departamento, cada centro académico o de investigación sea un espacio de verdadera vida académica que dinamice la universidad hacia dentro y enriquezca su aportación hacia fuera.

El segundo reto es el reto de la convivencia pacífica y plural. Lo expresaba de forma clara el fundador de la Universidad, San Josemaría Escrivá, en una entrevista.

"La Universidad es (…) la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en cada momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe".

Estas palabras se pronunciaron hace más de 50 años, cuando muchas universidades en el mundo occidental estaban sacudidas por la violencia y condicionadas por la politización. Son siempre actuales, porque no sería verdadera convivencia universitaria la que se fundamentara en la homogeneidad de posicionamientos u opiniones, o que fuese el resultado de la atonía o el individualismo. La verdadera convivencia asume y se enriquece con la diversidad y el pluralismo, con el diálogo y la participación. En este curso que comienza podemos preguntarnos cómo fomentamos el verdadero encuentro universitario, en nuestra tarea docente y de mentoría, en los encuentros formales e informales con estudiantes y colegas. Últimamente se habla mucho, y con razón, de la necesidad de cultivar y potenciar la salud física y especialmente mental, sobre todo de los jóvenes. Pienso que no es arriesgado decir que el encuentro entre personas, con la posibilidad de compartir pensamientos, desafíos, alegrías y tristezas es un modo eficaz y muy universitario de responder a esa necesidad.

El tercer reto es el del compromiso social. Es cierto que -como nos gusta recordar a nuestros interlocutores con responsabilidades públicas-, toda la actividad de la Universidad de Navarra, la investigación, la docencia, la asistencia, es una tarea de servicio a las personas y a la sociedad, y ese compromiso se ve reforzado por el hecho de ser una universidad con fin social y sin ánimo de lucro. Pero esto no es suficiente. Vuelvo a unas palabras de S. Josemaría en esa misma entrevista, respondiendo a una pregunta sobre la universidad y la política:

"Si por política se entiende interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen obligación de sentir esos ideales y de fomentar la preocupación por resolver los grandes problemas de la vida humana".

A la universidad no le compete dar soluciones específicas a los problemas, pero sí contribuir con sus fines propios a la paz, la justicia social y la libertad de todos. ¿Sentimos esos ideales? ¿Fomentamos esa preocupación en nosotros mismos, en nuestros estudiantes? Dirigiéndose a ellos el Papa Francisco decía hace pocas semanas: "el título (universitario) no puede ser visto sólo como una licencia para construir el bienestar personal, sino como un mandato para dedicarse a una sociedad más justa". En esta tarea las universidades de inspiración cristiana tenemos un rico patrimonio en la llamada "doctrina social de la Iglesia", un tesoro no siempre conocido que puede iluminar e inspirar tanto a creyentes como a no creyentes.

Vivimos tiempos de fuerte polarización, de afirmaciones simplistas, contrarias a toda reflexión y visión crítica; de enfrentamiento y de posicionamientos ciegos a las necesidades e intereses legítimos de los demás: en definitiva, una atmósfera viciada que puede fracturar la sociedad. Los tres retos de los que hemos hablado, la reflexión, la convivencia, el compromiso, son tres ejes que definen el espacio universitario. Me gusta imaginar ese espacio como un territorio abierto y saludable, en el que se respira y del que sale aire limpio, y que se convierte en un lugar de encuentro para tantas personas y entidades que también apuestan por el encuentro y el diálogo.

Acabo estas palabras dando las gracias. En primer lugar, a los que formáis parte y hacéis realidad este proyecto comprometido en mejorar a las personas y al mundo. También a nuestros colaboradores y amigos, que con su generosidad nos permiten llegar mucho más lejos, y finalmente a todas las instituciones que, de modos diversos, contribuís a que la Universidad de Navarra siga siendo un motor de transformación en beneficio de todos.

Muchas gracias.