Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
No me hagas pensar
En la actualidad muchas personas utilizan como equivalentes las expresiones “yo pienso” y “yo siento”. La expresión “yo pienso” es racional y lógica, mientras que “yo siento” es emocional. Las dos expresiones son aceptables e incluso complementarias, siempre que no se confunda el pensar con el sentir. Esto último suele ocurrir cuando el pensamiento está afectado por una carga emocional que le resta rigor y objetividad.
Últimamente proliferan los estudiantes que rehúyen la actividad de pensar, expresando sus ideas no por la vía cognitiva, sino por la afectiva. Esta alteración suele tener consecuencias preocupantes, como, por ejemplo, respuestas reactivas ajenas al comportamiento racional y voluntario; racionalización del deseo (se inventan “razones” en la dirección marcada por el deseo); el sentimiento del momento como único criterio de decisión.
Los jóvenes de ahora se defienden de su pasiva actitud mental alegando que pensar es una fuente de problemas: produce cansancio crónico, complica su vida tranquila y les da mala imagen en el grupo de amigos, donde son vistos como “pitagorines” presuntuosos.
El testimonio del profesor Jaime Nubiola, corrobora la existencia de esa mentalidad en bastantes alumnos: “Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar –vienen a decir– si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día y divertirse lo que uno pueda.”
La postura de los estudiantes de renunciar a las ideas propias para ahorrarse problemas y tener éxito se suele mantener en la época de búsqueda de empleo. Una viñeta humorística de Quino sobre una entrevista de trabajo lo refleja de forma genial:
“-¿Y usted, joven, posee ideas propias?
- No, no, yo alquilo.
-Estupendo, porque aquí no queremos sorpresas.”
Estos jóvenes no son conscientes de que están siendo influidos por la “cultura” del posmodernismo, que valora el sentimiento por encima de la razón y lo útil por encima de lo verdadero. También les suele afectar la subcultura del instantaneismo hedonista (polarización en el instante placentero) en la que no tiene cabida el esfuerzo de pensar.
A estas influencias se suma el mito del espontaneismo. La conducta espontánea sería la conducta natural y sincera, mientras que la conducta no espontánea sería artificial y engañosa. Se ignora así que la espontaneidad es muchas veces una conducta precipitada en la que la reflexión está ausente.
La costumbre de no pensar denota una pereza mental que está creciendo a medida que avanza la tecnología audiovisual, especialmente cuando se utiliza de forma abusiva e indiscriminada.
Jóvenes y menos jóvenes corremos el riesgo de quedar reducidos a simples elementos receptivos de información, sin actitud para cuestionarla y sin disposición para el aumento del pensamiento creativo. Nos estamos acostumbrando a repetir mecánicamente lo que dice internet, sin analizarlo o contrastarlo.
El profesor Nubiola añade que detrás de la actitud de renuncia a pensar por cuenta propia está “un estilo de vida juvenil notoriamente superficial y efímero y enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir”.
El problema sería menor si en todas las escuelas se enseñara a pensar. Poseer ese aprendizaje ayudaría a los estudiantes a contrarrestar las influencias ambientales que les empujan a la pasividad mental. Sugiero un objetivo que me parece fundamental: que las escuelas promuevan sujetos activos del aprendizaje y con mente abierta, capaces de pensar de forma crítica.
El pensamiento verdadero implica diálogo consigo mismo y con los demás. El diálogo es un juego de preguntas y respuestas; requiere aprender a preguntar, aprender a escuchar y aprender a responder.
Es muy importante fomentar la actitud de preguntar en la familia y en la escuela desde edades tempranas, y que se vea correspondida por las pacientes respuestas de padres y profesores. Omitirlas sería matar la naciente curiosidad y la predisposición a pensar. Un ejemplo: “¡niño, no sigas con tus porqués y ponte un videojuego!”.
Junto a la pregunta, hay otros medios para aprender a pensar: la resolución de problemas; el uso de algunas técnicas de trabajo intelectual como, por ejemplo, la elaboración de esquemas y mapas conceptuales; la utilización de metodología participativa (la discusión dirigida y el debate, principalmente).
A los jóvenes les estimularía saber que quien piensa por cuenta propia realiza más descubrimientos, se hace más libre y menos manipulable.