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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

Los trabajos y los días en el arte navarro (1). La vida cotidiana en la casa

vie, 31 mar 2017 16:30:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Las escenas de género, como tales, no existieron hasta el siglo XVII en el arte europeo. Aquella centuria, ligada al naturalismo, propiciaría nuevos géneros narrativos, considerados, durante mucho tiempo, como menores. Fue entonces cuando surgió una tendencia que, paulatinamente, sustituiría lo trascendente por lo anecdótico y lo mundano, en definitiva por la realidad inmediata. En Navarra, con gran retraso, sería la llegada de la fotografía en el siglo XIX, la que se vincularía a todo lo relativo a la vida cotidiana, aunque poseemos notables excepciones en obras de Ciga, Zubiri, García Asarta, Pérez Torres, o Natalio Hualde.

Para recrear el hecho cotidiano en siglos pasados, nos ayudamos del arte religioso, que ofrece paralelismos para la recreación de distintos pasajes de la vida diaria, si se saben leer correctamente. El hecho de acudir a representaciones religiosas, nos hace fijarnos en detalles, a veces de carácter secundario, en donde afloran con cierta libertad hechos de la vida cotidiana. En otros casos, el interés radica en la verosimilitud del pasaje sagrado, que exigía ser representado como si se tratase de historia de mortales. Algunas escenas, como las Anunciaciones, por transcurrir en ambientes domésticos, son ricas en fragmentos de género y aspectos del devenir diario.

En cualquier caso, hay que advertir que, a la hora de utilizar esos ejemplos como fuente histórica, es absolutamente necesario partir de su verdadera función y de su lectura formal e iconográfica. De ese modo, tras señalar los límites de la imágenes, estaremos en condiciones de utilizarlas como fuente para conocimiento del pasado.

Comenzaremos, en esta ocasión, con lo referente a algunos aspectos de la vida cotidiana en la casa, para continuar con singulares ejemplos de escenas agrícolas, ganaderas, de caza, pesca, oficios y profesiones, así como de lo vinculado a la escuela, el ocio, la diversión y la  exclusión social.

 

En torno al nacimiento

Sin lugar a dudas, el pasaje del nacimiento de la Virgen es uno de los que mayores datos y detalles proporciona a la hora de rehacer el escenario del parto y  cuanto traía consigo. La pintura y la escultura nos han dejado testimonios muy elocuentes, entre los que destacan por sus detalles los ejemplos del siglo XVI. La tabla de Pedro de Aponte en Santa María de Olite o los relieves de Torralba del Río,  Esquíroz, Dicastillo o Tafalla, son excelentes ejemplos. Criadas, parteras asistiendo a la madre con delicadas viandas y atenciones, la criatura recién nacida fajada y mujeres calentando los pañales en braseros de la época, recipientes de agua caliente para limpieza y baño, son detalles que nos retrotraen a un pasado no tan lejano. No menos pormenores presenta el pasaje del nacimiento de San Juan Bautista en el relieve del retablo de Mendavia o en la tabla pintada del mayor de Cintruénigo, ambas obras del primer Renacimiento del segundo cuarto del siglo XVI. En el relieve, una criada sostiene unos paños sobre un brasero para recoger al recién nacido, mientras que en la pintura llama la atención el niño fajado para que no pudiese mover los miembros, la alacena bajo dosel con vajilla de metal -plata o estaño- que ordena y limpia una sirvienta, así como el gran número de mujeres. Éstas, de distintas edades, lucen variedad de tocas de la época y propias en España para las mujeres de edad o que vestían con singular recato. Las tocas constaban de dos piezas, una para cubrir la cabeza y cuello y otra superior que caía sobre los hombros, pudiéndose suprimir tanto una como otra. La pintura del nacimiento del Bautista de su retablo de la Victoria de Cascante, obra de Juan de Lumbier (1615), también recrea un interior con mucho detalle, destacando la gran chimenea a la que se acerca la sirvienta para secar los pañales.

 

La vida doméstica y cotidiana

Eva hilando junto a Adán cavando con la azada la tierra es un pasaje del Génesis que aparece desde época medieval. En la puerta del Juicio de Tudela encontramos a ambos en un capitel de época de Sancho el Fuerte muy descriptivo y la escena se repite en otros ejemplos. En un canecillo de la Magdalena de la misma ciudad, figura una costurera junto a representaciones de otros oficios y el diablo, dando a entender que el trabajo se vinculaba al triunfo de Satanás, como consecuencia del pecado original, obedeciendo a una interpretación negativa de los oficios allí presentes, como señaló Esperanza Aragonés en su estudio sobre la imagen del mal en el Románico navarro.

Adán y Eva en sus labores se repetirá en los siglos siguientes. Valga de ejemplo la pintura procedente del palacio de Oriz, hoy en el Museo de Navarra, en donde los encontramos sujetos al trabajo y a la muerte que, en forma de amenazante esqueleto, señala un ataúd. El conjunto de Oriz, realizado a partir de 1550, fue un encargo, con toda probabilidad, de don Bernal de Cruzat, primer señor de Oriz, y debe relacionarse con dos artistas, para los que se han barajado un par de nombres: Juan de Goñi y Arrue,  soldado del emperador durante siete años en varios frentes europeos, y Miguel de Tarragona, rey de armas y amigo de don Martín Cruzat. El programa cristiano de Oriz, centrado en el Antiguo Testamento, incide en el pecado original, sus consecuencias y la recaída del hombre a través de conocidos episodios del Génesis.

En época barroca, aquellas escenas de la vida de la Sagrada Familia con San José en su banco de carpintero, muestran a la Virgen como mujer trabajadora, cosiendo o bordando, junto a su canastillo de labores, al igual que en la mayor parte de las Anunciaciones, en que se nos presenta como rezadora (un libro devocional), trabajadora (cestillo de la labor) y pura (azucenas). Por lo general el Niño ayuda a San José, pero también excepcionalmente a la Virgen. Entre los más delicados ejemplos de la Virgen con su mundillo y bordando, destacaremos la imagen de la Virgen de la Esclavitud, obra romanista de Bernal de Gabadi (c. 1590) en San Jorge de Tudela, y los lienzos de un colateral de Cárcar (c. 1640) y de la sala capitular de la catedral de Tudela (Vicente Berdusán (1671).

Algunas obras nos han dejado encantadores detalles como el fuego en el hogar, la chimenea o el brasero. Excelentes ejemplos son la clave del claustro de la catedral de Pamplona del siglo XIV que representa al mes de febrero, con un anciano calentándose; el San José secando los pañales del Niño en un brasero portátil del retablo de la Esperanza de la catedral de Tudela (Bonanat Zaortiga, 1412), o la gran chimenea a la que se acerca una sirvienta con el mismo fin en la pintura del nacimiento del Bautista de la Victoria de Cascante (Juan de Lumbier, 1615).

A lo largo del año, se repetía en el ámbito doméstico por el mes de noviembre la matanza del cerdo, que está representada en la portada de Santa María de Sangüesa, obra de la segunda mitad del siglo XII y en una de las claves del mensario del claustro gótico catedralicio, entre otros ejemplos.

Escena cotidiana ligada a las labores caseras era el lavado de la ropa, si bien muchas veces se realizaba en lavaderos públicos o los mismos ríos. Un lienzo de García Asarta firmado en 1895 con las lavanderas en el Arga es una expresión del tema que junto a las figuras de los belenes y algunas fotografías testimonian aquella labor.

Otras escenas domésticas pintadas por Ciga como La calceta (1910) o el Pelado del maíz (1944) constituyen ejemplos del gusto y sensibilidad de su autor por este tipo de actividades de las gentes de su tierra, siempre presentes en su corazón de artista. Las fotografías centenarias de Roldán de roncaleses ofrecen asimismo ricos testimonios sobre otras tantas labores de la vida cotidiana y rural.

 

Enfermedad y muerte

El interior de una habitación de una casa se puede recrear en algún exvoto y, sobre todo, en algunas escenas de fallecimientos de santos, de manera singular, en los casos de la Virgen y San José. En cuanto a los exvotos con la presencia del enfermo, se conserva uno interesantísimo en el Yugo de Arguedas, excepcional por su contenido iconográfico en Navarra. Se trata de una curiosa pintura datada en 1696, que representa el interior de una casa madrileña, la del arguedano don Esteban de Cegama, contador del rey, cuya mujer sanó, tras invocar a la Virgen del Yugo. La cama con delicado cabezal y dosel, el altar sobre estrado, la recámara, las pinturas de la Soledad y los paisajes, a una con el retrato real de Carlos II y el espejo, son un excelente testimonio de cómo eran los interiores de las casas de la Corte en aquella época.

El tránsito de la Virgen, protagonista en la puerta del Amparo de la seo pamplonesa y de numerosas miniaturas medievales, se desarrollará desde el siglo XVI en una habitación, con una cama con dosel y, a veces, con algún mueble y otros accesorios. Sobre la muerte de San José, hay que hacer notar que fue un tema que se multiplicó en el Seiscientos, en paralelismo con textos del Padre Gracián y la Madre Ágreda, cuyas obras fueron de amplia difusión. Diseños de camas, platos con frutas, botellas de cristal, cortinajes variados y algún mueble dan cuenta de usos y costumbres en la decoración de aquellos ambientes, así como de los cuidados con los moribundos. Los ejemplos de Vicente Berdusán en la colección Goñi Zalduendo de Artajona (1663) y el Carmen de Tudela (1673) resultan elocuentes. En un lienzo popular del siglo XVII de las Concepcionistas de Estella, un ángel trae al santo una bandeja con un refresco y unos bizcochos y en otra pintura del mismo siglo de las Comendadoras de Puente la Reina, Cristo abraza a su padre adoptivo y le estrecha la mano, en gesto cariñoso.

Un acto de intimidad familiar y recogimiento espiritual y a la vez con cierta proyección en la calle era el viático, generalmente administrado al atardecer a la luz de las velas. El espectacular lienzo de Javier Ciga del Viático en el Baztán, firmado en 1917, hace justamente un siglo, constituye una muestra de la maestría de su autor en la captación de luces y sombras y, sobre todo, de costumbres ambientadas dicho valle. Representa la llegada del párroco de Elizondo con el tradicional capillo y la Eucaristía a la casa de Askoa para administrar la última comunión a un enfermo en peligro de muerte, acompañado de un monaguillo con roquete rizado, farol y campanilla en sus manos. Un grupo de mujeres veladas, cierra el cortejo. En el zaguán encontramos arrodillados a un hombre con capa española de tonos marrones, propia de los labradores, y unas mujeres, todos con velas encendidas.

Como ha escrito Javier Zubiaur, este cuadro constituye un magnífico ejemplo de cómo el pintor utiliza unas fuertes proyecciones espaciales que parecen ensayadas con el gran angular, obteniéndose una gran profundidad de campo visual, amén de un realismo fotográfico en todos los detalles de la escena. El tema del viático fue muy cultivado en la época de la Contrarreforma para exaltar la eucaristía y su especial papel en la vida de los santos, desde Rubens, Espinosa, Valdés Leal o Goya. Desde mediados del siglo XIX fue motivo de inspiración, como tema costumbrista para pintores como Leonardo Alenza o Pérez Villamil y numerosos ilustradores. Como es sabido, el cuadro de Ciga fue adquirido por la Diputación Foral de Navarra en el mismo año de su realización, por 1.625 pesetas del legado de Florencio Ansoleaga. La obra ha figurado en varias exposiciones fuera de Navarra, en Barcelona (1986) y en las Edades del Hombre en Aranda de Duero (2014).

El relieve de la arqueta de San Veremundo con la muerte del santo ante la comunidad (1583), y las representaciones del mismo tema de San Francisco de Asís en el relieve romanista de Villanueva de Arce, el lienzo de los Franciscanos de Olite (1778), así como el de Santa Clara de las Clarisas de Olite, del siglo XVII, nos introducen en el ceremonial conventual, en este caso a través de fuentes visuales. En relación con estos últimos casos, hay que recordar que el hábito franciscano era elegido por muchas personas como mortaja, por las gracias e indulgencias que tenía concedidos.

También conviene recordar cómo en el pasaje del santo entierro de Cristo,  en algunos casos, aparece su cuerpo envuelto en el sudario, lo que nos da idea de cómo se amortajaba a los difuntos en ciertos momentos. El ejemplo señero y naturalista, por excelencia, pertenece a uno de los capiteles románicos del antiguo claustro de Pamplona, hoy en el Museo de Navarra, obra de mediados del siglo XII.