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"Los alumnos han sido mi pasión"

El profesor Faustino Cordón impartió su última clase el pasado 25 de abril.


FotoManuel Castells/Faustino Cordón, durante la última clase que impartió desde el aula 11.

28 | 04 | 2023

El pasado martes, 25 de abril, Faustino Cordón,  catedrático de Derecho Procesal, impartió su última clase en la Facultad de Derecho de la Universidad. Acompañado por compañeros de claustro, estudiantes, familiares y amigos, cuando cerró la puerta del aula 11 puso punto y final a casi cincuenta años dedicados a la docencia y a la investigación, pero sobre todo, dedicados a sus alumnos.

Faustino Cordón nació en Sartaguda en 1952. Tras una estancia breve en Anguiano (La Rioja), a los cuatro años, al morir su padre, se trasladó con su madre y su hermano pequeño a Villava y allí transcurrió su vida, tutelado por un tío sacerdote. Fue él el que, terminados los estudios de bachillerato en el Instituto Ximénez de Rada de Pamplona, le animó a estudiar Derecho. Agradece Faustino que San Josemaría decidiera fundar la Universidad de Navarra en Pamplona, dado que la situación económica en casa no le hubiera permitido ir a estudiar a otra ciudad; y recuerda con cariño las clases particulares de latín que impartía mientras estudiaba la carrera para cubrir parte de sus gastos. 

Han pasado 53 años desde que en 1970 Faustino Cordón iniciara sus estudios en la Universidad. Al terminar, en 1975, fue nombrado ayudante, se incorporó al departamento de Derecho Procesal con el que fue su maestro, el profesor Gutiérrez de Cabiedes, y comenzó a preparar su tesis doctoral, que defendió en 1977.  Durante su trayectoria, ha compaginado su puesto de profesor en la Universidad de Navarra con la docencia en la Universidad de las Islas Baleares, en la que obtuvo la plaza de profesor adjunto en 1979; y en la Universidad de Alcalá, donde en 1987 obtuvo la cátedra en Derecho Procesal, como dice él, “el Derecho que tutela todos los derechos”.

Incorporado ya de forma estable a la Universidad de Navarra, en 1990 fue nombrado decano de la Facultad de Derecho, en la que puso en marcha la Escuela de Práctica Jurídica e impulsó la implantación de los estudios de posgrado. 

En el momento de ser propuesto para decano, usted pide consejo a don Ismael Sanchez Bella. ¿Qué le dijo?

Yo no tenía ninguna experiencia de gobierno y efectivamente, pedí consejo a don Ismael: “Preocúpate de las personas, todo lo demás vendrá”, me dijo. Y, efectivamente, he podido comprobar durante todos estos años que fue un consejo sabio, fruto de la fidelidad al espíritu fundacional, porque si algo caracteriza a esta Facultad y a la Universidad es poner a la persona en el centro. Ese espíritu es lo que me motivó a quedarme en la Universidad y no desarrollar mi carrera profesional en Madrid, donde se abrían otros horizontes. Aquí estamos para hacer la mejor universidad, pero con espíritu de servicio a los demás. Para mí ha sido un honor y muy emocionante contribuir a tirar del carro para lograrlo.  

¿Cómo ha evolucionado la Facultad de Derecho?

La Facultad y la Universidad han cambiado mucho desde que yo me incorporé como ayudante en 1975 y pienso que para bien. Me tocó convivir con maestros de mucho prestigio y calidad humana: don Álvaro D´Ors, don Amadeo de Fuenmayor, Francisco Sancho , Jorge Carreras, etc.  Cuando se produjo el relevo y hasta el momento actual he compartido el claustro con otros profesores quizá menos conocidos, pero movidos por un mismo espíritu. Unos me han servido de modelo y de todos he aprendido mucho, aunque nunca pude ganarles en generosidad. También he vivido situaciones complicadas, con serias dificultades para la incorporación de profesores; una facultad con muchísimos alumnos y escasez de aulas; y problemas para implantar el nuevo plan de estudios conforme a las directrices de Bolonia. Pero, echando la vista atrás, pienso que todas fueron para bien y de ellas la facultad salió fortalecida. 

¿Qué se lleva de todos estos años?

Muchas cosas, pero los alumnos han sido mi pasión y he intentado siempre estar disponible para ellos. Es lo que más voy a echar de menos, el trato directo con los estudiantes. 

Y, ahora que desde la universidad se están haciendo distintas acciones para fomentar esas vocaciones académicas, ¿cómo motivaría a un alumno para dedicarse profesionalmente a la universidad?

Por un lado, la convivencia diaria con las distintas personas que integran la comunidad universitaria y la dedicación a la docencia y a la investigación te aportan unos valores y una formación que son más difíciles de alcanzar en otros ámbitos profesionales. Por otro, la relación personal y continua con el maestro enriquece sobremanera al discípulo; aunque, en mi caso, puedo decir que también ha ocurrido a la inversa, porque es mucho lo que yo he aprendido de mis estudiantes. Por supuesto, no hay que dedicarse a la vida académica si al terminar la carrera el objetivo es tener pronto un piso en propiedad y una cuenta saneada en el banco. Las motivaciones tienen que ser otras y la prioridad deben ser las personas. Me parece que tratar de inculcar estas motivaciones forma parte del oficio del profesor universitario.

¿A qué se va a dedicar a partir de ahora?

Tengo mucho material para ordenar y dedicaré tiempo a escribir y realizar algunas colaboraciones. Dedicaré más tiempo a mi familia, especialmente a mi mujer; tengo el deber de compensarle el mucho que le he hurtado. Pero también a mis nietos, a los que me gustaría recoger en el colegio e invitarles a merendar ejerciendo de abuelo. Me ilusiona mucho también la colaboración con mi parroquia en alguna labor social con personas necesitadas en la que pueda ser útil. Y, si después de todo esto me queda  tiempo, me gustaría sacar adelante la huerta que tengo en el pueblo y preparar ya la verdura de invierno.

¿Tiene alguna anécdota, algún hecho, que recordará siempre de su trayectoria académica?

Me viene a la mente el día de mi oposición a la cátedra en la Universidad de Alcalá de Henares. Yo sabía que tres de los cinco miembros que componían el tribunal estaban a mi favor. Tenía ilusión y estaba tranquilo. Recuerdo que, en aquella época, don Álvaro D’Ors decía, aunque supongo que más en broma que en serio: ‘lo primero para ser catedrático, tener tres votos’. Cuando llegó la hora de constitución del tribunal, uno de los tres miembros que tenía a mi favor no estaba, por lo que mi tranquilidad dio paso al nerviosismo. Gracias a Dios, después de diversas vicisitudes, incluida una persecución automovilística, el miembro que faltaba llegó y, al final todo salió bien; incluso mejor de lo esperado porque los cinco miembros del tribunal me apoyaron.

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