En 1571, las tropas de los estados pontificios enviados por Pío V, junto con los venecianos y los españoles, bajo el mando de Juan de Austria, vencieron en el golfo de Lepanto al Gran Turco en inferioridad de condiciones. Ahora, un papa argentino se enfrenta con un fenómeno altamente preocupante en el siglo XXI: el fundamentalismo islámico. Comenzó su visita con la denuncia del terrorismo en Irak y Siria: «La situación humanitaria es angustiosa», clamaba Francisco ante la Diyanet, la máxima autoridad religiosa del Estado turco. Condenó así «la violencia que busca una justifi cación religiosa». El líder turco, que le acogió en su fl amante palacio presidencial, respondió rechazando la «creciente islamofobia» surgida en Occidente. El fundamentalismo islámico 

-aseguraba- es paradójicamente un producto occidental. Y esto provoca una reacción, igualmente occidental y paradójica de rechazo al islam. Una propuesta digna de consideración.

Francisco, que había denunciado ante el Parlamento europeo la persecución a los cristianos en Oriente Medio, lanzó un mensaje claro de rechazo a la «simple respuesta militar» en Siria e Irak, aunque recordó que es «lícito detener al agresor injusto». En su mensaje a las autoridades turcas, defendió el «diálogo interreligioso e intercultural» para «apartar toda forma de integrismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión». Pidió, además, «la solidaridad de los creyentes» para contraponerla al «fanatismo y al integrismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión». Nos encontramos ante un encuentro entre culturas y religiones en unas condiciones muy distintas a las de aquella histórica batalla entre moros y cristianos. Empuña así el Papa la difícil espada de la paz para detener toda violencia irreverente e irracional.