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La inteligencia artificial al servicio de la inteligencia humana para frenar la pandemia de coronavirus

Según Javier Sánchez Cañizares, director del Grupo CRYF e investigador del ICS de la Universidad de Navarra, “no podemos delegar en la inteligencia artificial decisiones éticas y morales que nos corresponden a los humanos”

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Javier Sánchez Cañizares, doctor en Física y Teología, es director del Grupo CRYF e investigador del Grupo 'Mente-cerebro' del ICS.
FOTO: Manuel Castells
07/04/20 17:06 Isabel Solana

Detectar bulos y noticias falsas que alarman a la población o promueven conductas de riesgo. Identificar, rastrear y pronosticar brotes de la pandemia a través de grandes cantidades de datos procedentes de redes sociales y de buscadores. Advertir a cada individuo del riesgo de contagio según sus desplazamientos, el tiempo que ha pasado en los lugares donde ha habido mayor exposición al virus y el posible contacto con portadores de este. Controlar el movimiento de los ciudadanos a través la geolocalización de móviles para evitar aglomeraciones o desplazamientos que ponen en riesgo a los demás. Acelerar el desarrollo de una vacuna. 

Estos son solo algunos ejemplos de cómo la inteligencia artificial ha demostrado ser una gran aliada de las disciplinas científicas tradicionales, como la epidemiología, para plantar cara a la pandemia de Covid-19 a la que nos enfrentamos de forma global. Y también nos echa una mano en asuntos más triviales, pero que ayudan a sobrellevar el confinamiento, como descubrir en las plataformas de entretenimiento nuevos libros, películas y series que coinciden con nuestros gustos y preferencias.

El doctor en Física y Teología Javier Sánchez Cañizares, director del Grupo de Investigación ‘Ciencia, Razón y Fe’ (CRYF) e investigador del Grupo ‘Mente-cerebro’ del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra, explica que el funcionamiento de la inteligencia artificial presenta ciertas similitudes con la mente humana, incluso en algunos aspectos va más allá. 

“Hay una variación en las estrategias que utilizan las máquinas hasta que encuentran la más optimizada para resolver un problema. Tienen mayor capacidad para procesar datos, estructurarlos y encontrar relaciones. En definitiva, pueden detectar soluciones que a una persona no se le habrían ocurrido”. Sin embargo, una de las diferencias a nuestro favor “es que no hay propiamente una interiorización del proceso de aprendizaje, que los humanos sí podemos llevar a cabo”. 

Pero alerta de que, si bien los algoritmos son una ayuda, no podemos dejarnos deslumbrar por sus posibilidades, como si fuera posible delegar en ellos la resolución de todos los problemas de nuestras sociedades: “Nuestra supervisión es imprescindible. Siempre se necesita una interacción entre inteligencia humana y artificial y verificaciones para que esta última sea confiable y verdaderamente útil”. 

Esto requiere, de acuerdo con el profesor, la presencia de científicos expertos que sepan interpretar esos datos y hacer las preguntas apropiadas a las máquinas. “Les podemos pedir predicciones sobre datos concretos o técnicos, pero no que decidan sobre qué significa vivir como personas; decisiones éticas o morales que nos corresponden a los humanos”.

Los desafíos del Big Data

Como muestra, menciona que a una máquina no se le podría plantear cuál es el modo más rápido de terminar con el coronavirus, pues, en términos de eficacia, su respuesta más lógica podría ser “acabar con los seres humanos, dado que somos los huéspedes del virus”. 

Además de la limitación en el tipo de cuestiones que puede resolver la inteligencia artificial, su uso también conlleva desafíos éticos. Uno de ellos es la utilización de grandes cantidades de datos (big data) que corresponden a individuos. “Se busca aleatorizarlos para que no sea posible identificar a quienes están detrás, pero siempre hay algún dato que permitiría conectar toda la información a personas concretas”, señala el investigador.

El profesor Sánchez Cañizares recuerda que el equilibrio entre los derechos individuales y el bien común es un reto presente en muchas esferas, no solo en la inteligencia artificial, aunque esta brinda una nueva oportunidad para que reflexionemos como sociedad sobre el modo de conjugarlos. “No hay soluciones fáciles, que sirvan para siempre; las respuestas cambian según el contexto”, advierte. De ese modo, asume que necesariamente “hay que encontrar soluciones parciales, adaptadas a cada caso”. Y que no podemos hallarlas en las máquinas.

Lo que estas sí pueden hacer por nosotros, enfatiza, es “ahorrarnos recursos y esfuerzos para centrarnos en lo que merece la pena, en lo que nos distingue como humanos: empatizar, agradecer, cuidar de otros, aprender cosas nuevas de forma más eficiente...”, cuestiones de gran relevancia en estos momentos. 

A modo de ejemplo, razona que sería impensable que la inteligencia artificial nos hubiera sugerido la importancia de agradecer a los profesionales sanitarios su labor con la iniciativa de los aplausos a las 20 h., o las muchas propuestas solidarias que han surgido para ayudar a quienes más lo necesitan durante el confinamiento.

“La inteligencia artificial -concluye- nos ofrece una ayuda en cuestiones parciales que podemos elevar a un nivel superior, que es el nivel de lo que significa ser personas”.

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