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Paz, Palabra, Misericordia. Palabras a escribir con mayúscula

04/02/2022

Publicado en

OMNES

Ramiro Pellitero |

Profesor de la Facultad de Teología

Tres enseñanzas del Papa cabe destacar en enero, con tres palabras, que, en efecto, merecen ser escritas en mayúsculas: Paz, Palabra y Misericordia. Corresponden al mensaje para la Jornada de la paz, el primer día del año, a la celebración del Domingo de la Palabra, y a la Jornada mundial del enfermo.

Resumamos las enseñanzas del Santo Padre con esas tres ocasiones.

El camino de la paz: diálogo, educación y trabajo

El mensaje para la 55ª Jornada Mundial de la Paz (1-I-2022) se titulaba: Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera.

Ya Pablo VI afirmó que el camino de la paz tenía un nuevo nombre: el desarrollo integral del hombre y de todos los pueblos (cfr. encíclica Populorum Progressio, de 1967, n. 76).

Sin embargo, todavía hoy, advierte Francisco, las guerras, las enfermedades pandémicas, la degradación del medio ambiente, etc., no han conseguido cambiar “un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario” (n. 1 del mensaje de Francisco), sin escuchar “el clamor de los pobres y de la tierra”.

Al mismo tiempo el obispo de Roma recuerda que la construcción de la paz es algo que nos afecta a todos, también personalmente: “Todos pueden colaborar en la construcción de un mundo más pacífico: partiendo del propio corazón y de las relaciones en la familia, en la sociedad y con el medioambiente, hasta las relaciones entre los pueblos y entre los Estados”.

Y propone para ello tres caminospara construir una paz duradera: “El diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos. En segundo lugar, la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo. Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana”. Tres caminos, por cierto, muy “andados” por el actual sucesor de Pedro.

Diálogo entre generaciones

Ni el individualismo, ni la indiferencia egoísta ni la protesta violenta son soluciones. La actual crisis sanitaria ha traído, junto la soledad de los mayores el sentimiento de impotencia y la falta de un ideal común de futuro, también la falta de confianza. Pero también hemos visto ejemplos maravillosos de solidaridad. Es necesario el diálogo. Y “dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos” (n. 2). Esto es posible al unir la experiencia de los mayores con el dinamismo de los jóvenes. Pero se requiere nuestra voluntad, la de todos, para atender más allá de los intereses inmediatos, de los parches o soluciones rápidas, en favor de proyectos compartidos y sostenibles. Los árboles sólo pueden dar frutos a partir de las raíces. Y esas raíces se fortalecen con la educación y el trabajo.

“Es la educación” –observa el sucesor de Pedro– “la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común” (ibid.).

Invertir en educación y fomentar la “cultura del cuidado”

Por eso es lamentable que, mientras aumentan los gastos militares, los presupuestos para la instrucción y la educación hayan disminuido considerablemente en los últimos años; siendo así que se trata de la mejor inversión, porque son “las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso” (ibíd., 3).

Se impone, por tanto, un cambio de estrategias financieras en relación con la educación, junto con la promoción de una “cultura del cuidado” (cfr. encíclica Laudato si’, 231). Es importante lo que dice aquí el Papa: esa cultura puede ser el lenguaje común para un diálogo que rompa barreras y construya puentes. Pues, como ha dicho en otras ocasiones, “un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación” (encíclica Fratelli tutti, n. 199).

Es necesario, propone Francisco, forjar un nuevo paradigma cultural a través de “un pacto educativo global” que implique a todos y promueva una ecología integral según un modelo de paz, desarrollo y sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno (cfr. Videomensaje al Global Compact on Education. Together to Look Beyond, 15-X-2020). Así, al mismo tiempo los jóvenes podrán ocupar un lugar adecuado en el mundo del trabajo

Promover y asegurar el trabajo

El trabajo construye y mantiene la paz porque es expresión de uno mismo y a la vez compromiso de colaboración con otros. La situación laboral ha sufrido un durísimo golpe con la pandemia de Covid-19. Especialmente aquellas personas que viven de trabajos precarios, como muchos migrantes se han quedado desprotegidos en medio de un clima de inseguridad. Y a todo esto solo puede responderse promoviendo un trabajo digno. “Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad” (Mensaje del Papa, n. 4).

Esto supone un reto para todos: para los trabajadores y para los empresarios, para el Estado y las instituciones, para la sociedad civil y los consumidores. Sobre todo para la política, llamada a busca el justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y –señala el Papa Bergoglio– “todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia” (ibid.).

La Palabra revela a Dios y nos lleva a los demás

El 23 de enero se celebró el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco para el tercer domingo del tiempo ordinario. En su homilía el Papa destacó dos aspectos.

-La Palabra reveladora de Dios.

Primero, la Palabra revela a Dios: “Nos revela el rostro de Dios” –señala Francisco– “como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino”. No como un tirano que se encierra en el cielo, ni como un frío observador imperturbable, un dios neutral e indiferente. Es el “Dios con nosotros”, Palabra hecha carne, que toma partido a nuestro favor y se involucra y compromete con nuestro dolor, el “Espíritu Amante” del hombre.

Como portavoz cualificado de esa Palabra en la Iglesia, el Papa se dirige a sus oyentes, a cada uno de nosotros, personalmente: “Él es un Dios cercano, compasivo y tierno, quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades. Él te hace caminar, no dentro de un laberinto, más bien por el camino, para encontrarlo cada día”.

Y por eso nos pregunta Francisco si llevamos en el corazón y trasmitimos en la Iglesia esta “imagen” verdadera de Dios, envuelta en la confianza, misericordia y alegría de la fe. O si, por el contrario, le vemos y mostramos de un modo riguroso, envuelto en miedo, como un falso ídolo que ni nos ayuda ni ayuda a nadie.

–La Palabra nos pone en una sana crisis.

En segundo lugar, la Palabra nos lleva al hombre. Cuando comprendemos que Dios es compasivo y misericordioso, vencemos la tentación de una religiosidad fría y exterior, que no toca ni transforma la vida. “La Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios”.

Esto es lo que hizo y dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando reveló que “Él es enviado para ir al encuentro de los pobres –que somos todos nosotros– y liberarlos”. No vino a entregar una serie de normas sino a liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma. “De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo.

La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros”. Y no habla el Papa de teorías: “Cuánto dolor sentimos al ver morir en el mar a nuestros hermanos y hermanas porque no los dejan desembarcar”.

Continúa metiendo la espada en el alma: “La Palabra de Dios nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del ‘no hay nada que hacer’ o del ‘¿qué puedo hacer yo?’ o del ‘es un problema de ellos o de él’. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre”.

Además de la rigidez, que para Francisco es típica del pelagianismo moderno, también a la Palabra de Dios se opone toda “espiritualidad angélica” o desencarnada, propia de los movimientos neo-gnósticos. Con una expresión bien gráfica la describe el Papa: “Una espiritualidad que nos pone ‘en órbita’ sin cuidar de nuestros hermanos y hermanas”.

Bien distintos son los frutos de la Palabra de Dios: “La Palabra que se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14) quiere encarnarse en nosotros. No nos aleja de la vida, sino que nos introduce en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta, para no ser cristianos indiferentes sino laboriosos, cristianos creativos, cristianos proféticos”.

La Palabra de Dios no es letra muerta, sino espíritu y vida. Con palabras de Madeleine Delbrêl (mística francesa que trabajó en los ambientes obreros de Paris, falleció en 1964 y actualmente está en proceso de beatificación), dice Francisco que “las condiciones de la escucha que reclama de nosotros la Palabra del Señor son las de nuestro ‘hoy’: las circunstancias de nuestra vida cotidiana y las necesidades de nuestro prójimo”

Todo ello nos compromete, señala el Papa, primero a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral, a escucharla y desde ahí a escuchar y atender las necesidades de los demás.

Acompañar a los enfermos con misericordia

Finalmente, en su mensaje para la XXX Jornada Mundial del Enfermo (11 de febrero de 2022), el sucesor de Pedro se hace eco de las palabras del Evangelio: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Y nos invita concretamente a “estar al lado de los que sufren en un camino de caridad”.

Jesús, misericordia del Padre

Nos pide Francisco que seamos “misericordiosos como el Padre”, cuya misericordia “tiene en sí misma tanto la dimensión de la paternidad como la de la maternidad (cfr. Is 49,15), porque Él nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre, siempre dispuesto a darnos nueva vida en el Espíritu Santo”.

A continuación se pregunta el Papa porqué Jesús, “misericordia del Padre”, atendía especialmente a los enfermos hasta el punto de formar parte este cuidado, junto con el anuncio de la fe, de la misión de los apóstoles (cf. Lc 9, 2).

Esta vez responde citando a E. Lévinas: “El dolor aísla completamente y de este aislamiento absoluto surge la llamada al otro, la invocación al otro” (Una ética del sufrimiento, París 1994, pp. 133-135). Y evoca el Papa a tantos enfermos que han sufrido en la soledad de la pandemia.

Los agentes y los centros sanitarios

Todo esto cobra una especial relevancia para los agentes sanitarios(médicos, enfermeros, técnicos de laboratorio, auxiliares de los pacientes, y tantos voluntarios), “cuyo servicio al lado de los enfermos, realizado con amor y competencia, trasciende los límites de la profesión para convertirse en una misión”.

Añade como hablándoles a todos y a cada uno: “Vuestras manos, que tocan la carne que sufre de Cristo, pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre”, y les invita a ser conscientes de la gran dignidad de esta profesión y de la responsabilidad que conlleva. Ellos tocan la carne de Cristo que sufre.

Apreciando los grandes progresos de la ciencia médica, tanto en los tratamientos como en la investigación y la rehabilitación, el Papa recuerda un principio fundamental. No podemos olvidar que “el enfermo es siempre más importante que su enfermedad y por eso cada enfoque terapéutico no puede dejar de escuchar al paciente, su historia, sus angustias y sus miedos. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestra interés por la persona antes que por su patología”. Y por ello es de esperar que la formación profesional capacite a los agentes sanitarios para saber escuchar y relacionarse con el enfermo.

Francisco subraya la importancia de los centros y las instituciones sanitarias católicas: “En una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, esas estructuras, como casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural”.

Por tantas razones el Papa concluye con una referencia a la pastoral de la salud, si bien visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).