Publicador de contenidos

Volver 2020_03_24_ICS_murillo

La pandemia del coronavirus, un antes y un después en los hábitos de la humanidad contemporánea

José Ignacio Murillo, investigador del ICS y profesor de Filosofía, afirma que “si no nos conformamos con sobrevivir o pasar el tiempo apaciblemente, sino que buscamos activamente mejorar nosotros y nuestra relación con quienes nos rodean, resulta más fácil convertir los imprevistos en oportunidades”

Descripcion de la imagen
José Ignacio Murillo
FOTO: Borja Centenera
24/03/20 17:01 Natalia Rouzaut

José Ignacio Murillo es investigador principal del Grupo ‘Mente-cerebro’ del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) y profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra. Ante la crisis sanitaria que afrontamos a nivel global por causa del coronavirus y la cuarentena impuesta por la mayoría de los países, Murillo reflexiona sobre el impacto de los hábitos y cómo pueden ayudarnos o perjudicarnos. Asimismo, analiza el impacto de esta pandemia en nuestra condición de seres sociales.

Según las investigaciones del Grupo ‘Mente-cerebro’, ante una situación nueva, nuestras decisiones están influidas por nuestros hábitos. ¿Cómo se puede enmarcar esta afirmación en la crisis sanitaria actual?
Una característica de los seres humanos es que somos capaces de adaptarnos a nuevos contextos y desafíos. Enfrentarse a lo nuevo no es solo una exigencia que se nos impone, sino algo que nos ayuda a mejorar, a aspirar a más. En otros animales, la adaptación está más bien limitada por patrones fijos de respuesta y solo caben aprendizajes muy limitados. Nuestro aprendizaje no solo nos permite adaptarnos rígidamente al entorno, sino que nos ayuda a afrontar con flexibilidad las situaciones nuevas y a imponer sobre ellas nuestros propios fines.

¿Qué influencia tienen los hábitos ante esta situación de confinamiento, para unos, y de exposición a un riesgo, para otros?
Los hábitos siempre están formados, en parte, de rutinas y automatismos adquiridos que nos liberan la atención para atender a objetivos de más envergadura. Claro que estos se vuelven nocivos cuando producen respuestas inadecuadas y perdemos el control sobre ellos. Si los hábitos humanos son tan especiales, es porque podemos concentrarnos decididamente en los fines que cada uno de nosotros nos proponemos. Por eso somos capaces de volver sobre nuestras rutinas, usarlas de otro modo, modificarlas. A fin de cuentas, la virtud no consiste en hacer lo que ya sabemos, sino en prepararse para hacer lo más adecuado, aunque haya que aprenderlo.

En estos días recibimos, por ejemplo, consejos sobre cómo protegernos o proteger a otros. Pero los hábitos de higiene o de precaución no deben convertirse en manías sino en manifestaciones de nuestro afán por superar esta nueva situación y por mejorar la vida de los demás. Tampoco sería bueno que nuestra vida, en las nuevas condiciones que a cada uno le toquen, se convierta en una repetición inerte de lo que hemos podido conservar de nuestra existencia previa en lugar de afrontar la nueva situación como una oportunidad para crecer.

¿Cómo nos podemos adaptar ante un cambio tan brusco como el vivido con el COVID-19?
Mejor que solo adaptarse, deberíamos intentar sacar partido a nuestra situación actual, aunque a simple vista pueda parecer tan solo un conjunto de limitaciones. Si no nos conformamos con sobrevivir o pasar el tiempo apaciblemente, sino que buscamos activamente mejorar nosotros y nuestra relación con quienes nos rodean, resulta más fácil convertir los imprevistos en oportunidades. Esta también es una disposición que se aprende, un hábito verdaderamente positivo.

¿Cómo puede afectar esta crisis a nuestra forma de vida?
Las situaciones excepcionales pueden servir para apreciar más y mejor lo que antes dábamos por descontado. Nunca deberíamos perder la disposición para asombrarnos de lo que nos rodea: este es otro hábito excelente. Aunque ya sabemos con cuánta facilidad sucumbimos a la rutina; entonces, los hábitos se desconectan de nuestros anhelos más profundos, que son los que deberían animarlos, y aprisionan nuestra vida en una jaula que a veces nosotros mismos nos imponemos.

¿Y qué transformaciones vislumbra de cara al futuro?
Es difícil saber cómo afectará la nueva situación y lo que en ella aprendamos a nuestra vida futura. De seguro que muchos incorporaremos conocimientos que, hasta este momento, parecían prescindibles y, ahora en cambio, no. Incluso, tal vez, nos acabemos acostumbrando a posibilidades que la necesidad nos ha hecho descubrir.

Espero, desde luego, que lo que hemos vivido nos ayude también a tener en más estima algunas cosas que ahora podemos echar en falta: la libertad de movernos por nuestro entorno, la presencia de las personas que estimamos, la calidez humana que debería caracterizar nuestro entorno habitual de trabajo; también, por desgracia, para algunos, la posibilidad de acompañar con cercanía a nuestros seres queridos en la hora de la enfermedad y ante la amenaza de la muerte.

¿Y cómo cree que afectará a nuestro sistema productivo?
Incluso los riesgos evidentes que amenazan a nuestra economía pueden ser una oportunidad de replantearnos la viabilidad a medio o largo plazo de nuestro modelo económico y explorar nuevas formas de producir, de repartir y, en definitiva, de vivir. Es tan fuerte la inercia -la rutina- que domina nuestras sociedades que puede sonar utópico, pero siempre podemos conservar la esperanza. 

¿Y a la forma de relacionarnos?
A algunos esta situación les condena a la soledad y les obliga a superar la tentación del aislamiento y el tedio, mientras que a otros les impone una estrecha convivencia y les exige ejercitar de un modo esmerado y paciente las virtudes de la convivencia. En cualquiera de los casos, es importante que unos y otros usemos esta oportunidad para mejorar la calidad y la profundidad de nuestra relación con las personas con que convivimos.

Venimos de una sociedad donde las relaciones están cada vez más mediadas por las nuevas tecnologías. Por otro lado, con el coronavirus estamos viendo iniciativas que buscan la presencia del otro. ¿Cómo se explica esta paradoja en la línea de los hábitos?
Hay quien se siente tentado a refugiarse en lo virtual huyendo de la vida real como si fuera una liberación pero ¿qué ocurrirá cuando lo que se nos impone contra nuestra voluntad es lo virtual y, en cambio, es el contacto directo lo que se nos limita? La situación de alarma y confinamiento que vivimos en España nos pone ante los ojos hasta qué punto no somos un verso suelto, y puede servirnos para considerar con realismo cuáles son nuestras verdaderas relaciones con los otros y con nuestra sociedad, nuestra irrenunciable condición social y política.

Con frecuencia consideramos nuestra vida con esquemas muy individualistas y esto también genera en nosotros hábitos que nos limitan y empobrecen. Situaciones excepcionales como esta nos enseñan, sin embargo, cuánto dependemos de los demás y cuánto nos debemos a ellos. También nos obligan a preguntarnos hasta qué punto y en qué condiciones podemos aceptar que se limite nuestra libertad, para evitar que lo excepcional acabe justificando abusos en el futuro. La justicia y la solidaridad son virtudes activas, que no se agotan en el cumplimiento de normas o requerimientos externos, sino que llevan a hacer nuestro el bien común con inteligencia y a promoverlo con sensibilidad e iniciativa.

BUSCADOR NOTICIAS

BUSCADOR NOTICIAS

Desde

Hasta