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Alasdair MacIntyre (1929-2025) Un filósofo de la vida y de las personas

28/05/2025

Publicado en

El Debate

José Manuel Giménez Amaya |

Profesor de la Facultad

Eloy Villanueva |

Profesor de la Facultad

Ha sido el pensador más influyente del siglo XX y del primer cuarto del siglo XXI en lo que se refiere a la filosofía moral en el mundo angloamericano

Alasdair MacIntyre ha fallecido en Estados Unidos a la edad de 96 años, el pasado día 21 de mayo. Durante los últimos años, su obra fue examinada con perspectiva de legado, incluso ya cuando su vida longeva le privó de escribir o manifestarse, mientras sus propuestas y enseñanzas filosóficas iban acrecentando su influencia. Nacido en Glasgow en 1929, tuvo la juventud azarosa de los nacidos en un mundo deprimido entre dos grandes guerras, con un ambiente político incierto y una sociedad con la conciencia devastada. MacIntyre conoció de primera mano el modo de vida de las grandes ciudades industriales de la Inglaterra de sus años jóvenes, en la que la caracterización de ciertos personajes novelados por Dickens todavía era una realidad. Así, se puede explicar su temprana inclinación hacia el marxismo y la ausencia de la religión en su vida durante los años de estudio y primeros de su producción filosófica, actitudes ambas que a lo largo de su vida cambiaron: descartó el marxismo como modelo filosófico completo y abrazó la religión a través del cristianismo, con diversas etapas que concluyeron en un pleno catolicismo. Por el camino, disminuyó su adhesión al pensamiento analítico y al psicoanálisis, a la vez que desarrolló un sistema filosófico propio, fundamentado en la ética para abrazar a todos los aspectos del pensamiento y de las personas, y con la pretensión de contrarrestar una modernidad oscilante entre Kant y los utilitarios, que él percibía de modo aciago.

Suele decirse que MacIntyre ha sido el pensador más influyente del siglo XX y del primer cuarto del siglo XXI en lo que se refiere a la filosofía moral en el mundo angloamericano. Tal aseveración nos parece insuficiente, porque etiquetar el pensamiento de MacIntyre hasta reducirlo a un único aspecto sería injusto hacia alguien que hizo de la filosofía, con máxima amplitud de miras y constante espíritu de revolución frente a un orden dominante (en la vida moral y social, en el modo de pensar y razonar) el motor de su propia existencia. MacIntyre no es un filósofo de la moral, aunque se ocupe mucho de ella, sino que es un filósofo de la vida, de las personas, de la sociedad, de la política, de las relaciones humanas o de las económicas. En todo, hay moral, pero ésta no puede restringir una visión más amplia.

Su obra principal, After Virtue, publicada en 1981, proporcionó una novedosa comprensión, explicación y aplicación de la ética, al considerar que las cuestiones humanas y las relaciones entre las personas debían contemplarse a la luz de las virtudes, con intención eminentemente práctica atendiendo a la propia vida y circunstancia de esas mismas personas. MacIntyre llegó a ser un aristotélico convencido que ha practicado el aristotelismo proclamando que en Aristóteles permanecen propuestas filosóficas para el mundo presente; propuestas muchas de ellas que, tamizadas por santo Tomás de Aquino como receptor, compilador y explicador medieval de Aristóteles, se actualizan definitivamente para provecho de los tiempos presentes. MacIntyre fue un hombre abierto, un filósofo que contempló el conjunto de lo que afecta a las personas en la sociedad y pensó sobre ello para escribirlo. Fue un hombre que amó el estudio, promovió discípulos y creó escuela desde muy insignes instituciones académicas; fue inconformista, nada complaciente, exigente y crítico con un mundo que, siendo el suyo, identificó plenamente con eso que se llama la «modernidad»: el devenir de Occidente, desde siglos atrás, con absoluta pérdida de referentes para que la vida de las personas sea completa, sea buena, se asiente en la virtud y sea justa y generosa; que en última instancia, sea una buena vida, lograda en sus propios fines.

Frente a las tradiciones modernas del contrato social y del liberalismo, propone una sociedad comprensiva entre sus miembros, con una justicia asentada en la relación virtuosa entre ellos, y exaltando frente al individualismo la amistad, la ayuda mutua y el cuidado recíproco. Rechaza también el «emotivismo», porque impide la existencia de un verdadero lenguaje moral, y por tanto de una moral objetiva. Así, se rebela contra la Ilustración precisamente por su incertidumbre moral, y porque niega a través de premisas erróneas la consecución teleológica de las personas, genuinamente ligada a la práctica de las virtudes y a la búsqueda de la excelencia. La vida de cada persona no es un hecho aislado, sino que se asienta en la experiencia y en la existencia de muchos otros antes y en su propio tiempo, de modo que se configure un auténtico propósito de vida, un telos hacia el que la propia actividad humana tiende; es lo que MacIntyre define como la narrativa de una vida humana. La veracidad, la justicia y el valor, dirá MacIntyre, son tres elementos irrenunciables para alcanzar la vida lograda en cada uno de nosotros de modo particular, y contribuir al mismo tiempo a que otros también lo hagan.

MacIntyre fue un hombre de su época, pese a su protesta de esa modernidad. Pero su empeño en denunciar el fracaso de la Ilustración que advertía llegaba hasta nuestros días, no fue simplemente una pose o una actitud de cara a la galería. Fue desde su madurez vital la guía que utilizó para demostrar que el mundo podía y debía ser de otro modo, que la Justicia –una justicia generosa, que se da a los demás– era posible y necesaria en todos los ámbitos de la vida de las personas, y que frente al orden dominante siempre es legítimo oponerse con la verdad y el bien, procurando que dicho bien alcance a todos. Queda ahora la tarea de seguir estudiando lo que escribió, y buscar en sus enseñanzas renovados argumentos para construir una sociedad mejor.