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Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

La mitificación del dialogo

sáb, 20 oct 2018 09:44:00 +0000 Publicado en Diario Alto de Aragón, Las Provincias y El Diario Montañés

Últimamente la palabra ‘diálogo’ se encuentra en plena ebullición. Está de moda apelar al diálogo como la piedra filosofal que resuelve todo tipo de conflictos, especialmente en el ámbito político. Quién no ha oído decir más de una vez «esto sólo se arregla dialogando». Se presupone así que no existen otros procedimientos, alternativos o complementarios, de un diálogo que, además, sería infalible. El diálogo no tendría limitaciones o carencias en sí mismo. Es verdad que necesitamos más diálogo en todas las situaciones de la vida, pero no como un mantra. El término ‘mantra’ se utiliza actualmente de forma despectiva, para desmitificar argumentos reiterativos y supuestamente falaces. En opinión de Amando de Miguel, «existe la idea, casi la obsesión a veces, de que los ciudadanos y sus representantes deben dialogar sin interrupción para ponerse de acuerdo en todo, cueste lo que cueste. Pero el disenso suele ser tan necesario como el consenso. La mitificación del diálogo puede esconder, en ocasiones, la incapacidad de los políticos para resolver los problemas de la gente, de los contribuyentes». En muchas ocasiones, las personas que ofrecen dialogar han decidido, previamente, no ceder en su postura personal, de tal manera que el diálogo es solamente un formalismo y una coartada. No son infrecuentes quienes presumen de dialogantes siendo dogmáticos y/o fanáticos. Otras personas desconfían, no del diálogo, sino de ciertas formas espurias de dialogar. Una de ellas es el diálogo supeditado a no traspasar unas predeterminadas líneas rojas, lo que convierte el supuesto diálogo en algo simplemente instrumental. Se dialoga para ganar tiempo o para cargarse de razones antes de una ruptura prevista y deseada. Otra forma de falso diálogo es el que se realiza sin pensamiento; a veces resulta cómico, aunque sin la gracia que tenían los locuaces e irracionales diálogos del genial Cantinflas. El diálogo es un recurso muy utilizado por los humoristas. Muchos chistes son diálogos. Un ejemplo: –He ido al médico y me ha quitado el whisky, el tabaco y las drogas. –Pero, ¿vienes del médico o de la aduana? El famoso humorista Armando M. Guiu decía: «la política es, a veces, como un ‘diálogo para besugos’. Nadie dice lo que piensa; algunos, no piensan lo que dicen; aquellos, piensan y no dicen; éstos, nadie sabe lo que piensan; de los de más allá uno piensa que piensan, pero ellos no piensan que uno piensa». Imagino que tanto los no dialogantes, como los obsesos del diálogo, cambiarían de actitud si conocieran cuál es el origen histórico y el sentido del verdadero diálogo. La filosofía surgió del diálogo. Cuando Sócrates recorría la plaza pública confesando su ignorancia y pidiendo que le contestaran sus preguntas, invitaba al diálogo (la mayéutica) para profundizar en las respuestas recibidas. Platón coincide con su maestro en que el pensamiento verdadero es diálogo. La filosofía nació con el diálogo, es decir, con la misma esencia del pensamiento humano concentrado en la búsqueda y conocimiento de la verdad. Con frecuencia, quienes más invocan el recurso al diálogo son los que no saben escuchar. Si esta carencia afecta a ambos interlocutores no existe diálogo, sino dos monólogos superpuestos o colectivos, un rasgo que Piaget atribuye a los niños de tres años. El diálogo exige a los dos interlocutores una escucha activa. Es una actitud que dispone al receptor a concentrarse en la persona que le habla y a proporcionar respuestas. La escucha activa incluye mostrar al oyente que se le ha comprendido. Se refiere a la capacidad de escuchar no sólo lo que la persona está expresando de forma verbal y directa, sino también sus ocultos sentimientos. El orientador necesita tener comprensión empática: capacidad de ponerse en los zapatos del otro para intentar ver las cosas como él las ve. Existen algunos obstáculos que impiden que escuchemos con eficiencia: atención dividida entre diferentes objetos; atención centrada en nosotros mismos; simular que escuchamos; quitarle importancia a lo que otro dice únicamente porque tenemos ideas diferentes. Hay que evitar el ‘síndrome del experto’: dar la respuesta antes de que el otro hable. Quizá el obstáculo principal sean los defectos personales de los interlocutores. Así, para Benjamín Santos, «los soberbios, no dialogan, imponen. Los fanáticos no dialogan, insultan. Los autosuficientes no dialogan, desprecian. Los acomplejados de superioridad o de inferioridad no dialogan, miran por encima o por debajo al otro». Jean Lacroix afirma que toda auténtica actividad humana es diálogo: diálogo con el mundo, que es poesía; diálogo con los demás, que es amor; diálogo con Dios, que es plegaria. Añade que nuestra cultura es dialéctica, porque gracias a la confrontación incesante de las ideas, se convierte en un esfuerzo de superación.