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La bendición de la unidad

25/01/2024

Publicado en

Ecclesia

Ramiro Pellitero |

Profesor ordinario de Teología pastoral

Mañana concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Este año ha tenido como lema “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27). El amor es manifestación de unidad y camino de unidad. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es el principio de unidad (entre el amor de Dios Padre y el amor del Hijo) y de la vida íntima entre las Personas divinas. Y es el Espíritu Santo el principal artífice de la unidad de los cristianos, que requiere nuestra oración y nuestro empeño de muchas maneras. Comenzando por el esfuerzo en la unidad entre los fieles católicos.

Para la fe católica, la unidad se edifica especialmente en la comunión eucarística. Dice Benedicto XVI en su primera encíclica sobre Dios es amor: “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos” (n. 14).

La unidad del amor y la bendición

En efecto. Todo lo que hace la Iglesia, lo que quiere hacer, es la unidad del amor. Primero entre los creyentes, luego entre todas las personas y en armonía con el mundo creado. Ese es el bien que la Iglesia busca, en cumplimiento de su misión evangelizadora.

Ya en el libro del Génesis Dios crea con su palabra que es eficaz y con su amor que dice y hace el bien, lo bueno. Continuamente se sucede el ritmo: Y dijo Dios…hágase / Y vio Dios que era bueno. Como plenitud de la historia de la salvación, viene Jesucristo, cuyo mensaje es Evangelio, buena noticia, porque es Palabra que nos trae el bien. Y todo lo que la Iglesia hace, quiere decir y hacer el bien, “bendecir”. Si alguien no lo entendiera así en algún caso, podría ser porque no ha comprendido de qué se trata, o porque no se le ha explicado de modo adecuado.

Más específicamente, los ministros de la Iglesia bendicen en los sacramentos, que tienen la fuerza de transmitir la gracia de Dios cuando se celebran en la forma y condiciones requeridas. En otras ocasiones bendicen a personas, objetos e incluso animales, con fórmulas previstas en los rituales. Incluso con otras bendiciones no ritualizadas, de forma más sencilla, cuando los fieles acuden a ellos pidiendo con confianza (fiducia supplicans) su intercesión ante Dios para el camino de la vida y el cumplimiento de su voluntad. Es esta confianza en Dios y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros (aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano) los que se bendicen en estos casos, incluso dentro de situaciones objetivamente inmorales.

Más aún, todos los fieles pueden invocar a Dios sobre sí mismos o sobre otros sobre sus viajes y sus actividades, para que Él les proteja y les ayude, en su respuesta a la llamada a la santidad y al apostolado que tiene todo cristiano.

Por otra parte, cabe preguntarse si ha sido bueno todo lo que se ha bendecido. La bendición, o las bendiciones que la Iglesia por medio de sus ministros imparte, como toda acción eclesial, se sitúan en la historia, en el tiempo de los hombres. Y, por tanto, es posible que su ejercicio o su significado haya sido herido por las limitaciones y las fragilidades humanas. Por eso las bendiciones deben ser promovidas junto con la necesaria purificación de la memoria histórica.

La dimensión pastoral de la verdad

Sobre la promoción de la unidad y de la paz como dimensiones de la misión de la Iglesia, y la promoción del anuncio de la fe, como tarea primordial del ministerio de los obispos con su cabeza, el Papa, ha tratado este lunes 22 de enero el cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de los obispos italianos.

Y en este contexto se ha referido a la declaración Fiducia supplicans. “Un documento que se sitúa en el horizonte de la misericordia, de la mirada amorosa de la Iglesia sobre todos los hijos de Dios, sin por ello derogar las enseñanzas del Magisterio”, en concreto sobre el sacramento del matrimonio.

A este propósito cita una clarificación del cardenal Betori (arzobispo de Florencia) en el Avvenire: “No se trata de una ampliación del concepto del matrimonio, sino de una aplicación concreta de la convicción creyente de que el amor de Dios no tiene límites, y que su propia acción está en la base de la superación de las situaciones difíciles en las que se encuentra el hombre”.

Por ello las bendiciones son “un recurso pastoral antes que un riesgo o un problema”, un gesto que no pretende sancionar ni legitimar nada, sino que las personas puedan experimentar la cercanía de Dios Padre.

Y añade el cardenal Betori: “Pensar en estos términos la verdad y su anuncio no quita nada a su integridad, sino que nos hace conscientes del estrecho vínculo entre la voluntad salvífica de Dios y la condición histórica del hombre”.

En efecto, observa el cardenal Zuppi: “Se trata del valor pastoral de la verdad cristiana, que tiene siempre como finalidad la salvación. Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2, 4); y por tanto es tarea de la Iglesia interesarse por todos y por cada uno. No podemos olvidar que todos los bautizados gozan de la plena dignidad de ‘hijos de Dios’ y, como tales, son nuestros hermanos y nuestras hermanas”.

Promover la unidad, la bendición y el servicio

En medio de los conflictos internacionales, propone, se requiere un esfuerzo por la unidad. Concretamente en una Europa en que muchos parecen moverse como “sonámbulos” en un mundo opaco donde no se ve el futuro, y cuando en la Iglesia parece dominar una visión pesimista y poco atractiva, especialmente para los jóvenes, el Papa se hace eco de las palabras del Señor: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 33).

Estamos en el año preparatorio para el Jubileo de 2025 (que Francisco acaba de declarar como “Año de la oración”). Esto pide un clima de esperanza y de fe, un corazón abierto y una mirada amplia. Es una “llamada del Señor, de la sed de sentido y de fe de tantos, de la desorientación de muchos, de la necesidad de los pobres, de la soledad orgullosa y desesperada de algunos, de las inquietudes. ¡No es solo el tiempo de la secularización, sino también el tiempo de la Iglesia!”

Por eso, propone el cardenal, no debemos dejarnos intimidar por lecturas meramente sociológicas de la Iglesia que quieren dividir a los obispos y a los fieles en nombre de los like sociales. La historia nos enseña que en medio de la fragilidad la Iglesia está siempre viva. Y que como señala san Juan Crisóstomo, “nada es más poderoso que la benignidad”. Nuestra debilidad es nuestra fuerza si la usamos con inteligencia y libertad.

Y concluye subrayando la importancia, para las próximas generaciones, de la educación integral de la persona en el marco del humanismo cristiano: “Hacia ellos la tarea eclesial y civil consiste en educar para la paz, para la legalidad, para la cultura, mostrando cómo el cristianismo ha contribuido a fundar los valores de libertad y respeto del otro, que están en la base de nuestra sociedad”.

Así es. Los cristianos, junto con tantas personas de buena voluntad, seguimos convocados en tareas de unidad, de bendición y servicio. Tareas que se fundamentan en la esperanza, que no buscan juzgar, sino salvar, sembrar la paz y la alegría.