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Enterramientos, ofrendas y sufragios: Testimonios gráficos de una religiosidad perdida (I)


FotoPostal comercializada por G. Marín de Elizondo/Interior de la antigua parroquia de Elizondo en el día de Ánimas, a comienzos del siglo XX.

La costumbre de inhumar los cuerpos por parte de los cristianos data de los primeros siglos de nuestra era, cuando optaron por el entierro de los cuerpos, frente a la costumbre de cremación de los romanos. Al principio, lo hicieron en los jardines de las casas de determinados fieles, posteriormente, en las catacumbas y, más tarde, en sepulcros pétreos.

Durante la Edad Media, se extendió la creencia de que los cuerpos de los sepultados dentro de las iglesias se beneficiaban más de los oficios litúrgicos que se celebraban en ellas y, por tanto, alcanzaban antes el perdón divino. Es por ello por lo que las tumbas más cercanas al altar tenían más valor que las que estaban más alejadas.

Las Partidas de Alfonso X el Sabio establecían en Castilla qué personas se podían enterrar en las iglesias: “reyes e las reynas y sus fijos, et los obispos e los abades, e los priores e los maestros e los comendadores que son perlados de las eglesias conventuales, e los ricos ommes e los otros ommes onrados que fiziessen eglesias de nueuo o monesterios e scogiessen en ellos sus sepulturas; et todo otro omme quier fuesse clérigo o lego, que lo metiesen por sanidat de buena vida e de buenas obras”.

Los interiores de las parroquias poseían su plan de sepulturas familiares o encajonado que, en muchos casos, se conservan o conocemos por diseños. Otros cementerios ubicados en los atrios o junto a los templos nos han legado interesantes estelas funerarias.

En correspondencia con las distintas épocas encontramos otros tantos discursos, símbolos e imágenes junto a los sepulcros más importantes, en unos casos de la mano de motivos clásicos que aluden a la inmortalidad, en otros con numerosos recuerdos a la vanidad de las cosas terrenas y en otros a la resurrección de los muertos y la vida eterna. En la mayor parte de ellos no falta la heráldica como signo de identidad del linaje.

La celebración del día de las Ánimas o de difuntos revestía un carácter importante pues estaba prescrito que, desde el mediodía del día 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, a la media noche del día siguiente, con determinados rezos, responsos y la petición por las intenciones del Romano Pontífice se ganaba una indulgencia especial, aplicable a las ánimas del purgatorio.

Dos interiores de iglesias baztanesas en el día de Ánimas

La instantánea plasmada en una postal comercializada por el establecimiento local de G. Marín de Elizondo a comienzos del siglo XX, muestra el aspecto que presentaba el interior del templo parroquial en el día de las Ánimas o su novenario, con todo dispuesto para cantar el responso con absolución al catafalco, pieza que vemos frente al altar, junto al comulgatorio. Pero es todo el pavimento de la nave de la iglesia, desde el sotacoro, lo que llama la atención por estar cubierto por las tumbas familiares con ofrendas de cirios y panes. Como es sabido, en la sociedad tradicional, la sepultura era considerada como una prolongación de la casa nativa. Se encontraba en la iglesia y se conocía con los nombres de fosa o fuesa. Las ofrendas citadas se colocaban sobre la sepultura, cubierta con un paño de difuntos, de ordinario negro, sobre el que se disponían un soporte para las velas o las hachas, o para la cerilla enroscada en la argizaiola, un cestillo y un reclinatorio. La postal, pertenece a una serie de la localidad y se deberá datar, por supuesto antes de la construcción de la nueva parroquia en 1916, quizás hasta media docena de años antes.

Interior de la parroquia de Arizcun en el día de Ánimas, 1924. Fotografía de Félix Mena.
Fototeca del Archivo General de Navarra

La fototeca del Archivo General de Navarra conserva una fotografía de gran calidad de la iglesia parroquial de Arizcun, vista desde el presbiterio hacia los pies, en las mismas fechas del mes de noviembre. Se trata de una instantánea realizada por Félix Mena. En su anverso figura la inscripción: “F. Mena - Pamplona”. En el reverso: “FOTOGRAFIA DE F. MENA. PREMIADO CON MEDALLA DE ORO. Calle Mayor, 86. PLANTA BAJA. PAMPLONA”. La instantánea no sólo es interesante por presentarnos la iglesia en día de responsos, sino por hacerlo en un momento anterior a las últimas reformas que eliminaron las alas laterales del coro y rasgaron los óculos primitivos para convertirlos en grandes ventanales. El autor de la fotografía, Félix Mena (Burgos,1861 - Pamplona, 1935), se estableció en la capital navarra hacia 1884, asociándose pronto con José Roldán, entre 1888 y 1899. Más tarde y ya independizado trabajó en Pamplona y Elizondo. Tratando de fijar la cronología de la fotografía de Arizcun, ha sido básica la consulta del libro de cuentas de la citada localidad y comprobar que entre 1923 y 1924 se pintó la iglesia y se hicieron otras muchas obras, entre ellas el órgano. Por tanto, la foto será de 1924 y de gran valor porque es anterior a las reformas llevadas a cabo cincuenta años más tarde, muy desafortunadas desde el punto de vista del patrimonio cultural.

 

 

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