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Una reflexión sobre el feminismo

12/03/2021

Publicado en

ABC, ABC Sevilla, La Voz de Cádiz

Ana Marta González |

Catedrática de Filosofía moral y directora del proyecto Cultura emocional e identidad en Instituto Cultura y Sociedad - Universidad de Navarra

Hace años, Norberto Bobbio sorprendió con la publicación de un pequeño libro titulado 'Elogio de la templanza'. Resultaba llamativo que un académico dedicado principalmente a cuestiones de filosofía del derecho, decidiera reivindicar la trascendencia pública de una virtud aparentemente privada como la templanza. Sin embargo, la importancia de esta virtud para la credibilidad de las palabras y acciones de cualquier persona está fuera de duda. Podemos pensar en los tuits reactivos del anterior inquilino de la Casa Blanca, pero también en la incontinencia verbal y gestual de tantos representantes políticos, que, por sí sola, lleva a poner en duda la prudencia de sus decisiones.

Lo que atrae momentáneamente la atención mediática no necesariamente consolida la credibilidad de una persona o de una causa, la confianza en su capacidad para sobreponerse a su ego, y desarrollar un sentido claro de justicia. Y esto me lleva a pensar en las restricciones que la situación de pandemia ha impuesto a la conmemoración del 8 de marzo. No es una mala noticia que se haya impuesto la sensatez, y que, por causas de fuerza mayor, la conmemoración de esa fecha deba encauzarse de otro modo, acaso dando mayor espacio a la reflexión.

De hecho puede ser una buena noticia; un signo de que, más allá de la pasión hay espacio para la razón. Pues lo cierto es que algunas manifestaciones que, con ocasión de esta fecha, han tomado la calle en el pasado reciente fácilmente podrían dar lugar a pensar lo contrario. Ciertamente, en la transición del trato personal a los fenómenos de masas siempre se produce un descenso cualitativo. Ya lo hacía notar Simmel: en esas condiciones, los hombres se igualan por lo más bajo. Habría que valorar, por tanto, qué clase de conmemoraciones contribuyen en mayor medida al avance de la igualdad. Pues lo cierto es que, a causa de su destemplanza, algunas expresiones públicas más o menos festivas hacen un flaco favor a la causa de las mujeres, expulsando de su órbita a muchas personas –hombres y mujeres— que en otras condiciones y con otros argumentos sin lugar a dudas prestarían su apoyo. Rechazar la templanza como si fuera un rasgo burgués es tener de la templanza una idea bastante pobre, precisamente burguesa.

La cuestión es ir más allá de la afirmación de la propia idiosincrasia y hacer un esfuerzo por pensar qué manifestaciones generan consenso y cuáles división. Conviene recordar que las causas que se presentan bajo la bandera de la justicia pierden legitimidad si no logran convencer con argumentos, si no logran mostrar su alcance universal. Que las emociones y la imagen sean expresivas de razones no nos exime de la tarea interpretarlas, lo cual nos devuelve al terreno de la razón: si abandonamos este terreno, solo queda la fuerza. Y, justamente, si algo debería significar el avance histórico de las mujeres es que, en cuestiones de convivencia entre humanos, la fuerza no debe tener nunca la última palabra.