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Patrimonio e identidad (57). El águila en Navarra (II) Motivo decorativo, emblemático y mitológico

22/10/2021

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

En esta segunda parte sobre la presencia del águila en Navarra, nos centraremos en su acompañamiento como atributo de algunos santos y su éxito como motivo decorativo, simbólico y aún mitológico. También, la comentaremos en los víctores y, aunque sea menos visible, señalaremos cómo la platería la incluye como punzón en numerosas piezas argénteas importadas desde Nueva España, ya que la marca de la ley del metal se expresó allí con su figura, desde el siglo XVII.

Con san Agustín: el águila de Hipona

No fue esta ave ajena a otros santos, como Agustín, Eliseo (con dos cabezas), Antolín, Vicente y Wenceslao, aunque en Navarra apenas contamos con ejemplos. Del primero, denominado como el águila de Hipona -por el lugar de su fallecimiento-, existen y existieron ejemplos en conventos de su orden, en sus diferentes ramas. La afiliación deriva de la gran altura del pensamiento del santo y de lo elevado de su santidad. San Jerónimo, en su libro De los doce doctores, dice: “el obispo Agustín, volando como un águila, se ha remontado por encima de las cumbres de las montañas y desde las alturas contempla el orbe terráqueo y el círculo de las aguas que lo envuelven...”. La peripecia personal del santo se avenía muy bien con el ave, pues tras sus devaneos con los maniqueos, fue capaz de elevarse por encima del error y, como el águila, pudo mirar sin pestañear al astro sol o la luz divina que, con sus rayos, le iluminó. Además, así como el águila rejuvenece y regenera su plumaje e incluso su vista volando hacia lo alto, el santo dejó la disipación de su juventud pecaminosa por la entrega total al Señor. Eran metáforas empleadas por sus biógrafos y predicadores, que pasaron a uno de sus atributos. Citaremos el caso de la dinámica escultura del retablo mayor de Lesaca, obra contratada con toda su imaginería por el escultor Juan Bautista Mendizábal en 1753. Representa al santo como obispo, con libro y maqueta de fundador y el águila a sus pies contemplándole con la cabeza erguida y la mirada a lo alto.

Entre lo decorativo y lo simbólico

Atriles, sacras, relicarios, ostensorios y otros objetos de platería han venido utilizando el águila o una doble águila en sus diseños, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. En algunos casos, obedece a criterios simbólicos religiosos o políticos, por haber sido un emblema de la casa de Austria. Cuando los moldes de las artes industriales triunfaron en el siglo XIX, la reina de las aves tuvo su lugar privilegiado en relojes y otras piezas decorativas.

La utilización del águila bicéfala en la platería española e iberoamericana ha sido estudiada por Carmen Heredia, señalando varios ostensorios espectaculares. Recordaremos, al respecto, una pieza excepcional cual es el ostensorio de la parroquia de Valtierra, obra de Cristóbal de Alfaro (fines del siglo XVII), realizado en Madrid como pieza de examen, que luce en su nudo una doble águila espectacular. En ese trabajo pone de manifiesto cómo el águila bicéfala del emperador no tuvo trascendencia en obras de platería bajo su reinado, mientras que las custodias estudiadas del siglo XVII muy avanzado y de la siguiente centuria estarían en relación con un significado simbólico, en torno a la devoción y piedad eucarística de la monarquía española, puesta de manifiesto en cultos y en un libro editado en 1640 por Francisco Martínez, titulado Sumo Sacramento de la Fe. El grabado de su portada, realizado por María Eugenia Beer, presenta a las alegorías de la piedad y la fortaleza escoltando a un alto pedestal, con el escudo imperial sujeto por una gran águila bicéfala coronada, donde apoya una esfera terrestre, que soporta una custodia con la Forma, en medio de un gran sol inmerso en una gloria celestial.

El mismo motivo del águila bicéfala presentan las sacras dieciochescas del monasterio de Tulebras, expuestas en su museo, al igual que el relicario de san Fermín de las Carmelitas de San José de Pamplona, de filigrana de plata. Las sacras de Tulebras pertenecen a la segunda mitad del siglo XVIII y la presencia del águila obedecerá al recuerdo a san Juan Evangelista, ya que los primeros catorce versículos de su evangelio se contenían en una de las sacras, ligadas secularmente a la liturgia tradicional de la celebración de la misa. En Roncesvalles, se conservan unas sacras con el águila, pero no bicéfala, de marcado carácter neoclásico y fechadas en 1788.

Por lo que respecta a la reliquia de las Carmelitas de San José, procede como la que tiene el busto del santo en la parroquia de San Lorenzo, del envío del capitán Francisco de Álava, a petición de su prima Beatriz de Beaumont, fundadora de las Carmelitas Descalzas de la capital navarra. Está engastada en una teca que pertenece al siglo XVIII, posiblemente está reaprovechada de otra pieza para introducir la pintura del santo copatrono de Navarra y su reliquia. Al respecto, hay que recordar que el águila bicéfala es uno de los motivos iconográficos más característicos de la joyería española, figurando en numerosas piezas relacionadas, especialmente, con el apóstol Santiago y la Santa Faz. 

Otras artes suntuarias, como la cerámica en botes de farmacia y otras piezas que lucen escudos heráldicos o de órdenes religiosas, también la utilizaron con profusión. 

Como receptáculo de reliquias, conservan las Agustinas Recoletas un águila bicéfala coronada, que presenta en sus dos caras, y en la totalidad de la superficie, múltiples tecas con reliquias de distintos santos. La principal se encuentra sobre su pecho, si bien también existen otras de cierta entidad en su cola, alas y corona. El resto de la composición está salpicada de pequeños departamentos con sus correspondientes reliquias. Posee reliquias por ambas caras.

El águila explayada figura en algunos atriles, como los ubicados en las barandillas de la biblioteca capitular de Pamplona o el que diseñó Juan Bautista de Suso para los púlpitos de la parroquia de Santa María de Viana, en 1724. Otro atril similar figuraba en el púlpito de la parroquia de San Pedro de Olite. 

En el mismo templo de Viana, rematando los extremos de las calles laterales del retablo mayor (1663-1674), se yerguen sendas águilas que, por su tamaño, resultan sensacionales e inquietantes. No encontramos esos ejemplos en ningún otro caso en semejante posición. Su significado en lugar tan visible habrá que relacionarlo con la escenografía que aporta la reina de las aves a través de su poder.

También resultan de gran efecto las que, a modo de peana, sustentan a las figuras de yeso policromado de los cuatro Padres de la Iglesia en la capilla de Santa Ana de Tudela (1723-1725)

En el libro de dibujos de los exámenes de los orfebres pamploneses hallamos un águila de perfil, con las alas desplegadas como remate de una rica enmarcación, correspondiente al examen de Tomás de Lacruz en 1774.

El diseño del animal y la seducción de su poder hizo que sus dibujos y perfiles decorasen títulos y dibujos caligráficos. Entre los primeros, podemos citar algunos despachos de escribanos. Grabados xilográficos con su imagen encontramos también en algunos impresos, como las orlas de algunas tesis de grados. También, aparece en remates de algunos relojes y decorando mobiliario, como ocurre en el tenebrario de la catedral de Pamplona.

La escena del rapto de Ganimedes

En uno de los dibujos del libro de exámenes de los plateros, que se conserva en el Archivo Municipal y que contiene los diseños de los orfebres pamploneses, se representa el rapto del joven Ganimedes por Júpiter, transformado en águila. Lo realizó Tadeo Pérez, en 1787. El tema mitológico, como es sabido, tiene como protagonista a Júpiter metamorfoseado en águila. Entre sus numerosas aventuras y conquistas del dios del Olimpo (Leda, Antíope, Dánae, Sémele… etc.) la tradición del ciclo de sus amores se cierra con el de Ganimedes, el único de carácter homosexual, a pesar de que su protagonista es un príncipe troyano no muy antiguo y de que el mito tardó mucho en adquirir su formulación definitiva, tal y como señala M. A. Elvira Barba, en su estudio sobre Arte y Mito (Madrid, Sílex, 2008). Para Homero, Ganimedes fue “el más bello de los hombres mortales; por su belleza lo raptaron los dioses para que fuera escanciador de Zeus y para que conviviera con los inmortales” (Ilíada, XX). Más tarde, en el siglo VI a. C., las fuentes señalan directamente a Zeus enamorado del joven y, a mediados del siglo IV a.C, aparecen versiones distintas del rapto, una que se impondrá con el joven raptado por el águila, sea la acompañante de Zeus o el propio dios metamorfoseado. Esta última versión es la de Ovidio en sus Metamorfosis, en donde escribe: “Sucedió que el rey de los dioses se inflamó de amor por el frigio Ganimedes y tuvo la idea de transformarse en algo de apariencia más bella que ser joven: un ave. Pero entre todas las aves sólo se dignó transformarse en aquella digna de llevar los rayos, sus armas. Dicho y hecho: batiendo el aire con falsas plumas, raptó al jovenzuelo…”.

En el discurso emblemático de la fiesta barroca

A la luz de lo que hemos señalado, al principio de estas líneas, acerca de la amplia presencia del águila en el mundo clásico, es bien fácil comprender su utilización en el ámbito de la fiesta, a fortiori en las exequias regias, por algunos de sus significados. J. L. Molins y J. J. Azanza han estudiado detenidamente este último aspecto, señalando cómo su presencia viene avalada en el contexto de la sucesión, como garantía de la continuidad dinástica. En ese sentido, resulta harto elocuente cuando aparece dejando el nido con su cría. Así se le representó en uno de los jeroglíficos pamploneses en las exequias de Felipe V, con el mote sacado del salmo 102, que dice Renovabitur ut Aquila. La composición fue pintada, en 1746, por Juan de Lacalle.

Los funerales de Carlos III (1789), contaron con emblemas realizados por Juan Francisco Santesteban, al dictado de lo programado por el presbítero Ambrosio de San Juan y el poeta y dramaturgo Vicente Rodríguez de Arellano. En uno de los emblemas se representó un modelo harto repetido en los libros de emblemática, consistente en un águila que representa a Carlos III volando en dirección al sol, queriendo significar que el rey, mediante la práctica de la oración, trató de elevarse y unirse a Dios, del que había recibido la gracia para gobernar con sabiduría. Aquella composición contaba con numerosos precedentes en libros de emblemática (Juan de Borja, Antonio Ginther, o la vida simbólica de san Francisco de Sales de A. Gambort) y de exequias fúnebres de otros monarcas, como las de Mariana de Austria.

Víctores en casas nativas y ayuntamientos

El Diccionario de Autoridades (1737) define como víctor al “cartel o tabla en que se escribe algún breve elogio en aplauso de alguna persona con su nombre, por alguna hazaña u acción gloriosa, fijándole y exponiéndole en público”. Algunos de esos víctores adoptaron la forma de águila con las alas explayadas, como podemos ver, por ejemplo, en la fotografía del antiguo ayuntamiento de Elizondo en el valle de Baztán. Por ser piezas de madera, han desaparecido en muchos lugares. La praxis, cuando un hijo de la localidad ascendía en puestos militares, de la iglesia, el ejército o la administración, era el propio ayuntamiento de la localidad quien disponía la colocación de uno en la casa natal y otro en el ayuntamiento. Varios ejemplos nos proporcionan las actas del Ayuntamiento de Tudela que los colocaron en la casa consistorial, la casa del homenajeado, e incluso en alguna ocasión en la Plaza de San Jaime. Generalmente, se aduce que son “las demostraciones que en semejantes casos acostumbran hacer por sus hijos la ciudad, cuando logran empleos de tanta estimación”.