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Entender al arquitecto

02/10/2025

Publicado en

Diario de Navarra

Eduardo Domingo |

Director de Desarrollo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura

Llevo años trabajando entre arquitectos y he conocido ya a muchas generaciones de arquitectos y arquitectas formados en nuestra escuela de la Universidad de Navarra y en otras muchas. Jóvenes o mayores, jubilados o recién graduados, navarros, iberoamericanos, españoles, europeos y asiáticos. Y reconozco que algo tiene esta formación que hace que mi admiración por ella se incremente cada vez más con el paso de los años.

Confieso que yo no podría ser arquitecto. Aunque quizá, por tener una forma de razonamiento comparable, yo también necesito de un lápiz y un papel para pensar. Tal vez sea eso lo que me permite entender bien la sustancia de esta profesión.

Tengo el pleno convencimiento que cada persona ha de estudiar, desarrollar y potenciar las aptitudes que la naturaleza le ha concedido. Quien se conoce bien, elegirá bien. Esa es la garantía de éxito que llevará a una persona a estudiar disfrutando la formación que escoja.
Igualmente, ese acierto en la elección de los estudios, en la formación académica que uno recibe y en la profesión que se elige o se encuentra, nos convierte a muchos en privilegiados e incluso en workaholics. Ese índice se multiplica por cien en el caso de los arquitectos, profesión apasionante como pocas.

El arquitecto construye, pero ¿cómo se construye un arquitecto?

En primer lugar, hay que enseñarle a mirar. A contemplar, a entender las proporciones y las medidas y a que sea capaz de plasmar con un simple lápiz lo que está imaginando en su cabeza. Después, tiene que aprender a entender al ser humano, a la vida y sus necesidades, al cliente. En tercer lugar, debe conocer la historia: lo que se ha realizado y ha sobrevivido exitosamente al tiempo y lo que no lo ha hecho. ¿Qué mejores lecciones para el aprendizaje que las de los éxitos y los fracasos? En cuarto lugar, tiene que aprender la técnica: saber erigir construcciones resistentes, confortables, que aporten bienestar, saber escoger materiales y cómo utilizarlos. En quinto lugar, debe saber integrar todo ello al lugar en que su edificio va a situarse, en concordancia con su entorno, particularidades climáticas, etcétera. Por último, valiéndose de su bagaje, analizará, sintetizará y comprenderá la realidad e información que deberá transformar en una obra de arquitectura: una vivienda, una plaza o una infraestructura cívica.

¡Qué maravilla entender y procesar todo esto! Y lograrlo gracias a esa formación, que es única y de las más completas que existen. Una disciplina creativa que integra conocimientos científicos y humanísticos.

Hurguemos un poco en el cerebro de un arquitecto. Ahí hallaremos el proceso creativo: las incesantes vueltas a cada idea. La espiral de un proceso que sólo se detiene cuando se le obliga a hacerlo, porque lo agita la convicción de que toda idea es siempre susceptible de ser perfeccionada.

Quisiera dejar dos reflexiones a modo de conclusión. La primera es de hecho un reconocimiento a todos los profesores de las escuelas de arquitectura de ayer, de hoy y de mañana, en especial a aquellos de nuestra Escuela de Pamplona. A estos últimos les debemos que nuestros arquitectos, en su mayoría formados en esas aulas, hayan creado la maravillosa ciudad que tenemos. ¡Gracias!

La segunda surge de una frase que una vez escuché decir a alguien: la arquitectura no es una carrera que se estudie en solitario. Así es, en efecto. En arquitectura siempre se trabaja en equipo. Cada miembro de ese equipo aporta lo mejor que tiene a todo ese conjunto de conocimientos, aptitudes y actitudes tan diversas que esta requiere, y que a nivel individual tan imposible resulta dominar. Y hay que tener también muy presente que la arquitectura no sólo se estudia. La arquitectura se vive, y se vive en conjunto: la ciudad, el pueblo, la plaza, el edificio, el parque... se viven en colectivo, de ahí la crucial importancia de tomar conciencia desde las aulas del deber de servicio, guiado por un buen sentido de antropocentrismo, que debe ser siempre el fundamento de la actividad del arquitecto.

Por todo ello, merece la pena conocer, entender y respetar la arquitectura. Con sus virtudes y sus defectos.