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Pablo Blanco Sarto, Doctor en Teología y Filosofía en la Universidad de Navarra y biógrafo español de Benedicto XVI

Desde el fin del mundo

jue, 14 mar 2013 10:56:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Esa fue la broma que hizo nada más salir a la loggia delle benedizioni. Un jesuita venido «del fin del mundo» ha sido elegido como romano pontífice. Será el obispo de todos los romanos y el papa de todos los católicos. Jorge Mario Bergoglio ha escogido para sí el nombre de Francisco I.  ¿Y por qué no Ignacio o Javier, como buen jesuita? Pero también nuestro Francisco Javier puede ser una buena referencia para este pontificado. A pesar de que el arzobispo de Buenos Aires no salía en casi ninguna de las quinielas de los vaticanistas, todo el mundo clamaba por un papa misionero. En este sentido, han acertado y lo sentimos muy cercano a nuestra tierra. La Providencia ha querido además de que el nuevo papa fuera escogido entre las dos Javieradas. Por eso este papa italo-argentino lo sentimos también algo navarro en sus orígenes.

Pero ha querido llamarse Francisco, como el de Asís. El poverello, el pobrecico que diríamos aquí, fue capaz de reformar la Iglesia, de reconstruirla. En la Porciúncula construyó una iglesia con sus propias manos, y con su mensaje de pobreza renovó la Iglesia entera. Tal vez en un mundo en crisis (no solo económica) este mensaje puede ser el más necesario. Francisco buscaba además la armonía de la naturaleza. Llamaba al sol, Hermano Sol; a la luna, Hermana Luna; al lobo, Hermano Lobo. Como salidos de las manos de Dios los veía como hermanos. En el momento actual hemos perdido esa hermandad con la naturaleza y el medio ambiente. Un papa Francisco puede recordar esta necesidad de hacer las paces con la naturaleza, también en cuestiones bioéticas. Uno de los principales temas del papa Ratzinger puede convertirse en una de las prioridades del papa Bergoglio.

También la paz. Francisco procuró establecer la paz con los musulmanes y murió en Tierra Santa. En momentos en que el fundamentalismo de cuño islámico (que, según Ratzinger debe más a la ideología que al islam) un papa buscador de la paz puede ser visto como un signo profético. Pero también es necesaria la paz en la Iglesia. Los grupos y las sensibilidades están a veces por encima de la llamada de Jesús "para que todos seamos uno". No acabamos de vivir la espiritualidad de comunión que propuso el Vaticano II y que Juan Pablo II señaló como una de las señas de identidad para el tercer milenio. Esto viene exagerado por los medios de comunicación, que solo ven en la Iglesia una ONG o una organización política. No entienden que Jesús la fundó con una finalidad espiritual. No ven que él mismo dijo que había que "dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".

El nombre de Francisco puede evocar este deseo de unidad, de verdadera comunión dentro de la Iglesia. Si todos caminamos juntos, en la misma "compañía", podremos cumplir mejor la voluntad de Cristo. "La Iglesia es de Jesucristo, no nuestra", repetía con frecuencia Benedicto XVI. Tal vez lo olvidamos con frecuencia. Al no tener en cuenta el espíritu de Javier y de Francisco, el espíritu de Jesús, convertimos a su Esposa en una guerra de guerrillas, en un enfrentamiento entre distintos bandos. El puente tendido ahora entre Europa y América -el pasado y el presente puede ser el símbolo de otros tantos puentes que deben ser construidos dentro de la Iglesia. Cualquier peregrino entiende muy bien la necesidad de un puente, sobre todo ahora que bajan crecidas las aguas. Francisco I puede ser un buen pontífice, un buen constructor de puentes.