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[Edgar A. Porter & Ran Yin Porter, Japanese Reflections on World War II and the American Occupation. Amsterdam University Press. Amsterdam, 2017. 256 p.]

REVIEWRut Natalie Noboa Garcia

Japanese Reflections on World War II and the American OccupationWorld War II has provided much inspiration for an entire genre of literature. However, few works fail to capture Asian perspectives on the beginning, development, end, and consequences of World War II. Additionally, the attitude and outlooks of defeated parties are often left out of popularized discussions of conflicts. Because of these two factors, Japanese perspectives during the war and occupation have often served as only minor discussions in World War II literary work.

This sets the stage for Edgar A. Porter and Rin Ying Porter’s Japanese Reflections on World War II and the American Occupation, which presents the experiences of ordinary Japanese citizens during the period. The book specifically focuses on the rural Oita prefecture, located on the eastern coast of the island of Kyushu, a crucial yet critically unacknowledged place in Japan’s role in World War II. Hosting the Imperial Japanese Navy base that served as the headquarters for the Pearl Harbor attack, being the hometown of the two Japanese representatives that signed the terms of surrender at the USS Battleship Missouri, serving as the place for the final kamikaze attack against the United States, and providing much of Japan’s foot soldiers for the conflict, Oita is ripe with unchronicled, raw, and diverse accounts of the Japanese experience. 

The collective stories of the 43 interviewees, who lived through the war and occupation present the varied perspectives of soldiers, sailors, and pilots, who are often at the center of war discussions and experiences, but also that of students, teachers, nurses, factory workers and more, providing a multidimensional portrayal of the period.

The book begins with the early militarization of the Oita prefecture, specifically in Saiki, the location for one of the most crucial bases for the Japanese Imperial Navy. This first chapter features the perspectives of young Saiki citizens raised during the period who still see the Pearl Harbor attack with a conflicted yet enduring pride, setting the stage for following interesting discussions on Japanese post-war sentiment. 

Another important aspect addressed by the Porters in this work is the mass censorship and indoctrination that took place in Japan during the war period. During this time, media censorship and military-based education helped to obscure the actual happenings of the conflict, particularly in its earlier years, as well as rallying the population in support for the Japanese navy. As well as presenting censored portrayals of the war itself, local Oita editorials both highlighted and encouraged public support for the war and the glorification of death and martyrdom. This indoctrination is also acknowledged by the Porters in relation to traditional Japanese Shinto beliefs on the emperor, specifically his divine origins. Japan's media portrayals of the conflict concerning to the state and emperor as well as its moral education curriculum feed into each other, applying moral pressure to the support of war efforts. 

Japanese Reflections on World War II and the American Occupation also provides particularly interesting insights on East Asian regionalism, particularly from the perspective of Imperial Japan, which viewed itself as an “older brother leading the newly emerging members of the Asian family towards development” and promoted the idea that the Japanese were racially superior to other Asian ethnic groups. The first-hand accounts of many of the atrocities committed by Japanese in cities such as Nanjing and Shanghai as well as their glorification by the Japanese press add to the book’s depth and relevance.

As the war approached an end, conflict reached Oita. The targeting of civilians and the bombing of factories during American air raids lowered Oita morale. Continued air raids on Oita City, the prefecture’s capital city, rapidly fueled the region’s fear and resentment towards American soldiers. 

In conclusion, Japanese Reflections on World War II and the American Occupation manages to present important first-hand accounts of Japanese life during one of the most consequential moments in modern history. The impact of these events on current Japan is particularly interesting when it comes to Japanese culture, especially when it comes to the glorification of war in Japanese education as well as the rising tide of Japanese nationalism. 

Categorías Global Affairs: Seguridad y defensa Asia Reseñas de libros

[Myra MacDonald, Defeat is an Orphan. How Pakistan Lost the Great South Asia War. Penguin. London, 2016. 313 p.]

RESEÑARamón Barba

Defeat is an Orphan. How Pakistan Lost the Great South Asia WarPodría pensarse que el libro de Myra McDonald más bien confunde al lector, por cuanto el título habla de una Gran Guerra en el subcontinente indio de la que como tal no existe constancia. En realidad, la obra ayuda a entender –especialmente al lector occidental, más alejado del marco cultural e histórico de esa parte del mundo– la complejidad de las relaciones entre India y Pakistán. Corresponsal de Reuters durante más de treinta años, con larga experiencia en la región, McDonald sabe sumar datos concretos, sin quedarse en la anécdota, e ir rápidamente a la fuerza de fondo que hay detrás de ellos.

Su tesis es que desde que nacieron los dos Estados con la partición de la Joya de la Corona, al deshacerse el Imperio Británico, paquistaníes e indios han protagonizado una larga confrontación, que incluso ha tenido sus momentos de fuego real. Ha sido una prolongada y enconada enemistad entre los dos países, con sus esporádicas batallas: una Gran Guerra, según la autora, que finalmente Pakistán ha perdido.

Por lo general, mientras que India ha buscado su afirmación nacional en el ejercicio de la democracia, Pakistán ha basado su idiosincrasia nacional en el Islam y en el conflicto con India, el cual tiene en la disputa por el control de Cachemira su manifestación más sangrienta. Esa fijación con India, de acuerdo con McDonald, ha llevado a Islamabad a valerse del apoyo a grupos yihadistas para crear inestabilidad al otro lado de la línea de partición, hundiéndose el propio Pakistán en un abismo del que por ahora no ha conseguido salir. McDonald sigue una argumentación generalmente objetiva, pero el libro parece estar escrito desde India, sin apenas simpatía por los paquistaníes.

El relato arranca con el episodio del secuestro del avión de Indian Airlines que tuvo lugar entre Nochebuena y Nochevieja de 1999 por parte de cinco guerrilleros cachemires, con 155 personas a bordo, y que supuso un serio conflicto entre Islamabad y Nueva Delhi, al interpretar el Gobierno indio que la operación había contado con cierto respaldo del país vecino. El episodio sirve para describir los dramáticos estándares de la pugna estratégica entre los dos países, que el año anterior culminaron su desarrollo de la bomba atómica.

El libro presta especial atención a esa carrera por lograr el arma nuclear –los indios porque los chinos la tenían, los paquistaníes porque veían que los indios la estaban alcanzando– y que venía a plantear una duda clave de la proliferación nuclear: ¿cabe el uso de las armas a menor escala entre dos países mortalmente enemigos cuando ambos disponen de la bomba atómica? Se ha visto que sí, y no solo eso, argumenta McDonald: la falta de miedo de Pakistán a un ataque indio nuclear, dado que este se ve disuadido por el propio arsenal paquistaní, habría hecho que Islamabad se viera más confiada a la hora de alentar ataques terroristas contra India.

A principios de la década de 1960 la situación en India era un tanto delicada: en 1964 China había detonado la bomba atómica, lo cual aunado a la presión paquistaní en Cachemira ponía a la mayor democracia del mundo en una complicada coyuntura. Ello dio lugar al lanzamiento por parte de India del Smiling Buddha en 1974 (como bomba sin carga) y al inicio de una estrecha competición con Pakistán por entrar en el reducido club nuclear, como consecuencia de la lógica dialéctica que entonces regía su relación. Aunque se creía que la bomba podía estar en el haber de una de las partes, no fue hasta las tardías detonaciones de 1998 que ello quedó patente.

La autora considera que los dos países llegaron ese año en un nivel muy parejo: India, más grande, tenía que solventar pequeñas crisis internas para poder avanzar, mientras que Pakistán gozaba de cierta estabilidad. No obstante, la consecución de la bomba atómica hizo que Pakistán, tras una mala lectura de la realidad, no supiese aprovechar sus oportunidades en la etapa de la globalización que entonces se abría, y se quedase estancado en una lógica belicista, mientras India daba el estirón que le ha hecho ganar un indudable peso como potencia mundial. Esa es la “derrota” paquistaní de la que habla el título de la obra.

Además de esa atención a las décadas más recientes, el texto también se retrotrae a 1947, cuando nacieron ambos estados independientes, para explicar muchas de las dinámicas de la subsiguiente relación entre ambos. Asimismo se abordan las relaciones con China, aliada de Pakistán, y con Estados Unidos, que tuvo más cercanía de intereses con Pakistán y ahora es más próximo a India.

Categorías Global Affairs: Asia Seguridad y defensa Reseñas de libros

In its ten operational years the “Dome” has shown effectiveness, but a comprehensive political regional solution is needed

In 2011 Israel deployed its “Iron Dome” mobile defense system in response to the rocket attacks it suffered the previous years from Lebanon (Hezbollah) and Gaza (Hamas). The Israel Defense Force claims that the system has shown an 85% – 90% success rate. However, it offers mixed results when other considerations are taken into account. Its temporary mitigation of the menaces of the rocket attacks could distract Israelis in seeking out a comprehensive political regional solution; possibly a solution that could make systems like the “Iron Dome” unnecessary. 

How “Iron Dome” works; explanation on an image produced by Rafael Advanced Defense Systems

▲ How “Iron Dome” works; explanation on an image produced by Rafael Advanced Defense Systems

ARTICLEAnn M. Callahan

The “Iron Dome” is a mobile defense system developed by Rafael Advanced Defense Systems and Israel Aerospace Industries developed, produced and fielded in 2011 to respond to the security threat posed by the bombings of rockets and projectiles shot into Israel, many of which landed in heavily populated areas.

Bombings into Israel intensified during the 2006 Second Lebanon War when Hezbollah​ fired approximately 4,000 rockets from bases in the south of Lebanon. From Gaza to the South, an estimated 8,000 projectiles were launched between 2000 and 2008, mostly by Hamas​​. To counter these threats, the Defense Ministry, in February 2007, decided on the development of the “Dome” to function as a mobile air defense system for Israel. After its period of development and testing, the system was declared operational and fielded in March 2011.

The system is the pivotal lower tier of a triad of systems in Israel’s air defense system.

The “David’s Sling” system covers the middle layer, while the “Arrow” missile system protects Israel from long-range projectiles.

The Iron Dome functions by detecting, analyzing and intercepting varieties of targets such as mortars, rockets, and artillery. It has all-weather capabilities and is able to function night or day and in all conditions, including fog, rain, dust storms and low clouds. It is able to launch a variety of interceptor missiles. 

Israel is protected by 10 “Iron Dome” batteries, functioning to protect the country’s infrastructure and citizens. Each battery is able to defend up to 60 square miles. They are strategically placed around Israel’s cities in order to intercept projectiles headed towards these populated areas. Implementing artificial intelligence technology, the “Dome” system is able to discriminate whether the incoming threats will land in a populated or in an uninhabited area, ignoring them in the latter case, consequently reducing the cost of operation and keeping unnecessary defensive launches to a minimum. However, if the “Dome” determines that the rocket is projected to land in an inhabited area, the interceptor is fired towards the rocket.

A radar steers the missile until the target is acquired with an infrared sensor. The interceptor must be quickly maneuverable because it must intercept rudimentary rockets that are little more than a pipe with fins welded onto it, which makes them liable to follow unpredictable courses. It can be assumed that the launchers of the rockets know as little as the Israelis as to where the rockets would end up landing.

Effectiveness

The IDF (Israel Defense Force) claims an 85% - 90% success rate for the “Iron Dome” in intercepting incoming projectiles. Operational in March 2011, to date the “Iron Dome” has successfully destroyed approximately 1,500 rockets. The destruction of these incoming rockets has saved Israeli lives offering physical protection and shielding property and other assets. In addition, for the Israelis it serves as a psychological safeguard and comfort for the Israeli people. 

Regarding the “Dome” as an asset for Israel’s National Security Strategy, while standing as an undeniable asset, has had mixed results regarding its four major pillars of Deterrence, Early, Active Defense and Decisive Victory as well as some unintended challenges. 

For instance, regarding the perspective of its psychological protection for the Israeli people, it is thought to also effect Israeli public in a negative manner. Regardless of the fact that it currently offers effective protection to the existing threats it could, in fact, help cause a long-term security issue for Israel. Its temporary mitigation of the menaces of the rocket attacks could distract Israelis in seeking out a comprehensive political regional solution; possibly a solution that could make systems like the “Iron Dome” unnecessary. 

In addition, while the “Dome” suffices for now, it cannot be expected to continue this way forever. Despite the system’s effectiveness, it is just a matter of time before the militants develop tactics or acquire the technology to overcome it. The time needed in order to accomplish this can be predicted to be significantly reduced taking into account the strong support from the militant’s allies and the considerable funding they receive.  

Still a comprehensive diplomatic solution is needed

Today, the world’s militaries of both state and non-state actors are engaged in a technological arms race. As is clearly known, Israel’s technological dominance is indisputable. Nevertheless, it, by no means, stands as a guarantee as destructive technology becomes more accessible and less expensive. As new technologies become more available they are subject to replication, imitation and increased affordability. As technologies develop and are implemented in operations, counter techniques can shift and new tactics can be developed, which is what the militias are only bound to do. Moreover, with the heavy funding available to the militias from their wealthy allies, acquiring more advanced technologies becomes more probable. This is a significant disadvantage for Israel. In order to preserve their upper hand, constant innovation and adaptation is a necessity. 

The confusion between the short-term military advantage the technology of the “Dome” offers and the long-term necessity for a comprehensive and original political, diplomatic solution is seen as a risk for Israel. Indeed, Amir Peretz, a minister in Israel’s cabinet, told the Washington​ Post in 2014 that the “Iron Dome” stands as nothing more than a “stopgap measure” and that “in the end, the only thing that will bring true quite is a diplomatic solution.”

Despite these drawbacks, however, in all the positive aspects that the system offers clearly outweighs the negative. The “Iron Dome” stands undeniably as a critical and outstanding military asset to Israel's National Security, even while Israel works to address and mitigate some of the unforeseen challenges related to the system.

Categorías Global Affairs: Oriente Medio Seguridad y defensa Artículos

Qasem Soleimani recibe una condecoración de manos del Líder Supremo iraní, Ali Khamenei, a comienzos de 2019 [Oficina de Khamenei]

▲ Qasem Soleimani recibe una condecoración de manos del Líder Supremo iraní, Ali Khamenei, a comienzos de 2019 [Oficina de Khamenei]

COMENTARIO*Salvador Sánchez Tapia

La muerte en Irak del general Qasem Soleimani, jefe de la fuerza iraní Quds, a manos de un dron norteamericano es un eslabón más en el proceso de creciente deterioro de las, ya de por sí malas, relaciones entre Estados Unidos e Irán, cuyo último capítulo se vive desde 2018, año en que el presidente Trump decide romper el denominado “acuerdo nuclear” (JCPOA) suscrito con Irán en 2015 por la administración Obama y los demás miembros del G 5+1.

El ataque sobre Soleimani, ejecutado como represalia por la muerte de un contratista norteamericano en un ataque lanzado, al parecer, por la milicia irakí chiíta Kataib Hezbollah sobre la base K1 de los Estados Unidos en Kirkuk el pasado 27 de diciembre, ha supuesto un cambio cualitativo en el tipo de respuesta que Estados Unidos acostumbran a dar a incidentes de este tipo pues, por primera vez, el objetivo ha sido un alto responsable militar de la República Islámica de Irán.

Inmediatamente después del asesinato, durante las exequias por el general fallecido, Ali Khamenei, líder supremo de Irán, anunció en términos un tanto apocalípticos que el ataque no quedaría sin respuesta, y que esta vendría directamente de manos iraníes, no a través de proxies. Ésta llegó, en efecto, la noche del pasado 8 de enero en forma de un ataque masivo con misiles sobre dos bases militares estadounidenses situadas al oeste de Irak y en el Kurdistán iraquí. Contradiciendo declaraciones iraníes que hablaban de que los bombardeos habrían producido unos ochenta muertos norteamericanos, la administración estadounidense se apresuró a asegurar que no se había registrado ninguna baja por los ataques.

Tras este nuevo ataque, el mundo contuvo la respiración esperando una escalada por parte de Washington. Sin embargo, las declaraciones del presidente Trump del propio 8 de enero parecieron rebajar la tensión con el argumento de que la ausencia de bajas norteamericanas era indicativa de un intento iraní de desescalar. Estados Unidos no responderá militarmente, aunque anunció la intención de endurecer el régimen de sanciones económicas hasta que el país cambie de actitud. Con ello, el riesgo de una guerra abierta en la región parece conjurado, al menos momentáneamente.

¿Nos afecta la tensión entre Estados Unidos e Irán?

Evidentemente, sí, y de varias formas. En primer lugar, no podemos obviar que varios países de Europa, entre los que se encuentra España, mantienen importantes contingentes militares desplegados en la región, operando en los marcos de la OTAN, de las Naciones Unidas y de la Unión Europea en misiones como “Inherent Resolve” en Irak, “Resolute Support” en Afganistán, UNIFIL en Líbano, “Active Fence” en Turquía, o “Atalanta” en la zona del Cuerno de África.

En los casos de Irak y Afganistán en particular, las tropas españolas desplegadas en las misiones antes mencionadas trabajan en estrecha colaboración con otros aliados de la OTAN, entre los que se encuentra Estados Unidos. Aunque en principio los soldados españoles –o, para el caso, los de las otras naciones OTAN– no están en el punto de mira de las respuestas iraníes, dirigidas específicamente contra Norteamérica y sus intereses, no cabe duda de que cualquier ataque de Irán sobre unidades estadounidenses podría afectar de forma colateral a los contingentes de otras naciones operando con ellas, aunque sólo sea por una cuestión de mera proximidad geográfica.

Menos probable es que Irán intentara una respuesta contra algún contingente no norteamericano a través de alguno de sus proxies en la región. Este sería el caso, por ejemplo, de Hezbollá en Líbano, país en el que España mantiene un importante contingente cuya seguridad podría verse afectada si este grupo, bien por iniciativa propia, o a instancias de Irán, intentara atacar a alguna unidad o instalación de UNIFIL. Esta opción, como decimos, es considerada como poco probable por el impacto negativo que tendría sobre la comunidad internacional en general, y por la proximidad a Israel del despliegue de UNIFIL.

La escalada ha producido un incremento del nivel de alerta y un refuerzo de las tropas que Estados Unidos mantiene en la región. Si el incremento de la tensión continuara, no sería descartable que Washington llegara a articular algún tipo de respuesta militar directa sobre Irán para la que podría apelar al apoyo de sus socios y aliados, sea con tropas o con recursos. Es difícil determinar en qué momento y condiciones se podría producir tal solicitud, con qué objeto y, muy importante, qué respuesta daría Europa a la misma, teniendo en cuenta la preocupación con que el Viejo Continente observa una escalada en la que no está interesada, y el estado de relativa frialdad que atraviesan las relaciones entre Estados Unidos y Europa.

Como consecuencia del asesinato, Irán ha hecho pública su intención de desvincularse totalmente de las cláusulas del acuerdo nuclear que aún observaba. En otras palabras, manifiesta sentirse libre para continuar con su programa nuclear. Indudablemente, este último clavo en el ataúd del JCPOA puede desembocar en una abierta carrera nuclear en la región con consecuencias negativas para la seguridad regional, pero también para la europea. El aumento del número de potencias nucleares es, por sí mismo y desde nuestro punto de vista, una mala noticia.

Por último, y como efecto secundario de la escalada, el precio del barril de petróleo comienza a mostrar una inquietante tendencia alcista. Si no hay medidas correctoras por la vía del incremento de producción de otros países, la tendencia podría mantenerse. No es necesario abundar en lo que el aumento del precio del petróleo significa para la economía europea y, desde luego, para la nacional.

Rusia y China en la crisis

Rusia está haciendo esfuerzos para reemplazar a Estados Unidos como la principal potencia en la región y para presentar a Norteamérica como un socio poco fiable, que abandona a sus aliados en dificultades. La escalada de la crisis puede tener un impacto negativo en ese esfuerzo, retardándolo o, en el peor de los casos, terminando con él si, finalmente, Estados Unidos llegara a revertir su política de paulatino abandono de Oriente Medio por mor de un aumento de la tensión con Irán. La retórica rusa será contraria a Washington. A la postre, sin embargo, no hará nada para que la tensión entre Estados Unidos e Irán aumente y sí, probablemente, para que se mantenga dentro de un nivel tolerable o disminuya.

Rusia no es tanto un aliado incondicional de Irán, como uno de conveniencia. Irán es un competidor de Rusia por influencia en la región –en particular, en Siria–, y puede intentar influir negativamente sobre el islamismo de la Federación Rusa. Por otro lado, Rusia no está entusiasmada con la idea de que Irán se dote de armas nucleares.

La postura de China está condicionada por su gran dependencia del flujo estable de petróleo de Oriente Medio. Por este motivo, no tiene ningún interés en la inestabilidad que acarrea este incremento de la tensión. Previsiblemente actuará como un elemento moderador, tratando de utilizar la crisis como una oportunidad para incrementar su influencia en la región. China no está interesada per se en convertirse en árbitro de la seguridad en la región, pero sí está interesada en una región estable, amigable para el comercio.

El proyecto “One Belt, One Road” es otra de las razones por las que China tratará de mantener la crisis dentro de unos límites asumibles. Oriente Medio es un elemento clave en el proyecto chino de recreación de una suerte de nueva Ruta de la Seda. Una guerra abierta entre USA e Irán podría afectar negativamente a este proyecto.

En resumen, ni Rusia ni China están interesados en una escalada entre Estados Unidos e Irán que pueda desembocar en una guerra abierta entre ambas naciones que ponga en peligro el suministro de petróleo, en el caso de China, y el asentamiento como principal potencia internacional en la región, en el caso de Rusia. Ambos tratarán de atemperar la respuesta iraní, incluso si, a nivel de declaraciones, se manifiestan en contra del asesinato de Soleimani.

 

* Este texto alarga un comentario previo realizado por el autor a El Confidencial Digital.

Categorías Global Affairs: Oriente Medio Seguridad y defensa Comentarios

[Michael E. O´Hanlon, The Senkaku Paradox: Risking Great Power War over Small Stakes. Brookings Institution Press. Washington, 2019. 272 p.]

 

RESEÑAJimena Puga

The Senkaku Paradox: Risking Great Power War over Small StakesTras el fin de la Guerra Fría, en la que confrontó al bloque de la Unión Soviética defendiendo los valores del orden occidental, Estados Unidos quedó en el mundo como el país hegemónico. En la actualidad, sin embargo, se ve rivalizado por Rusia, que a pesar de su débil economía lucha por no perder más influencia en la escena internacional, y por China, que aunque todavía potencia regional aspira a sustituir a Estados Unidos en el pináculo mundial. El reto no es solo para Washington, sino para todo Occidente, pues sus mismos valores se ven cuestionados por el avance de la agenda de Moscú y Pekín.

Occidente tiene que responder de manera firme, pero ¿hasta dónde debe llegar? ¿Cuándo debe decir basta? ¿Está dispuesto a una guerra aunque los pasos acumulativos que dé Rusia o China sean en sí mismos relativamente menores o bien ocurran en la periferia? Es lo que se plantea Michael E. O´Hanlon, investigador de Brookings Institution, en The Senkaku Paradox: Risking Great Power War over Small Stakes. El libro aborda una serie de posibles escenarios en el contexto de un cambio hegemónico mundial y la competición entre las principales potencias mundiales por el poder.

Los escenarios planteados por O´Hanlon consisten, por un lado, en una posible anexión de Estonia o Letonia por parte de Rusia, sin previo consentimiento y mediante un ataque militar. Y, por otro, la conquista militar por parte de China de una de las islas más grandes que conforman las Senkaku, nombre que da Japón a un archipiélago que administra en las proximidades de Taiwán y que Pekín denomina Diaoyu. En ambos casos, es difícil evaluar qué bando contaría con una mejor estrategia militar o predecir cuál de los dos ganaría una hipotética guerra. Además, existen muchas variables no conocidas acerca de las vulnerabilidades cibernéticas, las operaciones submarinas o la precisión de los ataques con misiles a infraestructuras estratégicas de cada país.

Así, el autor se pregunta si tanto Estados Unidos como sus aliados deberían responder directamente con una ofensiva militar, como respuesta a un ataque inicial, o si tendrían que limitarse a dar una respuesta asimétrica, centrada en prevenir ataques futuros, combinando dichas respuestas con represalias económicas y determinadas acciones militares en distintos escenarios. Lo que está claro es que al tiempo que se mantienen vigilantes ante la posible necesidad de reforzar sus posiciones en el tablero internacional, los países occidentales deben mantener la prudencia y dar respuestas proporcionadas a posibles crisis, conscientes de que sus valores –la defensa de la libertad, de la justicia y del bien común–, son las mayores ventajas de sus sistemas democráticos.

En la actualidad, los sistemas democráticos occidentales se encuentran bajo una fuerte presión populista, si bien nada hace pensar que países con democracias muy consolidadas como la francesa, la alemana o la española vayan a generar conflictos entre ellos, mucho menos en el ámbito de la Unión Europea, que es garantía de paz y de estabilidad desde la década de 1950. Por su parte, sería recomendable que la Administración Trump reaccionara con mayor prudencia en ciertas situaciones, para evitar una escalada de tensión diplomática que innecesariamente aumente los riesgos de conflicto, cuando menos regional o económico.

Ni Moscú ni Pekín suponen hoy una amenaza inmediata para la hegemonía mundial estadounidense, pero China es la potencia con el crecimiento más rápido de los últimos cincuenta años. Un crecimiento tan veloz pude llegar a hacer que China prescinda del multilateralismo y la cooperación regional y que la influencia regional la lleve a cabo por la vía de la imposición económica o militar. Eso convertiría a la República Popular en una amenaza.

Aunque es cierto que Estados Unidos cuenta con la mejor fuerza militar, se prevé que alrededor del año 2040 exista una paridad tanto militar como económica entre el Imperio del Centro y el país americano. Así pues, Europa y Estados Unidos, ante una posible agresión de China –o de Rusia, a pesar de su estado de declive gradual– deberían dar una respuesta adecuada y, como dice la Casa Blanca, ser “estratégicamente predecibles, pero operacionalmente impredecibles”. Y todo ello buscan do aliados a nivel internacional y presionando militarmente al agresor en regiones comprometidas para este.

Como defiende el autor, la Casa Blanca necesita opciones mejores y más creíbles para diseñar una defensa asimétrica basada en planes de disuasión y contención, que cuenten con el uso de la fuerza como opción. Por ejemplo, el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte no es la mejor arma de disuasión para EEUU y sus aliados, ya que supone un peligro para la estabilidad y no deja margen de actuación en el caso de que falle la disuasión. No obstante, con el nuevo tipo de defensa que se propone, los países miembros de la OTAN no estarían obligados a “disparar la primera bala”, por lo que cabrían otras acciones colaterales, sin necesidad de recurrir a un enfrentamiento directo para frenar una posible escalada de hostilidades más serias.

Lo que está claro, argumenta O´Hanlon, es que tanto China como Rusia buscan desafiar el orden internacional mediante cualquier tipo de conflicto y Occidente debe adoptar estrategias encaminadas a prever los posibles escenarios futuros, de manera que puedan estar preparados para afrontarlos con garantías de éxito. Estas medidas no tienen por qué ser solo militares. Por ejemplo, deberán prepararse para una larga y dolorosa guerra económica por medio de medidas defensivas y ofensivas, al tiempo que EEUU frena la imposición de aranceles sobre el aluminio y el acero a sus aliados. Además, EEUU tiene que tener cuidado a la hora de utilizar en exceso las sanciones económicas aplicadas a las transacciones financieras, especialmente la prohibición de acceso al código SWIFT del sistema de comunicación bancaria, porque si no, los países aliados de Washington acabarán por crear alternativas al SWIFT, lo cual supondría una desventaja y una muestra de debilidad frente a Moscú y Pekín.

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Las operaciones en el ciberespacio pueden formar parte de una situación de guerra híbrida llevada a cabo por actores estales o no estatales [Pixabay]

▲ Las operaciones en el ciberespacio pueden formar parte de una situación de guerra híbrida llevada a cabo por actores estales o no estatales [Pixabay]

ENSAYO / Ana Salas Cuevas

La amenaza híbrida es un término que engloba todo tipo de actuaciones coordinadas para influir en la toma de decisiones de los Estados, haciendo uso de medios políticos, económicos, militares, civiles e información. Estas acciones pueden ser realizadas tanto por actores estatales como por actores no estatales.

Se utiliza el término “Grey Zone” (Zona Gris) para determinar la frontera entre paz y guerra. Se trata de una nueva táctica que nada tiene que ver con la guerra real que enfrenta a ejércitos de distintos Estados. La guerra híbrida consiste en lograr resultados influyendo directamente en la sociedad mediante la desmoralización de esta. Es una táctica sin duda efectiva y mucho más sencilla para los países atacantes, ya que la inversión tanto económica como humana es menor que en la guerra real. Se utilizan recursos como la propaganda, la manipulación de las comunicaciones, los bloqueos económicos… Y al no existir una legislación internacional férrea en relación a estos conflictos, muchos países consideran este tipo de actuaciones como tolerables.

Introducción: La amenaza híbrida

El término amenaza híbrida se popularizó tras el choque entre Israel y Hezbolá en 2006 para designar a “la integración de tácticas, técnicas y procedimientos no convencionales e irregulares, mezclados con actos terroristas, propaganda y conexiones con el crimen organizado”[1].

El objetivo esencial de la amenaza híbrida es lograr resultados sin recurrir a la guerra real, enfrentando a las sociedades y no a los ejércitos, desmoronando casi por completo la distinción entre combatientes y ciudadanos. El objetivo militar pasa a un segundo plano.

Las acciones llevadas a cabo en el seno de este tipo de conflictos se centran en el empleo de medios como ciberataques, desinformación y propaganda. Tienen como objetivo la explotación de vulnerabilidades económicas, políticas, tecnológicas y diplomáticas, quebrantando comunidades, partidos nacionales, sistemas electorales y produciendo un gran efecto en el sector energético. Estas actuaciones no son aleatorias, están planeadas y organizadas. Estos ataques no tienen un carácter lineal. Pueden tener consecuencias directas en otro ámbito. Por ejemplo, el ataque con drones en pozos de Arabia Saudí en septiembre de 2019 tuvo un impacto directo en la economía global.

El ciberespacio se ha convertido en un aspecto novedoso en este escenario. Gracias en gran medida a la revolución tecnológica y de la información, nos encontramos hoy ante un orden mundial cambiante, en el cual la información que proporcionan los medios de comunicación es accesible a cualquier persona desde cualquier parte del mundo. No es casual, por tanto, que Internet sea uno de los frentes más importantes al hablar de guerra híbrida. En ese ámbito, las reglas no están claramente establecidas y los Estados y actores no estatales tienen un mayor margen de actuación frente al poder clásico de los Estados. Las “fake news”, la desinformación y los hechos basados en opiniones son instrumentos al alcance de la mano de cualquiera para influir sobre el orden público.

A través de la manipulación en estos ámbitos, el enemigo híbrido logra debilitar considerablemente uno de los pilares más importantes del Estado o comunidad al que vayan dirigidas sus acciones: la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.

La ambigüedad es una de las características que distinguen la actividad en el ámbito cibernético. El enemigo híbrido no solo explota a su favor la dificultad inherente a la red global para atribuir acciones hostiles a un actor concreto, sino que la refuerza mediante el uso de estrategias híbridas como la sincronización.

Ciberterrorismo y hacktivismo

Como acabamos de ver, el ciberespacio constituye uno de los dominios preferentes del enemigo híbrido. En él, recurrirá frecuentemente a la ciberamenaza, una amenaza trasversal con una muy difícil atribución de la autoría. Esta no logra sustanciarse fehacientemente en la mayoría de los casos, en los que únicamente se cuenta con sospechas, siendo muy complicada la obtención de pruebas. Estas ciberamenazas las podríamos dividir en cuatro bloques que procederemos a analizar uno por uno.

En primer lugar, el ciberespionaje tiene como objetivo el ámbito político, económico y militar. Numerosos estados recurren al ciberespionaje de manera rutinaria. Entre ellos, destacan algunos como China, Rusia, Irán o Estados Unidos. Los Estados pueden llevar a cabo acciones de ciberespionaje de forma directa, utilizando sus servicios de inteligencia, o a través de agentes interpuestos como empresas influenciadas por dichos Estados.

En segundo lugar, el ciberdelito, en la mayoría de los casos ejercido con fines lucrativos, y cuyo impacto sobre la economía global se estima en un 2% del PIB mundial. Los objetivos principales del ciberdelito son el robo de información, el fraude, el blanqueo de dinero, etc. Suele llevarse a cabo por organizaciones terroristas, de crimen organizado y hackers.

En tercer lugar, el ciberterrorismo, cuyos objetivos principales son la obtención de información y todo tipo de comunicaciones a los ciudadanos. Los agentes principales, como se puede deducir, son las organizaciones terroristas y las agencias de inteligencia.

El ciberterrorismo tiene una serie de ventajas con respecto al terrorismo convencional, y es que garantiza una mayor seguridad sobre el anonimato, además, existe una mayor relación entre coste-beneficio y en el ámbito geográfico se presenta una gran ventaja en cuanto a la delimitación. En España se dio una reforma de los delitos de terrorismo mediante la Ley Orgánica 2/2015, en la cual se reformaron en su totalidad los artículos 571 a 580 del Código Penal. De forma paralela, mediante Ley Orgánica 1/2015 se aprobó, asimismo, la reforma del Código Penal, afectando a más de 300 artículos[2].

Por último, en cuarto lugar, el hacktivismo, cuyos objetivos principales son los servicios webs, junto con el robo y la publicación no autorizada de información. Cuando el hacktivismo se utiliza en beneficio del terrorismo, pasa a ser terrorismo. El grupo terrorista islámico DAESH, por ejemplo, utiliza medios cibernéticos para el reclutamiento de combatientes a sus filas. Como agentes destacan dos grupos, el grupo “Anonymus” y “Luizsec,” además de los propios servicios de inteligencia.

El ciberterrorismo tiene fines muy concretos: subvertir el orden constitucional, alterar gravemente la paz social y destruir nuestro modelo global. Se trata de una amenaza emergente de baja probabilidad, pero alto impacto. El problema principal de todo ello es la poca legislación existente al respecto, pero que poco a poco va emergiendo; por ejemplo, en 2013 se dio el punto de partida con la publicación de una comunicación del Consejo de la Unión Europea sobre seguridad –la “Estrategia de ciberseguridad de la Unión Europea”[3]–, a partir de la cual cada 5 años las estrategias deben ser revisadas. Se suma a ello el reglamento 2019/881 del Parlamento Europeo y del Consejo (UE) de 17 de abril de 2019.

Zona gris

El concepto de zona gris ha sido acuñado recientemente en el ámbito de los estudios estratégicos para describir el marco de actuación del enemigo híbrido. El término describe un estado de tensión alternativo a la guerra, operando en una etapa de paz formal.

El conflicto en la zona gris está centrado en la sociedad civil. Su coste, por tanto, recae directamente sobre la población. Opera en todo caso en el límite de la legalidad internacional. El protagonista es generalmente un Estado de principal importancia en el plano internacional (una potencia) o un actor no estatal de similar influencia.

Las acciones de un enemigo que opera en la zona gris están destinadas al dominio de determinadas “zonas” que le resultan de interés. Los tipos de respuesta dentro de lo definido como zona gris dependerán de la amenaza a la que se enfrente el país en cuestión.

Punto de vista jurídico

Si hablamos desde un punto de vista jurídico, es más preciso utilizar el término guerra híbrida, solo cuando existe un conflicto armado declarado y no encubierto.

En efecto, un gran problema surge de la dificultad para aplicar a los actores de las amenazas híbridas la legislación nacional o internacional oportuna. Los agentes que se ven envueltos, por regla general, niegan las acciones híbridas y tratan de escapar de las consecuencias jurídicas de sus acciones, aprovechándose de la complejidad del ordenamiento jurídico. Actúan bordeando los límites, operando en espacios no regulados y sin sobrepasar nunca los umbrales legales.

Respuestas ante las amenazas híbridas

La respuesta a la amenaza híbrida puede producirse en diferentes ámbitos, no excluyentes entre sí. En el ámbito militar, se puede llegar a concebir incluso una confrontación militar directa, que puede verse como “tolerable” si con ella se evita el enfrentamiento con una gran potencia como podría ser Estados Unidos o China. De la misma manera, son respetadas estas confrontaciones militares por la indefensión de los territorios ocupados ante la amenaza que pretende prevenir el Estado ocupante.

En el ámbito económico, la respuesta permite imponer sobre un enemigo costes de tipo financiero, que son a veces más directos que las respuestas militares. En este campo, una manera de adoptar medidas defensivas no provocativas es a través de la imposición de sanciones económicas inmediatas y formales a un agresor.

Un ejemplo de esto son las sanciones económicas que Estados Unidos impuso contra Irán por considerar este país como una amenaza nuclear. Para ello es importante destacar el fondo de este asunto.

En 2015 se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) sobre el programa nuclear de Irán, por el que este país se comprometía a cumplir el acuerdo y Estados Unidos a retirar las sanciones económicas impuestas. Sin embargo, en 2018 Trump anunció la retirada del acuerdo y el restablecimiento de las sanciones. En el transcurso de estos acontecimientos, diversos países se han pronunciado sobre estas decisiones unilaterales tomadas por el gobierno estadounidense. China y Rusia, por su parte, han manifestado su disconformidad, realizando declaraciones oficiales a favor de Irán.

El de Irán constituye un claro ejemplo de respuesta económica sobre la zona gris, en el que se ve cómo los Estados utilizan este elemento de poder para negar la participación del agresor en diferentes instituciones o acuerdos y controlar su zona de influencia.

Estados Unidos, como muchas otras potencias, encuentra esta situación de superioridad una ventaja decisiva en los conflictos comprendidos dentro de la zona gris. Debido a la importancia del poder financiero y político de Estados Unidos, el resto de los países, incluida la Unión Europea, no pueden sino aceptar este tipo de acciones unilaterales.

Conclusiones

A modo de cierre, podemos concluir que la actividad híbrida en la zona gris tiene importantes consecuencias sobre el conjunto de la sociedad de uno o más Estados, y produce efectos que pueden llegar a tener un alcance global.

Las amenazas híbridas afectan fundamentalmente a la sociedad civil, pudiendo producir un efecto desmoralizador que provoque el hundimiento psicológico de un Estado. El empleo de esta táctica se denomina a menudo como “paz formal”. A pesar de no existir un enfrentamiento directo entre ejércitos, esta técnica es mucho más efectiva ya que el país atacante no necesita invertir tanto dinero, tiempo y personas como en la guerra real. Además, la aplicación del Derecho Internacional o la intervención de terceros países en el conflicto es mínima, ya que muchos consideran este tipo de actuaciones como “tolerables”.

Sin duda, la zona gris y las amenazas hibridas se han convertido en la nueva técnica militar de nuestra era debido a su eficacia y simplicidad. No obstante, debería existir un control más férreo para que este tipo de técnicas militares tan nocivas dejen de pasar desapercibidas.

Un aspecto característico de la guerra híbrida es la manipulación de las comunicaciones y el uso de la propaganda. Con estas acciones se consigue sembrar la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones, tal y como ocurre hoy en día en la relación entre China y Estados Unidos, lastrada por declaraciones norteamericanas a la prensa acerca del plan presentado por Xi Jinping en 2014 sobre la Nueva Ruta de la Seda, y que denotan un alto grado desconfianza y rechazo hacia el Imperio del Centro.

Por tanto, es conveniente que los Estados e instituciones internacionales establezcan unas “normas de juego” para este tipo de actuaciones y mantener así el orden y la paz mundial.
 

Una primera redacción de este texto fue presentada como comunicación en el XXVII Curso Internacional de Defensa celebrado en Jaca en octubre de 2019

 

Bibliografía

Carlos Galán. (2018). Amenazas híbridas: nuevas herramientas para viejas aspiraciones. 2019, de Real Instituto El Cano. Sitio web

Lyle J. Morris, Michael J. Mazarr, Jeffrey W. Hornung, Stephanie Pezard, Anika Binnendijk, Marta Kepe. (2019). Gaining Competitive Advantage in the Grey Zone. 2019, de RAND CORPORATION. Sitio web

Josep Barqués. (2017). Hacia una definición del concepto "Grey Zone". 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos. Sitio web

Javier Jordán. (2017). Guerra híbrida: un concepto atrápalo-todo. 2019, de Universidad de Granada. Sitio web

Javier Jordán. (2018). El conflicto internacional en la zona gris: una propuesta teórica desde la perspectiva del realismo ofensivo. 2019, de Revista Española de Ciencia Política. Sitio web

Javier Jordán. (2019). Cómo contrarrestar estrategias híbridas. 2019, de Universidad de Granada. Sitio web

Guillem Colom Piella. (2019). La amenaza híbrida: mitos, leyendas y realidades. 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos. Sitio web

Murat Caliskan. (2019). Hybrid warfare through the lens of strategic theory. 2019, de Defense & Security Analysis, 35:1, 40-58. Sitio web

Rubén Arcos. (2019). EU and NATO confront hybrid threats in centre of excellence. 2019, de Jane's Intelligence Review. Sitio web

Publisher: Geert Cami Senior Fellow: Jamie Shea Programme Manager: Mikaela d’Angelo Programme Assistant: Gerard Huerta Editor: Iiris André, Robert Arenella Design: Elza Lőw. (2018). HYBRID AND TRANSNATIONAL THREATS. 2019, de Friends of Europe. Sitio web

Una entrevista con Seyed Mohammad Marandi, Universidad de Teherán. (2019). Los iraníes no olvidarán la guerra híbrida contra Irán. 2019, de Comunidad Saker Latinoamérica. Sitio web


[1] Esta idea se popularizó entre la comunidad de defensa tras la presentación del ensayo “El conflicto en el siglo XXI”.  Guillem Colom Piella. (2019). La amenaza híbrida: mitos, leyendas y realidades. 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos

[2] Reforma de los delitos de terrorismo mediante la ley orgánica 2/2015. Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI), Universidad de Granada.

[3] Comunicación conjunta al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Wuropeo y al Comité de las Regiones. ˝Estrategia de ciberseguridad de la Unión Europea: Un ciberespacio abierto, protegido y seguro˝.

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[Sheila A. Smith, Japan Rearmed. The Politics of Military Power. Harvard University Press. Cambridge, 2019. 239 p.]

 

RESEÑAIgnacio Yárnoz

En la actualidad Japón se enfrenta a una situación de seguridad nacional delicada. Por el norte, el país se ve constantemente sometido a los acosos de la República Popular Democrática de Corea en forma de ensayos con misiles balísticos que a menudo aterrizan en aguas territoriales japonesas. Por el este y sudeste, la soberanía de Japón en sus aguas territoriales, incluyendo las disputadas Islas Senkaku, se ve amenazada por una China cada vez con más interés por mostrar músculo económico y militar.

Y por si esto fuera poco, Japón ya pone en tela de juicio la seguridad que Estados Unidos pueda o quiera proporcionarle ante un eventual conflicto regional. Si en el pasado Japón temía ser arrastrado a una guerra a causa de la predisposición estadounidense al uso de fuego para resolver ciertas situaciones, ahora lo que Tokio teme es que Estados Unidos no le acompañe a la hora de defender su soberanía.

Ese dilema de seguridad nacional es el que aborda Japan Rearmed. The Politics of Military Power, de Sheila A. Smith, investigadora del Council on Foreign Relations de Estados Unidos. El libro recoge las diferentes visiones en torno a esta cuestión. La postura del gobierno nipón es que Japón debería confiar más en sí mismo de cara a mantener su propia seguridad. Pero es aquí donde surge el mayor obstáculo. Desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial y posterior dominio estadounidense del país hasta 1952, las Fuerzas Armadas nacionales han estado rebajadas a “Fuerzas de Autodefensa”. La realidad es que la Constitución de 1947, específicamente su artículo número 9, sigue limitando las funciones de las tropas niponas.

Introducido directamente por el mando estadounidense, el artículo 9, nunca enmendado, dice: “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales. (2) Con el objeto de llevar a cabo el deseo expresado en el párrafo precedente, no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico. El derecho de beligerancia del estado no será reconocido”.

Este artículo, novedoso en la época, pretendía abrir una era a salvo de tendencias belicistas, en la que el proyecto de Naciones Unidas sería la base para la seguridad colectiva y la solución pacífica de controversias. Sin embargo, la propia historia demostró cómo en cuestión de pocos años los propios arquitectos de dicha Constitución llamaron al rearme de Japón en el contexto de la Guerra de Corea; entonces era ya demasiado tarde para un replanteamiento de las limitaciones fundacionales del nuevo Japón.

Tras los cambios en la geopolítica de Asia en los últimos 30 años después del fin de la Guerra Fría, Japón ha dado pasos para recobrar su presencia internacional, pero aún hoy sigue tropezando con el encorsetamiento de su Constitución. Como bien describe Smith, son muchos los obstáculos legales que las Fuerzas de Autodefensa de Japón han tenido que superar desde 1945. Temas como la actuación de Japón en el exterior bajo bandera de Naciones Unidas, su ausencia en la 1ª Guerra del Golfo, el debate sobre la capacidad de resiliencia tras un ataque de Corea del Norte o la actuación de Japón en la 2ª Guerra del Golfo son todos discutidos y analizados en este libro. Además de esto, la autora trata de explicar las razones y argumentos en cada uno de los debates concernientes al artículo 9, tales como la legítima defensa, el rol de las Fuerzas de Autodefensa y la relación con Estados Unidos, asuntos que enfrentan a la elite política nipona. Son ya varias las generaciones de líderes políticos que han intentado resolver el dilema de garantizar la seguridad e intereses de Japón sin limitar las capacidades de sus fuerzas armadas, aunque hasta ahora no ha existido un consenso para cambiar ciertos presupuestos constitucionales, dirección en la que está empujando el primer ministro Shinzo Abe.

Japan rearmed es un análisis en 360 grados donde el lector encuentra un completo análisis sobre los obstáculos principales a los que se enfrentan las Fuerzas de Autodefensa de Japón y sobre cuál puede ser su desarrollo futuro. En un marco más amplio, el libro también afronta el rol de las Fuerzas Armadas en una democracia, la cual debe hacer compatible su rechazo a la violencia con la obligación de garantizar la defensa colectiva.

Categorías Global Affairs: Asia Seguridad y defensa Reseñas de libros

[Glen E. Howard and Matthew Czekaj (Editors), Russia’s military strategy and doctrine. The Jamestown Foundation. Washington DC, 2019. 444 pages]

REVIEWAngel Martos Sáez

Russia’s military strategy and doctrine

This exemplar acts as an answer and a guide for Western policymakers to the quandary that 21st century Russia is posing in the international arena. Western leaders, after the annexation of Crimea in February-March 2014 and the subsequent invasion of Eastern Ukraine, are struggling to come up with a definition of the aggressive strategy that Vladimir Putin’s Russia is carrying out. Non-linear warfare, limited war, or “hybrid warfare” are some of the terms coined to give a name to Russia’s operations below the threshold of war.

The work is divided in three sections. The first one focuses on the “geographic vectors of Russia’s strategy”. The authors here study the six main geographical areas in which a clear pattern has been recognized along Russia’s operations: The Middle East, the Black Sea, the Mediterranean Sea, the Arctic, the Far East and the Baltic Sea.

The chapter studying Russia’s strategy towards the Middle East is heavily focused on the Syrian Civil War. Russian post-USSR foreign-policymakers have realized how precious political stability in the Levant is for safeguarding their geostrategic interests. Access to warm waters of the Mediterranean or Black Sea through the Turkish straits are of key relevance, as well as securing the Tartus naval base, although to a lesser extent. A brilliant Russian military analyst, Pavel Felgenhauer, famous for his predictions about how Russia would go to war against Georgia for Abkhazia and South Ossetia in 2008, takes us deep into the gist of Putin’s will to keep good relations with Bashar al-Assad’s regime. Fighting at the same time Islamic terrorism and other Western-supported insurgent militias.

The Black and Mediterranean Seas areas are covered by a retired admiral of the Ukranian Navy, Ihor Kabanenko. These two regions are merged together in one chapter because gaining access to the Ocean through warm waters is the priority for Russian leaders, be it through their “internal lake” as they like to call the Black Sea, or the Mediterranean alone. The author focuses heavily on the planning that the Federation has followed, starting with the occupation of Crimea to the utilization of area denial weaponry (A2/AD) to restrict access to the areas.

The third chapter concerning the Russia’s guideline followed in the Arctic and the Far East is far more pessimistic than the formers. Pavel K. Baev stresses the crucial mistakes that the country has done in militarizing the Northern Sea Route region to monopolize the natural resource exploitation. This tool, however, has worked as a boomerang making it harder for Russia nowadays to make profit around this area. Regarding the Far East and its main threats (North Korea and China), Russia was expected a more mature stance towards these nuclear powers, other than trying to align its interests to theirs and loosing several opportunities of taking economical advantage of their projects.

Swedish defense ministry advisor Jörgen Elfving points out that the BSR (acronym for Baltic Sea Region) is of crucial relevance for Russia. The Federation’s strategy is mainly based on the prevention, through all the means possible, of Sweden and Finland joining the North Atlantic Alliance (NATO). Putin has stressed out several times his mistrust on this organization, stating that Western policymakers haven’t kept the promise of not extending the Alliance further Eastwards than the former German Democratic Republic’s Western border. Although Russia has the military capabilities, another de facto invasion is not likely to be seen in the BSR, not even in the Baltic republics. Instead, public diplomacy campaigns towards shifting foreign public perception of Russia, the funding of Eurosceptic political parties, and most importantly taking advantage of the commercial ties (oil and natural gas) between Scandinavian countries, the Baltic republics and Russia is far more likely (and already happening).

The second section of this book continues with the task of defining precisely and enumerating the non-conventional elements that are used to carry out the strategy and doctrine followed by Russia. Jānis Bērziņš gives body to the “New Generation Warfare” doctrine, according to him a more exact term than “hybrid” warfare. The author stresses out the conscience that Russian leaders have of being the “weak party” in their war with NATO, and how they therefore work on aligning  “the minds of the peoples” (the public opinion) to their goals in order to overcome the handicap they have. An “asymmetric warfare” under the threshold of total war is always preferred by them.

Chapters six and seven go deep into the nuclear weaponry that Russia might possess, its history, and how it shapes the country’s policy, strategy, and doctrine. There is a reference to the turbulent years in which Gorbachev and Reagan signed several Non-Proliferation Treaties to avoid total destruction, influenced by the MAD doctrine of the time. It also studies the Intermediate-Range Nuclear Forces (IMF) Treaty and how current leaders of both countries (Presidents Trump and Putin) are withdrawing from the treaty amid non-compliance of one another. Event that has sparked past strategic tensions between the two powers.

Russian researcher Sergey Sukhankin gives us an insight on the Federation’s use of information security, tracing the current customs and methods back to the Soviet times, since according to him not much has changed in Russian practices. Using data in an unscrupulously malevolent way doesn’t suppose a problem for Russian current policymakers, he says. So much so that it is usually hard for “the West” to predict what Russia is going to do next, or what cyberattack it is going to perpetrate.

To conclude, the third section covers the lessons learned and the domestic implications that have followed Russia’s adventures in foreign conflicts, such as the one in Ukraine (mainly in Donbas) and in Syria. The involvement in each one is different since the parties which the Kremlin supported are opposed in essence: Moscow fought for subversion in Eastern Ukraine but for governmental stability in Syria. Russian military expert Roger N. McDermott and analyst Dima Adamsky give us a brief synthesis of what experiences Russian policymakers have gained after these events in Chapters nine and eleven.

The last chapter wraps up all the research talking about the concept of mass mobilization and how it has returned to the Federation’s politics, both domestically and in the foreign arena. Although we don’t exactly know if the majority of the national people supports this stance, it is clear that this country is showing the world that it is ready for war in this 21st century.  And this manual is here to be a reference for US and NATO defense strategists, to help overcome the military and security challenges that the Russian Federation is posing to the international community.

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Algunos diplomáticos de EEUU y Canadá que estuvieron La Habana entre 2016 y 2018 siguen sin recuperarse del todo de las dolencias sufridas

Edificio de la Embajada de Estados Unidos en Cuba [Departamento de Estado]

▲ Edificio de la Embajada de Estados Unidos en Cuba [Departamento de Estado]

ANÁLISISEduardo Villa Corta

Hace tres años, personal diplomático de Estados Unidos destinado en Cuba comenzó a sentir molestias físicas supuestamente causadas por unos extraños sonidos a los que al parecer habían estado expuestos; Washington habló de un ˝ataque sónico˝. Sin embargo, si bien han podido determinarse como anómalos los síntomas padecidos por los afectados, no se ha logrado establecer lo que los provocó. ¿Fue realmente un ataque? ¿Quién estaría detrás? Repasamos aquí las principales hipótesis y conjeturas que se han realizado, y señalamos sus puntos débiles.

A finales de 2016 y principios de 2017 diversos diplomáticos estadounidenses con destino en La Habana, así como miembros de sus familias, reportaron sufrir mareos, vértigos y dolores agudos en los oídos que podían estar causados por unos extraños sonidos a los que habían estado expuestos. Según sus testimonios, los sonidos provenían de una dirección específica, y los habían escuchado en sus propias residencias o, en algunos casos, en habitaciones de hotel, mientras que las personas alojadas en casas vecinas o habitaciones contiguas no habían oído ningún sonido especial. El fenómeno también afectó a diplomáticos canadienses en la capital cubana. En total, unas cuarenta personas fueron atendidas por esos síntomas.

Ataque acústico

Haciéndose eco de los hechos reportados por su personal en Cuba, a mediados de 2017 el Departamento de Estado de Estados Unidos declaró que los síntomas podrían haber sido causados por un ataque sónico del gobierno cubano dirigido contra los diplomáticos y sus familias. En octubre de 2017, el presidente Donald Trump acusó directamente a La Habana: “Yo creo que Cuba es responsable; sí, lo creo”.

A comienzos de 2018 el Departamento de Estado emitió un comunicado de alerta para no viajar a Cuba debido a una posible crisis sanitaria y retiró a buena parte del personal de la misión diplomática de La Habana, reduciendo la actividad de esta al mínimo posible. Hasta ese momento un total de 24 estadounidenses se habían visto afectados.

Por entonces también el Gobierno canadiense indicó que diplomáticos suyos habían experimentado molestias similares. Ottawa decidió evacuar a las familias de sus empleados en Cuba y a comienzos de 2019 procedió a reducir el personal de la embajada ante lo que parecía ser la aparición de un decimocuarto caso.

El Gobierno cubano negó desde el primer momento estar implicado en ninguna operación de acoso contra EEUU o Canadá. ˝No hay ninguna prueba sobre la causa de las dolencias reportadas, ni tampoco hay pruebas que sugieran que esos problemas de salud hayan sido causados por un ataque de ningún tipo˝, aseguró La Habana. El Gobierno de Raúl Castro ofreció su cooperación en la investigación de los hechos, sin que saliera a la luz nada que pudiera explicar el caso. No aparecieron dispositivos que pudieran haber provocado los sonidos.

Agregando confusión a la situación, al menos dos diplomáticos estadounidenses destinados en China, ocupados en el consulado general de Guangzhou, el más grande que EEUU tiene en el país, presentaron a comienzos de 2018 también los síntomas ya descritos. Washington los evacuó y publicó una advertencia sanitaria sobre las misiones en la región continental de China.

La agencia Associated Press publicó en octubre 2017 una grabación de los supuestos sonidos causantes de la dolencia reportada, e indicó que las agencias gubernamentales habían sido incapaces de determinar la naturaleza del ruido y de explicar su relación con los trastornos corporales provocados. Meses después apuntó que los informes internos del FBI no establecían siquiera que hubiera habido un “ataque”. Otros medios destacaron la escasa cooperación en la investigación, por cuestiones de celo jurisdiccional, entre el Departamento de Estado, el FBI y la CIA.

Síntomas del “síndrome de la Habana”

Un equipo médico de la Universidad de Pensilvania, a petición del Gobierno estadounidense, examinó a 21 personas afectadas por lo que la prensa comenzó a llamar “síndrome de la Habana”. La investigación, publicada inicialmente en marzo de 2018 en el Journal of the American Medical Association (JAMA), indicó que la mayoría de los pacientes reportaba problemas de memoria, concentración y equilibrio, y determinó que parecían haber sufrido heridas en extensas redes cerebrales.

Datos posteriores del mismo equipo ampliados a 40 pacientes, dados a conocer en julio de 2019, condujeron a la conclusión de que los diplomáticos habían experimentado un cierto traumatismo craneoencefálico. Los resultados de las resonancias magnéticas, comparados con los de un grupo de personas sanas, permitía advertir diferencias en el volumen de las sustancias blanca y gris del cerebro, en la integridad de las microestructuras del cerebelo y en la conectividad funcional relativas a las subredes para la audición y la visión espacial, si bien no para las funciones ejecutivas.

Este informe concluyó que el personal diplomático había sido herido físicamente, aunque no pudo determinar la causa. También destacó que los pacientes no experimentan una recuperación usual, pues no se están recuperando rápidamente de los síntomas, como ocurre en otros casos de similares “contusiones” o problemas de oído.

SI NO FUE UN ATAQUE, ¿QUÉ FUE?

Al no haberse podido establecer una causa clara de lo que provocó los males padecidos por el personal diplomático de EEUU y Canadá y algunos miembros de sus familias, la misma realidad de un ataque ha sido puesto en cuestión. Aunque se han dado diversas explicaciones alternativas, sin embargo ninguna de ellas resulta plenamente convincente.

1) Histeria colectiva

Formulación. Algunos neurólogos y sociólogos, como Robert Bartholomew, han sugerido que podría tratarse de un caso de histeria colectiva. Dada la presión a la que se encuentran sometidos algunos de los diplomáticos que trabajan en entornos muy poco amigables, y la relación endogámica en la que viven, conviviendo casi exclusivamente entre ellos, podría explicar un convencimiento mutuo de un ataque exterior que incluso tuviera consecuencias somáticas.

Punto débil. Tanto la investigación de la Universidad de Pensilvania como el médico del Departamento de Estado, Charles Rosenfarb, que comparecenció ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, vinieron a descartar que los síntomas sufridos por los diplomáticos se debieran a un mero mecanismo mental. Es muy difícil que unas sesenta personas, contando a estadounidenses y canadienses, se convencieran entre ellos de una agresión de este tipo y que luego casi todos ellos desarrollaran las mismas lesiones cerebrales.

2) Microondas

Formulación. El equipo investigador de la Universidad de Pensilvania, si bien no apuntó ninguna posible causa de las dolencias, no descartó ciertos supuestos, como el de la afectación por microondas. Sobre este aspecto insistió una investigación publicada en 2018 en la revista Neural Computation, que consideraba los síntomas consistentes con la exposición a una radiación de microondas electromagnéticas (RF/MW).

Punto débil. No todos los síntomas mostrados por los pacientes podrían ser consecuencia de la exposición de una radiación de ese tipo, que además cuenta con una literatura que diverge sobre sus efectos en el cuerpo humano. Además, no se conoce que exista un arma de microondas que pueda afectar al cerebro.

3) Ultrasonido

Formulación. Un equipo de expertos informáticos de la Universidad de Michigan sugirió en 2018 que podría tratarse de un caso de exposición a algún tipo de ultrasonido, quizá proveniente de un equipo de escucha en mal funcionamiento que mezclara múltiples señales ultrasónicas.

Punto débil. La grabación de uno de los episodios de sonido –la muestra difundida por AP– no es suficiente para poder determinar su naturaleza. También cabe que el sonido fuera algo distinto en otros de los casos.

4) Grillos

Formulación. Una investigación de la Universidades de California-Berkeley y de Lincoln, a partir de la muestra de sonido existente, consideró en enero de 2019 que la posible causa de los ataques fue hecha por grillos, específicamente los grillos Anurogryllus muticus. La investigación fue un estudio comparativo entre el sonido emitido por esa variante de grillos y la muestra de uno de los episodios acústicos de La Habana.

Punto débil. El sonido percibido por los diplomáticos era direccional, de forma que no fue escuchado por personas vecinas. Si hubieran sido grillos en su medio natural, el sonido se hubiera expandido alrededor.

5) Neurotoxinas

Formulación. Un estudio conjunto de dos centros de investigación canadienses de mayo de 2019 atribuyó los síntomas sufridos por los diplomáticos a la exposición a las neurotoxinas de pesticidas utilizados para fumigar mosquitos, una práctica habitual en los edificios de las embajadas.

Punto débil. Los diplomáticos afectados relacionaron el comienzo de su malestar físico con situaciones vividas en sus propias residencias o en habitaciones de hotel, donde no hubo las fumigaciones apuntadas.

SI FUE UN ATAQUE, ¿QUIÉN LO HIZO?

Dado las explicaciones previas no parecen del todo sólidas, el Gobierno de EEUU mantiene la hipótesis de un ataque. Si este realmente se hubiera producido, ¿quién estaría detrás? También aquí hay diversas conjeturas.

1) Régimen castrista

La primera opción barajada, asumida en principio por EEUU dadas las acusaciones públicas realizadas desde Washington, ha sido atribuir los supuestos ataques al propio régimen cubano. Con ellos La Habana pretendería mantener la presión sobre los estadounidenses, a pesar del restablecimiento formal de relaciones diplomáticas, con el objetivo de marcar el territorio de cada cual.

Punto débil. Los incidentes comenzaron a ocurrir durante la Administración Obama, en un contexto de ˝luna de miel˝ marcada por la reapertura de embajadas y la visita de Barack Obama a La Habana. Lo normal es que a finales de 2016, ante las elecciones norteamericanas, el régimen castrista no quisiera dar motivos al próximo presidente estadounidense para torcer la línea diplomática abierta por Obama. Podría tener sentido que tras la revocación que luego hizo Donald Tump de las medidas aperturistas previas, Cuba quisiera castigar a la nueva Administración, pero no antes de ver la dirección que esta tomaba; en cualquier caso, los ataques no harían sino justificar la línea dura seguida por Trump, que no beneficia a la isla.

2) Un sector del castrismo

A Fidel Castro se le atribuyó una actitud poco complaciente con la decisión de su hermano Raúl de restablecer las relaciones diplomáticas con EEUU. Aunque murió en noviembre de 2016, personas de su entorno podrían haber intentado torpedear esa aproximación, convencidos de que la hostilidad con Washington era la mejor manera de asegurar la pervivencia del régimen tal como fue concebido por su fundador.

Punto débil. Si bien es cierta la reticencia de Fidel Castro hacia el acercamiento con EEUU, es difícil pensar que el sector más conservador dentro del castrismo osara boicotear tan directamente la fundamental línea política de Raúl Castro. Otra cosa es que, después de que este cediera la presidencia de Cuba a Miguel Díaz-Canel en abril de 2018, algunos sectores dentro del régimen pudieran protagonizar movimientos internos para enviar ciertos mensajes, pero el relevo se produjo cuando ya se habían dado la mayor parte de los episodios acústicos.

3) Un tercer país (Rusia, China)

La tercera opción sería que un tercer país haya generado los ataques. La inteligencia americana señala que la opción más viable en este caso sería Rusia. Moscú ha puesto interés en volver a operar en el Caribe, como en la Guerra Fría, y agresión a los diplomáticos estadounidenses en Cuba encajaría con su estrategia. También se ha apuntado que China podría querer pagar a Washington en su patio trasero con el mismo hostigamiento que los chinos creen sentir por parte de EEUU en sus mares más próximos.

Punto débil. El regreso de Rusia al Caribe está ciertamente documentado, y puede ser imaginable que Moscú hubiera podido haber impulsado una acción puntual contra algún objetivo específico, pero parece difícil que haya sostenido en el tiempo una operación que lesiona la soberanía de Cuba. En cuanto a la presencia de China en el vecindario de EEUU, se trata de un movimiento de menor confrontación que el llevado a cabo por Rusia. Por lo demás, si Pekín hubiera escogido suelo extranjero para así borrar mejor los trazos de una acción contra diplomáticos estadounidenses, entonces no se habrían dado los casos registrados en Guangzhou.

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[Hebert Lin & Amy Zegart, eds. Bytes, Bombs, and Spies. The strategic dimensions of offensive cyber operations. The Brookings Institution. Washington, 2019. 438 p. ]REVIEW / Albert Vidal

RESEÑA Pablo Arbuniés

Bytes, Bombs, and Spies. The strategic dimensions of offensive cyber operationsDel mismo modo que en la segunda mitad del siglo XX el mundo vivió la carrera armamentística nuclear entre EEUU y la URSS por la hegemonía mundial, todo parece indicar que la carrera que marcará el siglo XXI es la del ciberespacio. Desde que el Departamento de Defensa de Estados Unidos incluyera el ciberespacio como el quinto dominio de las operaciones militares del país (junto con tierra, mar, aire y espacio) ha quedado patente la capital importancia de su papel en la seguridad mundial.

Sin embargo, la propia naturaleza del ciberespacio lo convierte en un campo completamente distinto de lo que podríamos denominar campos de seguridad cinética. La única constante en el ciberespacio es el cambio, de modo que todo estudio y planteamiento estratégico debe ser capaz de adaptarse rápidamente a las condiciones cambiantes sin perder la eficiencia y manteniendo una enorme precisión. Esto supone un verdadero desafío para todos los agentes que se desenvuelven en el ciberespacio, tanto nacionales como privados. En el ámbito nacional, la incorporación de las ciberoperaciones a la estrategia de seguridad nacional estadounidense (NSS) y la elaboración de una doctrina de guerra cibernética por el Departamento de Defensa son los dos principales pilares sobre los que se construirá la nueva carrera por el ciberespacio.

˝Bytes, Bombs, and Spies” explora las grandes cuestiones que plantea este nuevo desafío, presentando enfoques muy diferentes para las distintas situaciones. Probablemente el mayor valor que ofrece el libro sean precisamente las distintas maneras de afrontar el mismo problema que defienden los más de veinte autores que han participado en su elaboración, coordinados por Herbert Lin y Amy Zegart. Estos autores colaboran en la realización de los 15 ensayos que componen el libro. Lo hacen con la idea de convertir un tema tan complejo como las ciberoperaciones ofensivas en algo alcanzable para lectores no expertos en el tema, pero sin renunciar a la profundidad y el detalle propios de una obra académica.

A lo largo del volumen los autores no sólo plantean cuál debe ser el enfoque del marco teórico. También valoran las políticas del gobierno estadounidense en el campo de las ciberoperaciones ofensivas y plantean cuales deben ser los puntos clave en la elaboración de nuevas políticas y adaptación de las anteriores al cambiante ciberentorno.

El libro trata de responder a las grandes preguntas formuladas sobre el ciberespacio. Desde el uso de las ciberoperaciones ofensivas en un marco de conflicto hasta el papel del sector privado, pasando por las dinámicas escalatorias y el papel de la disuasión en el ciberespacio o las capacidades de inteligencia necesarias para llevar a cabo ciberoperaciones efectivas.

Una de las principales cuestiones es cómo se incluyen las ciberoperaciones en el marco de la dinámica de una escala de conflicto. ¿Es lícito responder a un ciberataque con fuerza cinética? ¿Y con armas nucleares? La actual ciber-doctrina del gobierno estadounidense deja ambas puertas abiertas, afrontando una respuesta basada en los efectos del ataque por encima de los medios. Esta idea es calificada de incompleta por Henry Farrell y Charles L. Glaser en su capítulo, en el que plantean la necesidad de tener en cuenta más factores, como la percepción de la amenaza y del ataque por parte de otros agentes, así como la opinión pública y de la comunidad internacional.

Siguiendo con los planteamientos teóricos, la principal cuestión que suscita este libro es si resulta sensato aplicar en el estudio estratégico del ciberespacio los mismos principios que se aplicaron a las armas nucleares durante la guerra fría para responder a las preguntas antes formuladas. Y al tratarse de un campo relativamente nuevo en el que desde el primer momento pueden estar en juego la hegemonía y la estabilidad mundial, cómo se responda a esta pregunta puede suponer la diferencia entre la estabilidad o el caos más absoluto.

Es precisamente esto lo que plantea David Aucsmith en su capítulo. En él defiende que el ciberespacio es tan diferente de las disciplinas estratégicas clásicas que hay que replantear sus dimensiones estratégicas partiendo de cero. La desintermediación de los gobiernos, incapaces de abarcar todo el ciberespacio, abre un nicho para las compañías privadas especializadas en ciberseguridad, pero tampoco estas podrán llenar por completo lo que en otros dominios llena el gobierno. Por su parte, Lucas Kello trata de llenar la brecha de soberanía en el ciberespacio con la ya mencionada participación privada, planteando la convergencia entre los gobiernos y la ciudadanía (a través del sector privado) en el ciberespacio.

En conclusión, ˝Bytes, Bombs, and Spies” trata de responder a todas las principales preguntas que plantea el ciberespacio, sin ser inalcanzable para un público no experto en el tema, pero manteniendo el rigor, la precisión y la profundidad en su análisis. .

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