28/08/2025
Publicado en
El Norte de Castilla y El Diario Montañés
José Manuel Cabrero |
Director de la Cátedra Madera Onesta
Dejar que un bosque crezca sin control no es protegerlo, sino abandonarlo, haciendo que se convierta en una masa de combustible que facilita su desaparición
Hay un viejo dicho en el mundo forestal que afirma que «el bosque que tiene valor no arde». La actual ola de incendios en España, que ha arrasado más de 400.000 hectáreas en 2025, tiene su origen en múltiples factores. Por un lado, el factor humano, ya que el 96% de los fuegos son provocados por la actividad del hombre, a menudo por negligencia o accidente. Por otro, las condiciones climáticas extremas, como las olas de calor, la sequía prolongada y los fuertes vientos, que crearon, por desgracia, el escenario perfecto para una propagación descontrolada.
2025 se ha convertido en el peor año en dos décadas, según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS). Esto no significa que se produzcan más incendios, sino que los que hay son más grandes, rápidos y virulentos. Los expertos los llaman incendios de sexta generación: fuegos tan masivos que superan la capacidad de extinción tradicional y, en ocasiones, crean sus propias condiciones meteorológicas (pirocúmulos).
Sin embargo, no se trató solo del calor. Hubo otro ingrediente fundamental, el bosque, un factor en el que la prevención constituye la herramienta más potente. Reducir el riesgo de estos megaincendios pasa por una gestión forestal activa, que incluye la limpieza del sotobosque, el clareo de árboles y la creación de discontinuidades para frenar el fuego. Y para que esta gestión sea posible, es vital educar a la sociedad. Debemos comprender que dejar que un bosque crezca sin control no es protegerlo, sino abandonarlo, haciendo que se convierta en una masa de combustible que facilita su desaparición.
Entre 2009 y 2022, el peso de la prevención en el presupuesto de lucha contra incendios se desplomó del 47% al 30%. Es necesario ampliar la perspectiva, y entender cómo la prevención también es la gestión forestal que mantiene la salud del bosque. Esta gestión no es un simple gasto, sino una inversión que genera riqueza en nuestro patrimonio natural, creando un valor sostenible y a largo plazo para el territorio y sus comunidades.
La gestión forestal inteligente y sostenible no implica una tala indiscriminada, sino un cuidado responsable que beneficia a todos. Los beneficios son claros: menor riesgo de incendios, mayor protección de los bosques y de su biodiversidad, y generación de riqueza, al crear empleos verdes en el mundo rural, luchando así contra la despoblación.
Una riqueza que proviene una economía circular basada en los recursos del monte. Hablamos del uso de la madera para construcción, mobiliario y energía renovable (biomasa forestal), así como de productos no madereros como resinas, corcho, setas, miel o frutos del bosque. A pesar de ser el segundo país de la UE con mayor superficie forestal, España tiene un gran potencial desaprovechado, importando gran parte de la madera que consume, un verdadero contrasentido. La inversión en este sector es fundamental para la prosperidad rural.
Desde la Cátedra Madera Onesta de la Universidad de Navarra, trabajamos en el Proyecto Prisma con el objetivo de impulsar las cadenas de valor forestales de circuito corto y la bioeconomía circular. Esto se enfoca en la gestión forestal multifuncional adaptada al cambio climático . Como parte de este proyecto, se celebrará en Pamplona, los días 8 y 9, el Curso de Verano ‘El valor de los bosques en el siglo XXI’. En última instancia, la gestión forestal sostenible es la clave para garantizar que nuestros bosques y las comunidades que viven de ellos perduren. Proteger la sostenibilidad ambiental, social y económica de estos espacios, haciendo un uso responsable de sus recursos, es invertir en nuestro futuro. Porque un bosque no es solo un ecosistema, es una comunidad, y su prosperidad depende de nosotros.