Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
¿Sirve una formación profesional sin los aspectos humanos del trabajo?
Vivimos en una sociedad impregnada de pragmatismo. Como consecuencia, se suele valorar excesivamente la dimensión técnica del trabajo, en detrimento de su dimensión humana y de su significado ético. La formación profesional se limita así muchas veces a preparar para el trabajo como un recurso de supervivencia relacionado con el beneficio económico, olvidando que es un importante medio para el desarrollo personal.
Necesitamos trabajar para algo más que ganar dinero. Cuando hacemos un trabajo que nos pide dar lo mejor de nosotros mismos, es cuando conseguimos la autorrealización y los momentos de felicidad. Para Carl Rogers, eminente psicólogo humanista, a las personas nos motivan dos grandes necesidades: ser parte de un equipo y el autodesarrollo personal; con el buen trabajo se consiguen ambos objetivos. En su obra “El buen trabajo”, E. F. Schumacher señala que el fin principal del trabajo humano es usar y perfeccionar nuestros talentos y habilidades naturales y servir a los demás, para así liberarnos de nuestro innato egocentrismo.
De los educadores (padres y profesores) se espera que promuevan esa oportunidad en la familia y en la escuela; un trabajo realizado con libertad y responsabilidad, con motivos elevados, con competencia y actitud de servicio hacia los destinatarios de ese trabajo. Pero eso es irrealizable desde una mentalidad pragmática o utilitarista, porque ahoga los valores más nobles y genera reduccionismos educativos
Un claro contraste con esa mentalidad utilitarista lo tenemos en el pensamiento de Benedicto XVI, animando a los universitarios a adquirir una formación completa:
“Se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación. Sin embargo, vosotros sentís el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre. La genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano».
Muchos estudiantes de ahora valoran sólo las calificaciones en sí mismas. No aspiran a saber. Tienen objetivos académicos, pero carecen de ideales. Este enfoque es un serio obstáculo para para descubrir y amar la verdad.
Juan Pablo II previno a los padres y profesores de una educación que ofrece sólo conocimientos útiles: «No basta especializar a los jóvenes para un oficio; no basta preparar técnicos, sino que, además, hay que formar personalidades. Se trata de formar hombres completos y de presentar el estudio y el trabajo profesional como medios para encontrarse a sí mismo y para realizar la vocación que corresponde a cada vida»
La superación del utilitarismo sólo es posible considerando a la persona como totalidad, sin reduccionismos. Hay que prevenir a los educandos acerca de la tentación de trabajar principalmente para tener más, no para ser mejor.
A partir de la edad adolescente es muy formativo que los hijos ocupen una parte de su tiempo en algún trabajo profesional ocasional compatible con el estudio. Padres y profesores deben fomentar que los jóvenes aspiren a lo que Juan Ramón Jiménez llamaba “el trabajo gustoso”, concepto que le inspiraron un mecánico malagueño y un jardinero sevillano que amaban su trabajo:
“Siempre he sido feliz trabajando y viendo trabajar a gusto y con respeto, y por dondequiera que he ido he ayudado y exaltado este poético trabajar a gusto. También he sido testigo de grandes bellezas del trabajo por el trabajo o por una relación, un enlace, una escapatoria entre el trabajo y otra circunstancia que lo acompañaba hermosamente».
Otro referente para el trabajo humano es el concepto de “obra bien hecha” desarrollado por Howard Gardner, profesor de la Universidad de Harvard. Fue formulado anteriormente por Víctor García Hoz, sosteniendo que para que el trabajo cumpla su función educativa ha de ser realizado con la mayor perfección posible siguiendo cinco etapas: bien ideado, bien preparado, bien realizado, bien acabado y bien valorado o evaluado.
Para Lucia Copello el trabajo es una oportunidad para que una persona se cuestione dónde quiere dirigir su obrar. En el trabajo el hombre hace y se hace a sí mismo, posibilita superar los propios límites y autoconfigurarse. Es además una oportunidad para el despliegue de lo que Viktor Frankl llamaba “autotrascendencia”.