Javier Burguete , Profesor de la Facultad de Ciencias, Universidad de Navarra
El contraataque de las pulseras milagro
La prensa se ha hecho eco de artículos sobre las pulseras milagro de "nueva generación". Estas recién llegadas han desembarcado con fuerza y amenazan con convertirse en omnipresentes. Todos tenemos familiares, amigos, conocidos que las llevan. Algunos incluso reconocen que no sirven para nada. Entonces,¿por qué han alcanzado tanto éxito? Puede haber razones estéticas, pero lo preocupante es que alguien las lleve porque cree a pies juntillas en sus bondades.
Para aquellos que no estén familiarizados, estas pulseras pretenden ser capaces de almacenar una frecuencia que favorece las energías positivas del organismo. Y esa congelación de frecuencias la realizan a través de hologramas hechos en un plástico aluminizado. Sin embargo, no aclaran sobre qué frecuencias actúan, ni cómo una pieza de plástico de micras de espesor puede alterar la flexibilidad de la cadera, o el equilibrio, o simplemente qué es la energía positiva. Llevando el razonamiento de sus defensores al límite del absurdo, creo que por fin entiendo por qué cuando olvido las tarjetas de crédito me siento desprotegido y menos flexible a la hora de gastar. Al fin y al cabo llevan hologramas muy parecidos a los de estas pulseras. Y aquí es donde se hace necesaria una reflexión: ¿debemos dejarlo pasar? En mi opinión no. Es más, debemos combatirlo. Es nuestra responsabilidad como científicos, así como la de los profesionales de la salud, médicos y farmacéuticos, decir alto y claro que estos artilugios no poseen, ni pueden poseer, ningún efecto físico. ¿Cómo refutar sus bases científicas? La triste verdad es que son como buñuelos de viento: vacíos de contenido. Realmente no hay nada que rebatir. Las magnéticas al menos alegaban unos potenciales mecanismos físicos, mientras que éstas, muy precavidas, evitan referirse a efectos en la salud. Se apoyan en supuestas ventajas sobre el equilibrio y la flexibilidad, teniendo como objetivo principal a los deportistas y sin estudios que las soporten.
Sus defensores esgrimen el "a Fulanito le funciona". Un argumento al que se puede responder desde la historia. En la Europa de finales del siglo XVIII un tal F. Mesmer "descubrió" lo que él llamó magnetismo animal. Diseñó una terapia al uso con la que consiguió triunfar entre la nobleza de la Francia prerrevolucionaria. Su procedimiento fue propagándose entre la nobleza, con cuchicheos en los salones: "a mí me funciona", "pruébalo y verás cómo mejoras". Para verificar el sistema, el rey de Francia nombró una comisión de científicos entre los que figuraban Antoine Lavoisier y Benjamín Franklin. Esta comisión trató a un grupo de acuerdo a la doctrina de Mesmer. E hizo que otro grupo, sin decírselo, pasara por un proceso similar en el que estaba ausente el tratamiento. La conclusión fue tajante: "majestad, no hay diferencia". Ese fue el fin del mesmerismo. Igualmente, para afirmar que las pulseras actuales son eficaces deberían someterse a un "test doble ciego", ya que cualquier terapia que no sea capaz de pasar este test sólo puede producir resultados debidos a la sugestión o al efecto placebo. Es deprimente lo poco que hemos evolucionado en 250 años.
Si nos preguntamos cuál es el coste de un placebo, es sorprendente saber que en el año 2005 (antes del "boom") las pulseras magnéticas generaron unos mil millones de dólares en todo el mundo. Así que nadie se piense que de un día para otro van a esfumarse. Un negocio así no desaparecerá espontáneamente. Quisiera pedir una utopía: incluir un "consentimiento informado" al comprar estos chismes. Donde figuraran, en letra muy clara, sus efectos: "Al comprador se le ha informado de que estas pulseras no tienen ningún efecto físico demostrable y su eficacia se basa en el efecto placebo". ¿Se lo imaginan? Yo tampoco.