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Patrimonio e identidad (81). La cesárea “post mortem” de san Ramón Nonato

19/02/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Como hemos señalado repetidamente en estas mismas páginas, las escenas de género, como tales, no existieron hasta el siglo XVII en el arte europeo. Fue entonces cuando surgió una tendencia que, paulatinamente, sustituyó lo trascendente por lo anecdótico y lo mundano, en definitiva, por la realidad inmediata. En Navarra, con gran retraso, sería la llegada de la fotografía, en el siglo XIX, la que se vincularía a todo lo relativo a la vida cotidiana, aunque desde los inicios del siglo XX, poseemos notables muestras en obras de los pintores Ciga, Zubiri, García Asarta, Pérez Torres, o Natalio Hualde.

Para recrear el hecho cotidiano en siglos pasados, nos ayudamos del arte religioso, que ofrece paralelismos para la recreación de distintos pasajes de la vida diaria, si se saben leer correctamente. El hecho de acudir a representaciones religiosas, nos permite fijarnos en detalles, a veces de carácter secundario, en donde afloran con cierta libertad hechos de la vida cotidiana. En otros casos, el interés radica en la verosimilitud del pasaje sagrado, que exigía ser representado como si se tratase de historia de mortales.

Entre los protectores de embarazadas

Las preocupaciones, miedos y emociones de embarazadas y parturientas buscaron desahogo en los santos y advocaciones marianas. Entre los santos a los que nuestros antepasados acudieron para implorar su intercesión en embarazos y partos, destacó san Ramón Nonato, a lo largo de toda la geografía foral, desde el Roncal a la Ribera. En Pamplona esa protección era capitaneada, especialmente, entre los matrimonios que no obtenían sucesión, por san Joaquín, que contó con una potentísima cofradía en los Carmelitas Descalzos y un gran abogado en la figura del hermano Juan de Jesús San Joaquín (1590-1669), cuyos prodigios fueron bien conocidos en la capital navarra. Asimismo, una advocación mariana, la de la Virgen de las Maravillas en las Agustinas Recoletas, fue hasta mediados del siglo XX, el referente de atención devocional por parte de muchísimas embarazadas. Éstas acudían al torno conventual a solicitar las medidas de la Virgen, estampadas en seda, como verdadero talismán protector en su estado de buena esperanza.

San Ramón Nonato

Este santo mercedario nació en torno a 1200, en el pueblo de Portell, comarca de la Segarra, cerca de Barcelona. Su nombre lo recibió del vizconde de Cardona, Ramón Folch que, como veremos, fue la persona que determinó abrir el vientre de su madre, ya difunta, para evitar la muerte del niño. Su apellido Sarrió se sustituyó por el de Nonato, por no haber nacido de modo natural. De pastor a religioso mercedario y cardenal, en su vida destacaron las sucesivas redenciones de cautivos en las que participó.

Su culto en Navarra estuvo muy extendido, favorecido por los conventos mercedarios de Pamplona, Tudela, Sangüesa, Corella y Estella. Los retablos bajo su advocación, la distribución del agua bendecida con sus reliquias, la circulación de estampas y sus imágenes, junto a novenas y otras oraciones, hablan de su popularidad.

Cofradías bajo su advocación documenta Gregorio Silanes en Sangüesa (Santiago y la Merced de 1713), Villafranca (1720), Lumbier (1738), Falces y Andosilla. En el establecimiento de algunas de ellas no hay que descartar la influencia de los ganaderos que le rindieron cultos por haber ejercido el santo como pastor antes de profesar como religioso. En Pitillas, en donde se le venera como patrón, la familia de ganaderos de los Goñi parece haber estado detrás de su culto. Buena fe de ello da el exvoto de don Ramón de Goñi, junto al ganado y a punto de ser devorado por un oso en 1743. Algunos miembros de la familia ocuparon cargos en la mesta local y tuvieron en el ganado la fuente principal de ingresos. Los festejos taurinos con motivo de su fiesta se documentan en Pitillas y Dicastillo.

Por lo que respecta a las ermitas, apenas las hubo bajo su advocación. La de Muniain de la Solana tuvo su origen en 1713, en agradecimiento a haber sanado una mujer con el agua del santo, que se bendecía con su reliquia. Su marido ofreció toda la piedra necesaria para su fábrica y la cantidad de 100 reales.

Iconográficamente, se identifica al santo por su hábito mercedario, el capelo cardenalicio, un ostensorio en recuerdo de su milagroso viático, una palma con tres coronas alusivas a virgen, mártir y confesor y, frecuentemente, el candado sellando sus labios, tormento al que fue sometido en Argel, en 1236. Por este último hecho, en la redención mercedaria de aquel año, se le denominó “mártir sin morir”. Sus esculturas son abundantísimas, destacando las dieciochescas de Muniain de la Solana, Sesma y Lesaca.

Su nacimiento por cesárea post mortem en pinturas en Navarra

No abundan las representaciones de su nacimiento, pese a la popularidad que alcanzó el pasaje entre los predicadores y los gozos de su novena, editada también en la capital navarra. Ni en la pintura española se han conservado ejemplos de la escena en un pintor de renombre, como ocurre con otros pasajes de su niñez y juventud, acometidos por los pintores Eugenio Cajés y Francisco Pacheco. No cabe duda de que, como hecho prodigioso, debió tener presencia en las series de los conventos mercedarios. Entre los ejemplos que conocemos del nacimiento, figuran las pinturas de la parroquia de Bijuesca (Celedón García, 1645) y de la ermita de la Concepción de Ceheguín en Murcia, obra dieciochesca inspirada en los gozos del santo.

En Navarra, será en algunos lienzos de su doble visión en que Cristo y la Virgen le confortaron con su presencia, en donde en una pequeña viñeta recoge el pasaje de su venida al mundo, concretamente en Olite, Pitillas, Arellano y Andosilla. En otras localidades se representó la misma visión, pero sin la escena que estudiamos: -Caparroso, Valtierra, Funes, Tudela y Roncal- e incluso con la Trinidad -Lodosa y San Adrián-.

Las pinturas de Olite y Pitillas son de la misma mano y no dudamos de que se trata de obras del gran pintor aragonés Francisco del Plano (1658 - 1739), que trabajó en sobresalientes conjuntos navarros en las primeras décadas del siglo XVIII. El lienzo de Olite se realizó junto a otras dos pinturas de los santos Juanes y las santas Margarita e Inés, para la parroquia de San Pedro en 1706. Sus ricos marcos fueron tallados por Andrés López y Bernardo de Izura, en 1708.

En ambos casos, Olite y Pitillas, se muestra al santo arrodillado con el candado en la boca, la consabida palma con las tres coronas, los grilletes y una argolla con su cadena en el suelo. San Ramón contempla a Cristo que le coloca la corona de espinas y la Virgen ofreciéndole la de rosas, en alusión a una visión mística que experimentó, prefiriendo la de espinas (padecimiento) a la de las flores (premio), que parece desdeñar. En primer plano, se añaden un par de cautivos con los escapularios de la Merced, el más cercano al espectador, tocado con barretina. En la parte inferior derecha, en una pequeña escena y bajo un gran dosel -siempre presente en las escenas de nacimientos para evitar las corrientes y resfriados a las parturientas-, se narra su nacimiento que le da sobrenombre al santo, por haber extraído su cuerpo del vientre de su madre, ya muerta, practicándole una cesárea lateral. Allí encontramos a la madre amortajada sobre una cama de alto cabezal, con grandes almohadas, el vizconde con el puñal que le ha servido para abrir lateralmente el vientre de la madre ya difunta, una matrona que recoge al niño y un clérigo o quizás médico, con traje talar y amplio sombrero, con gesto de admiración.

En la parroquia de Arellano, encontramos otro lienzo con el mismo tema general y el alumbramiento del santo en una pequeña escena en la parte inferior. Su cronología no dista mucho del anterior, pero estéticamente es una obra de un pintor de menos categoría y sin el manejo del color y la técnica suelta de los cuadros de Olite y Pitillas. El primer plano de la composición lo ocupa el noble ricamente ataviado con medias rojas y casaca del mismo color, con pañuelo y puñetas de ricas puntillas. Muestra el cuchillo ensangrentado. En el lecho aparece la difunta amortajada y sobre tres almohadas, en una cama de rico cabezal. El niño aparece por el costado de la madre y al fondo una criada espera con un lienzo blanco para recoger a la criatura.  El conjunto posee un gran encanto popular.

Por último, en la parroquia de Andosilla, encontramos una pintura en el retablo del santo mucho más popular, de fines del siglo XVIII. Sin que falte el dosel, el niño aparece sobre la cama, mientras tres personajes de difícil identificación rodean el lecho.

Fuentes textuales y gráficas

Las numerosas fuentes textuales que narran el hecho y otros sucesos legendarios han sido estudiadas por Vicent Zuriaga. Para las pinturas que hemos visto, nada mejor que seguir a una de las hagiografías coetáneas de las pinturas antes referidas, la escrita a comienzos del siglo XVIII por el padre Francisco Miguel Echeverz (1672-1745), predicador y misionero mercedario, publicada en su tercera impresión, en Pamplona en 1714.

El mencionado autor, tras relatar el desmayo repentino de la madre tras haber acudido a misa, afirma: “Acudieron los circundantes y viéndola casi sin aliento y sin pulsos, la llevaron a su casa medio muerta. Volvió en sí del desmayo, sólo para morir en el Señor y prevenir cuidasen con el que encerraba en sus entrañas, pues habiendo encargado a los circundantes que la abriesen en espirar para que lograse la criatura las aguas del bautismo ….. Ocupados todos del dolor y llanto con este tan inopinado y sensible lance, no pensaron en abrir a la difunta, como lo dejó en cargado, sino en darle sepultura, y para esto y consolar a la familia, enviaron a buscar, como a su deudo, al vizconde de Cardona don Ramón Folch, que se hallaba en una de sus villas de aquella comarca. Llegó el vizconde, y habiendo dado el pésame a su pariente por la muerte de su esposa, entró para encomendar a Dios, sin duda, a donde estaba el cadáver y, advirtiendo entumecido el vientre, dijo con sentimiento grande: ¿Cómo es que estando esta señora tan adelante en su preñado, no la abrieron luego que expiró?, que quizás se hubiera hallado con vida la criatura. Excusáronse algunos con la falta de artífice que supiera ejecutarlo, otros, con que no se habían acordado. Entonces el vizconde, reprendiendo el descuido y, movido sin duda de superior impulso, sacó el puñal y, rasgando por un lado el vientre de aquel cadáver, asomó al punto por la herida una tierna manecita cuyos movimientos denotaban estar aún con vida el que yacía en aquel cadáver. Tiraron de ella blandamente y salió a la luz ¡O soberana maravilla! Un niño tan hermoso que a su vista se convirtió todo el pasado llanto en gozo, el dolor en regocijo y las lágrimas en alegrías …”. A continuación, el padre Echeverz recoge la tradición de que el suceso ocurrió, según unos, a las veinticuatro horas del fallecimiento de la madre, o a los tres días, según otros.

Al respecto, hemos de recordar que la legislación, desde el Código de Justiniano en el siglo VI, prescribía: Si mater in partu moritur, incidatur. Tanto desde el punto de vista teológico, como por parte del derecho civil se insistió en ello, por diferentes motivos.

Por lo que se refiere a las fuentes visuales o grabadas de estas pinturas, está claro que debieron existir, si bien no figuran en los repertorios de iconografía mercedaria. Es posible que se trate de estampas sueltas, quizás realizadas con motivo de su inclusión en el Martirologio Romano en 1657 o con la declaración de su fiesta en 1681. Ambas circunstancias debieron ser aprovechadas desde la orden para estampar planchas conmemorativas en aras a la extensión de su culto, antes reservado sólo para los mercedarios. Xilografías populares y calcografías del siglo XVIII, como la de Agustí Sellent, así como litografías decimonónicas presentan el pasaje del nacimiento del santo en escenas de su vida en torno a su imagen, recordando a las wundervita, o vidas admirables, tan abundantes en tiempos de la Contrarreforma.