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Francisco Varo, Profesor de la Facultad de Teología y capellán mayor

Francisco, de Asís y Javier

jue, 14 mar 2013 17:22:00 +0000 Publicado en Expansión

¡Tenemos Papa! Después de una simpatía tan cercana como la de Juan Pablo II y de una agudeza intelectual tan preclara como la de Benedicto XVI, una nueva genialidad del Espíritu Santo nos ha regalado a Francisco I. Hasta en la elección del nombre nos ha sorprendido.

San Francisco es un santo popular. El pobrecito de Asís sugiere amor, aire fresco, sencillez y humildad. Francisco es el santo amigo de los pobres, generoso, que da todo sin reservarse nada, amante de la naturaleza, del hermano sol y de la hermana luna, del hermano lobo, imagen limpia del ideal evangélico. La humanidad de nuestro tiempo, tan manchada por ambiciones humanas, tantas veces insensible ante las necesidades de cada ser humano, necesitaba un nuevo Francisco de Asís.

Pero en el corazón de Jorge Mario Bergoglio, el primer papa jesuita, el nombre de Francisco está también, sin duda, ligado a Francisco Javier, ese navarro intrépido, que emprendió la aventura de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. Un hombre de fe, que no comprendía que hubiera quienes gastasen su tiempo en discusiones bizantinas en las aulas de las academias teológicas de París, mientras que faltaban manos para administrar el bautismo a las gentes sencillas de la India y del extremo oriente, que estaban acogiendo con gozo la predicación del Evangelio.

Francisco I es el papa de la Iglesia Católica, es decir universal, abierta a todos. Con su sencillez, Francisco de Asís se ganó la confianza del sultán y sus frailes fueron buenos amigos de los musulmanes del imperio turco, donde han custodiado los Santos Lugares hasta el día de hoy. Francisco de Javier hizo una siembra de paz y solidaridad en tierras de tradiciones religiosas y culturales muy diversas a la occidental, cuyos frutos están todavía a la vista.

De alguna manera, el nombre de Francisco sugiere caminos para la afrontar los grandes retos que hoy se presentan a la Iglesia: el reto de la reforma y la conversión, para ser siempre plenamente evangélica, y el reto del diálogo con las culturas y religiones del mundo. Francisco de Asís y Francisco Javier lo afrontaron con éxito porque su primera prioridad fue la santidad: confiar en la oración y en la acción de la gracia de Dios. En el primer diálogo del papa Francisco I con el pueblo cristiano, congregado ayer en la Plaza de San Pedro, también la oración fue la primera prioridad: oración por el Papa emérito, bendición para el pueblo, pero también, esa escena conmovedora, en la que el Papa pidió con sencillez franciscana la limosna de la oración por él y se inclinó para recibirla.

El testimonio de unidad que ha ofrecido la Iglesia Católica en unos tiempos donde los  compromisos sinceros son difíciles entre los distintos modos de pensar, ya sea en el ámbito de la política, de las relaciones laborales, o de la cultura, obliga a reflexionar. Su elección, por más de dos tercios de los cardenales electores en sólo cinco votaciones, deja bien claro el amplísimo consenso y la confianza que su perfil genera entre los hombres que mejor conocen la situación de la Iglesia y del mundo en los cinco continentes. El alegre recibimiento del pueblo romano al asomarse a la Plaza de San Pedro para impartir su primera bendición apostólica ratifica ese plebiscito de la cristiandad. Al nuevo Papa no le faltará la asistencia del Espíritu Santo, la protección de la Virgen María, y el apoyo de la oración y el cariño del pueblo cristiano.