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Dos años de la guerra de Ucrania

24 de febrero de 2024

Publicado en

Diario de Navarra

Salvador Sánchez Tapia |

Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra

Cuando la atención del mundo se concentra en la Franja de Gaza y se prepara para la inminente ofensiva israelita en Rafah, la invasión rusa de Ucrania se desliza, de forma casi inadvertida, hacia su tercer año, haciendo buenos los pronósticos de quienes auguraban una guerra prolongada cuyo final sigue sin vislumbrarse.

En estos dos años, el teatro de operaciones ucraniano ha pasado por diferentes estadios: una ofensiva relámpago con centro de gravedad en el liderazgo de Zelenski que no alcanzó sus objetivos; una reconsideración rusa del plan de ataque y un redespliegue para centrar el esfuerzo en lograr la continuidad territorial entre el Donbás y, en el mejor de los casos, Odessa y Transnistria; una ilegítima declaración rusa de anexión de parte del territorio ucraniano; la rebelión y caída en desgracia de Prigozhin y el grupo “Wagner”; o, más importante, una contraofensiva ucraniana, lanzada en junio de 2023, en la que Occidente había puesto grandes esperanzas, pero que no alcanzó los objetivos que se proponía, y que ha desembocado en el impasse en que la guerra se encuentra en este momento, alterado únicamente por movimientos tácticos no decisivos, aunque no carentes de simbolismo, como el que ha llevado a Rusia a apoderarse de la localidad de Avdivka en un movimiento que ha acortado el frente en ese sector.

Nada en la guerra es seguro; todo en ella es incierto. Sin perder de vista este axioma, siendo conscientes de que casi cualquier desenlace es aún posible, y sin ánimo de dejarse prender por el pesimismo, lo cierto es que algunas nubes oscuras se ciernen hoy sobre el cielo de Ucrania. El bloqueo del Congreso de Estados Unidos de un nuevo y decisivo paquete de ayuda financiera a Kiev de noventa y cinco mil millones de dólares, pone en riesgo la capacidad de resistencia ucraniana y agita el fantasma del colapso y la derrota; la creciente dificultad de Europa para mantener -no digamos incrementar- su esfuerzo sin vaciar sus propios arsenales y polvorines, limitados tras décadas de negligentes presupuestos de defensa, junto con su cada vez menor entusiasmo por hacerlo; o la destitución del general Zaluzhnyi, jefe de las fuerzas armadas de Ucrania, que puede transformarse en un formidable rival que dispute el poder a Zelenski, son algunas de las estaciones del particular viacrucis que atraviesa Ucrania, y que puede tener un próximo y potencialmente fatal jalón en las elecciones norteamericanas de noviembre, si es que el candidato Donald Trump consigue alzarse con la victoria.

Rusia no está, precisamente, libre de problemas; el reciente hundimiento del buque de desembarco “Tsézar Kunikov” en aguas próximas a Crimea, o la destrucción de un hangar de vehículos pesados en Staromlynivka en un ataque con drones “Wild Hornet,” son sólo algunos de ellos a los que puede añadirse el provocado por las ondas de choque que ha generado el más que probable asesinato del disidente Alexei Navalny, confinado en una colonia penal rusa en el Ártico. A pesar de todos ellos, en el campo de batalla, Moscú parece gozar ahora de una cierta ventaja táctica sobre Kiev que puede tener un efecto positivo en la moral de sus tropas y animar a Rusia a perseverar en sus esfuerzos ofensivos para lograr resultados antes de que Ucrania se reponga de los problemas de abastecimiento de recursos críticos -munición de artillería convencional sobre todos ellos- que atraviesa.

Es difícil predecir hacia dónde se dirige la guerra. En las circunstancias actuales, no parece que Rusia tenga recursos suficientes para plantear una ofensiva en profundidad capaz de hundir el frente ucraniano y darle un control total sobre el territorio de Ucrania. Ahora bien, sin la restitución de la vital asistencia que el país ha estado recibiendo de Europa y Estados Unidos, la resistencia ucraniana se tornará pronto inviable y amenazará un colapso que podría tentar a Rusia a intentarlo, aunque también podría actuar en Occidente como un revulsivo que renovara la unidad y el entusiasmo en el compromiso con la victoria de Ucrania que mostró al principio de la guerra. Quizás sea más realista pensar en una ofensiva limitada rusa orientada a completar el control sobre la totalidad del Donbás para, una vez logrado, prepararse para convivir con un conflicto cronificado y un frente congelado, o para enfrentarse a una negociación en la que podría “conformarse” con mantener el territorio ocupado a cambio de tolerar la existencia de una Ucrania mutilada y finlandizada.

Si llegara este caso, corresponde únicamente a Ucrania aceptar o rechazar esta vía. En todo caso, cualquier solución que no consista en la restitución del statu quo anterior a 2014 supondrá un duro golpe bajo la línea de flotación del actual sistema basado en normas internacionales y en el respeto a la soberanía de sus miembros de consecuencias imprevisibles.