Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra
Vivir por encima de las posibilidades
Felipe González narraba recientemente uno de sus encuentros con Helmut Kohl, ocurrido en las Canarias. Estaban los dos cenando en un restaurante, cuando Kohl advirtió la presencia de una familia alemana en una mesa vecina. Se sintió obligado a levantarse y saludarlos. Les preguntó si se encontraban en Canarias de vacaciones. –"No, vivimos aquí". –"¿Ah, si? ¿Trabajan aquí?", inquirió solícito el excanciller. –"No, no, estamos en el paro. Una vez al mes volamos a Alemania (eso sí, en un vuelo charter) para presentarnos en la oficina de empleo, tal como marca la ley". Kohl regresó abochornado a su mesa, mientras Felipe González no podía ocultar un regocijo malicioso.
En Alemania existe una arraigada cultura del balneario, y la sanidad pública ofrecía a cada ciudadano hasta veintiún días al año en establecimientos de ese tipo, con cargo a los presupuestos del Estado, siempre que hubiera la correspondiente indicación terapéutica. Como es obvio, resultaba muy fácil obtener ese certificado médico. Precisamente el canciller Kohl intentó recortar esa prestación, de veintiuno a dieciocho días, pero tuvo que desistir ante el inicio de un levantamiento popular. No le quedó más que lamentarse sobre la insolidaridad de los alemanes, que se quejan instalados en un nivel muy alto de bienestar.
Cuando en los años sesenta se desarrollaba en Alemania el Estado Social de Bienestar, el Gobierno calculó las condiciones necesarias para su sostenibilidad: asegurar el relevo generacional, pleno empleo y crecimiento económico anual del 3 %. ¿Qué país occidental se acerca hoy en día, siquiera remotamente, a esas metas?
Decenas de miles de alemanes viven del erario público porque no les "compensa" trabajar, y los intentos de los sucesivos Gobiernos para obligarlos a aceptar un empleo no han dado mucho fruto hasta el momento. Pero al menos pueden invocar que sus predecesores se esforzaron de modo heroico durante los años posteriores a la segunda Guerra Mundial -el famoso "milagro alemán"-. Uno puede comprender a quien ha trabajado muy duramente cierto tiempo y siente la tentación de bajar la guardia y tomarse un descanso, incluso con el riesgo de aburguesarse.
Si dirigimos la mirada a nuestro país, vemos que no hay apenas laureles en los que dormirse. También hemos experimentado un notable crecimiento económico en los últimos decenios, pero ahora se pone de manifiesto que los fundamentos de esa aparente prosperidad eran bien endebles. La baja productividad de nuestra economía no da para pagar el endeudamiento desmesurado del Estado -administración central, autonomías y ayuntamientos-, de las empresas, las entidades financieras y los hogares: la deuda total acumulada equivale a casi cuatro veces el valor de nuestro PIB. ¿Quién puede vivir gastando cuatro veces lo que ingresa? Tenemos sin duda algunas empresas de relieve mundial en sectores estratégicos, pero con frecuencia han financiado su expansión con demasiado crédito -el famoso "apalancamiento"- y, en cualquier caso, representan una parte pequeña de la riqueza nacional. Cuando las burbujas especulativas estallan y nos vemos obligados a tomar tierra, a veces de modo traumático, entendemos más fácilmente que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades.
El Ejecutivo, los sindicatos y la patronal andan a la greña -¡qué raro!- intentando arreglar la economía, y eso que se han puesto a la tarea obligados por los mercados financieros y las grandes potencias: asombra el candor con que Zapatero ha revelado en estos días el contenido de la famosa llamada telefónica de Obama el pasado mayo. Como un mal alumno que no ha hecho los deberes e inventa excusas inverosímiles para eludir el castigo del profesor, así Zapatero intentó hacer ver a Obama que nuestra situación económica no era tan mala como se decía. Pero éste no tragó: -"Tengo muy buena información y sé que España está en quiebra". Al día siguiente, Zapatero anunciaba las medidas que de modo cerril se había negado a adoptar durante los meses anteriores. Ojalá que, por el bien del país, los agentes sociales sean capaces de lograr acuerdos razonables. Pero haríamos mejor en no esperar demasiado de ellos: tecnicismos de la reforma laboral al margen, la solución de la crisis pasa por trabajar más y mejor, algo que debería estar al alcance de todos.