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Cooperador de la verdad. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI

02/01/2023

Publicado en

ABC

Francisco Varo |

Profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea

Joseph Ratzinger (Marktl am Inn, 1927) falleció en Roma el día 31 de diciembre de 2022. Fue un hombre de inteligencia preclara. Enamorado de la verdad y comprometido con ella. Abierto al diálogo. Era capaz de presentar de modo claro y asequible su pensamiento, a la vez que escuchaba con interés y prestaba atención a puntos de vista distintos al suyo. Amante de la música clásica. Discreto, e incluso un poco tímido. Hombre de Dios, arraigado en una fe sólida que compatibilizaba de modo admirable con una mente abierta.

Entre 1939 y 1943 cursó estudios en el seminario menor de San Miguel en Traunstein. Una vez terminada la segunda guerra mundial, regresó al seminario y completó sus estudios de filosofía y teología en las universidades de Frisinga y Múnich, donde se interesó especialmente por el estudio de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. Ordenado sacerdote, junto con su hermano Georg, en 1951. Hizo su tesis doctoral sobre la Iglesia como Pueblo de Dios en san Agustín, y posteriormente se dedicó a la investigación de la cristiandad medieval en su tesis de habilitación sobre la teología de la historia de san Buenaventura. Este trabajo encontró algunos problemas e incomprensiones porque sus intuiciones y enfoques rompían esquemas muy arraigados en la teología de su época.

Al comienzo de su trayectoria académica fue profesor de Teología Fundamental en Bonn, y en 1963 se trasladó a Münster. El cardenal Josef Frings de Colonia lo tuvo como asesor teológico durante el Concilio Vaticano II donde sus aportaciones tuvieron un peso decisivo, especialmente en la redacción de las dos grandes constituciones dogmáticas: Lumen Gentium, sobre la Iglesia, y Dei Verbum, sobre la Revelación divina. Posteriormente, su escritos lo convirtieron en una referencia indiscutible para conocer el rumbo de la teología posconciliar, en especial, en los campos de la Eclesiología y la Escatología. Al año siguiente de la conclusión del Concilio, en 1966, obtuvo la cátedra de teología en la universidad de Tubinga, y tres años más tarde se trasladaría a Baviera, su tierra de origen, para ocupar una cátedra de la universidad de Ratisbona en la que llevó a cabo una amplia labor docente e investigadora hasta su nombramiento como obispo.

En marzo de 1977 fue nombrado obispo de Múnich y Frisinga, y pocos meses después el papa Pablo VI lo creó cardenal. El 25 de noviembre de 1981 Ratzinger fue llamado por Juan Pablo II a Roma, donde se convertiría en el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de Fe, oficio en el que permaneció hasta su elección como Romano Pontífice. Mientras desempeñaba esas tareas en la Santa Sede vivió en Pamplona unos días, con motivo de su nombramiento como Doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, que tuvo lugar el 31 de enero de 1998.

El cónclave reunido tras la muerte de Juan Pablo II, lo eligió como Papa el 19 de abril de 2005. En sus primeras palabras desde el balcón de la Basílica de San Pedro se presentó a sí mismo como un “humilde trabajador de la viña del Señor”. En efecto, así fue su pontificado. Un servicio humilde, discreto, a la vez que dotado de una gran luminosidad intelectual, al servicio de la Iglesia y del mundo. Tuvo que hacer frente a grandes desafíos. Algunos internos, como la plaga de los abusos sexuales por parte de algunos miembros de la Iglesia que deberían haber sido modelo de vida y fueron piedra de escándalo, o las tristes intrigas y conflictos dentro de la curia romana. Pero, sobre todo, desafíos externos que afectaban a la credibilidad de la fe cristiana en un mundo cada vez más secularizado, frente a una cultura postcristiana e incluso hostil al cristianismo.

Renunció al Pontificado en 2013 y desde entonces llevó una vida retirada de oración en el Monasterio Mater Ecclesiae, dentro los muros de la Ciudad del Vaticano. Descanse en paz. Con el paso del tiempo la historia valorará la aportación de este hombre sencillo y bueno que sólo quiso ser, como rezaba en su escudo pontificio, uno de los “cooperadores de la verdad” que el mundo necesita. Pero sobre todo, lo valorará aquel que es Juez de vivos y muertos.