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Rafael Alvira, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Navarra

Enrique de Sendagorta, grandeza de espíritu

«Su impresionante currículum deja entrever un poco de su servicio al bien común y a España, por la que tenía el amor de un verdadero patriota, siempre inclusivo: Plencia, el País Vasco (tenía mucho más de ocho apellidos vascos), España, Europa, el mundo entero»

 

jue, 11 ene 2018 18:29:00 +0000 Publicado en ABC

LIBERTAD, creatividad y progreso son conceptos que articulan nuestra cultura actual. Pero -como le gustaba recordar a Linneonada se puede contra la Némesis. Si esos conceptos no son contrapesados por docilidad, aprendizaje, tradición, el ser humano se autodestruye.

Saber conjugarlos es lo propio de quien tiene lo que Séneca consideraba la principal de las virtudes: grandeza de espíritu. Y esa era la característica central de Enrique de Sendagorta, una figura excepcional de la historia reciente de España, que nos ha dejado el día 5 de enero.

Brillante y joven ingeniero naval, fue creador e impulsor de empresas: Sener, empresa puntera de la ingeniería en España, y ya multinacional, modelo empresarial por su atención a la persona y por su perfección técnica, que fue la «niña de sus ojos»; Petronor, etc.; directivo principal de otras: La Naval, Banco de Vizcaya¿; en el campo universitario, presidente del Instituto Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra, una institución original y por tiempo única en el mundo, en la que la riqueza de su personalidad pudo desplegarse. Perteneció además -como director general en el Ministerio de Comercioal pequeño grupo de personas que llevó a cabo lo que se llamó el «milagro económico español».

El impresionante despliegue de la España contemporánea hubiera sido imposible sin su concurso callado y sin búsqueda de medallas. Su impresionante currículum deja entrever un poco de su servicio al bien común y a España, por la que tenía el amor de un verdadero patriota, siempre inclusivo: Plencia, el País Vasco (tenía mucho más de ocho apellidos vascos), España, Europa, el mundo entero.

Todo lo grande se gesta fuera de la apariencia y del ruido; pero, precisamente por ello, lo que después aparece y la palabra que acompaña se muestran como verdaderas, consistentes, bienhechoras.

Enrique de Sendagorta ha sido un hombre grande, y lo ha sido en las tres dimensiones que nos constituyen. En el carácter: inteligencia profunda y amplia, voluntad fuerte, sentimientos exquisitos, facilidad para la palabra, extraordinaria afición por la lectura, el arte y el deporte, capacidad innata de innovar y de dirigir -dos cualidades que no siempre van juntas-, simpatía, cordialidad y un largo etc.

Después, el aprendizaje, que da la perfección de los hábitos y que configura el estilo de un hombre. Durante sus 93 años de vida no cesó de aprender, con un interés universal y serio a la vez, como un permanente niño que se abre a la vida. Era éste un rasgo muy marcado y precioso de su personalidad.

La tercera dimensión es la fuente oculta que dirige a las otras dos: la interioridad. Ella está compuesta por la ética y la religión, imposibles de desarrollar si no se encarna eso que clásicamente se denomina amor verdadero. Es difícil ser justo sin él, y es imposible tenerlo sin un Dios que te lo dé, pues él es inalcanzable para nuestras fuerzas. Enrique tenía, por encima de todo, un corazón inmenso, con un amor verdadero por todos y por todo, empezando por ese Dios que se lo daba.

En el carácter, completo. En el estilo, perfecto. En la interioridad, íntegro. En total, la sencilla grandeza de quien se esforzó en vivir con perfección, no en la vida ordinaria, sino ella misma, según el espíritu de SanJosemaría.

El error principal de nuestra cultura futurista, tecnológica y obsesionada por la riqueza es el descuido de la familia. Sus consecuencias las estamos viviendo ya en mil detalles visibles u ocultos; en conjunto, esta es una civilización con fecha de caducidad. Al contribuir al bien común de la manera más fundamental, es decir, aportando niños y educándolos, ella contribuya a la vez a que la persona logre esa serenidad, equilibrio, alegría, seguridad, que son base de la felicidad. Enrique de Sendagorta formó una familia extraordinaria, junto con su mujer, María Luz Gomendio, persona maravillosa. Tuvieron seis hijos, y si se añaden nietos y biznietos, la cifra se eleva a sesenta y ocho. Enrique vive en ellos, en sus empresas y en los que lo hemos querido con todo el corazón.