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Cambio climático y catástrofes naturales: el paisaje frente a la ingeniería

28/10/2021

Publicado en

The Conversation

Esperanza Marrodán Ciordia |

Profesora Contratada Doctora del Departamento de Teoría, Urbanismo y Proyectos

El cambio climático es una realidad. De nada sirve discutir sobre quiénes son los culpables, o sobre si es interesada la actitud de quienes abanderan la lucha en este campo. Es evidente que nuestras acciones aceleran de forma alarmante los ritmos de la naturaleza. Y estas condiciones alteradas tienen consecuencias a veces catastróficas sobre nuestros hábitats.

La Convención de Sendai identifica cuatro prioridades en relación a estas catástrofes: comprender el riesgo, fortalecer la gobernanza para gestionarlo, invertir en su reducción y aumentar la preparación ante casos de desastre para poder dar una respuesta eficaz.

Así, mientras los gobiernos de todo el mundo se esfuerzan en trabajar sobre las causas que provocan y aceleran los cambios, desde la arquitectura, el urbanismo, la ingeniería o el paisaje, se proponen soluciones dirigidas al último punto: adaptar nuestros entornos y protegernos ante los cambios.

Desde su origen, ha sido siempre un instinto natural del hombre defenderse de las circunstancias climáticas adversas. Por eso creó la vivienda, su refugio. Ahora se trata de defender nuestra vivienda común –la ciudad– de las consecuencias de unos cambios cada vez más extremos. Y la defensa tiene que plantearse necesariamente en términos de resiliencia, es decir, de adaptación ante las condiciones adversas y de capacidad de volver al estado inicial una vez hayan cesado.

Para ello es necesario superar la visión de la protección en términos estáticos y trabajar con las dinámicas naturales. Apoyarse en lo que la propia naturaleza nos enseña y, partiendo de esa base, aportar una dimensión creativa dirigida al disfrute de la sociedad.

Paisaje vs. ingeniería: proyectar con la naturaleza

Desde la invención de la máquina, el ser humano ha hecho frente a la naturaleza con obras de ingeniería. Estas obras han sido eficaces ante algunos problemas, pero en algunos casos han tenido consecuencias negativas tanto desde el punto de vista ambiental como social.

Ocurre, además, que la aceleración de los cambios en el clima está siendo tal que estas obras, a veces faraónicas y con inversiones económicas exorbitantes, resultan ineficaces.

Hay que señalar en cualquier caso que, desde hace ya varios años, en el marco de una conciencia sostenible cada vez más extendida, se habla de las infraestructuras verdes o azules como superación de estas otras infraestructuras “grises”. Son sistemas que se planifican con bases ecológicas, extrapolables a distintos escenarios, en los que no importa la estética sino los servicios que proporciona el ecosistema.

La idea no es nueva. Es la base que subyace en el libro de Ian McHarg Proyectar con la naturaleza (1966), un texto que hoy vuelve a estar en plena actualidad. Proyectar con la naturaleza supone intervenir en el ambiente haciendo que los sistemas naturales y culturales coexistan en equilibrio.

Los proyectos deben partir del análisis profundo del funcionamiento del entorno natural: por dónde discurriría un río en caso de desbordamiento, hasta dónde llegaría la marea, que plantas del lugar resisten la sequía y por qué, etc. Para McHarg, las reglas de la naturaleza deberían ser la base del diseño, algo que en aquella época era una auténtica novedad frente a la tradicional mirada antropocéntrica.

Sin embargo, esta mirada ecológica corre el riesgo de poner los valores de la naturaleza por encima del resto, olvidando otras dimensiones como la social, la cultural o la creativa, muy presentes sin embargo en el concepto de paisaje.

La aprobación del Convenio Europeo del Paisaje en el año 2000 marca el inicio de la valoración del paisaje como una realidad compleja, que se aleja de la visión puramente artística o únicamente medioambiental. El paisaje se ofrece entonces como la alternativa más completa a las obras de ingeniería.

Urbanismo paisajístico

Siguiendo el camino abierto por McHarg, en 2006 el arquitecto paisajista inglés James Corner propone el landscape urbanism o urbanismo paisajístico como el modelo de trabajar en la ciudad. Un modelo basado en el estudio del comportamiento de la naturaleza, pero sin perder de vista la complejidad de la condición urbana y, sobre todo, la capacidad creativa de los proyectos de paisaje.

Así, frente a la construcción de infraestructuras ingenieriles, los espacios públicos se diseñan con múltiples funciones y se transforman en caso de necesidad, sin dejar de ofrecer a la sociedad espacios hermosos, atractivos y funcionales.

Son numerosos los proyectos planteados desde esta óptica que han demostrado capacidad de adaptación ante desastres naturales. Son menos invasivos, necesitan menos inversión y, sobre todo, ofrecen a la ciudadanía nuevos espacios de relación. Algunos ejemplos son los siguientes:

  • Parques que se inundan actuando, además, como depósitos de acumulación con los que hacer frente a condiciones de sequía extrema, como el Bishan Park de Singapur;

  • caminos en la montaña que, llegado el caso, actúan de protección contra posibles aludes, como la barrera de avalanchas de Siglufjordur en Islandia;

  • urbanizaciones que se adaptan para hacer frente a crecidas de ríos inesperadas o a lluvias torrenciales, como en el caso del Copenhagen Cloudburst;

  • incluso, haciendo hincapié en la dimensión artística del paisaje, esculturas que sirven para protegerse del viento, como la preciosa barrera de Rozenburg, en los Países Bajos, obra de Martin Strujis y el artista Frans de Wit.

En palabras del también arquitecto y paisajista Chris Gray, esta manera de hacer se distingue de otras prácticas por ese potencial único de dar una dimensión poética a los procesos ambientales.

En un tiempo como el que vivimos, cambiante y complejo, debemos ser capaces de adaptarnos a los cambios de manera natural y reversible. No es posible seguir imponiendo a la naturaleza nuestra visión antropocéntrica, estática y determinista. La naturaleza tiene sus reglas y tenemos que aprender a escucharlas.

Así, frente a las obras de ingeniería o a una visión puramente ecológica del entorno, la disciplina del paisaje ofrece una alternativa válida capaz de combinar de forma dinámica los fenómenos naturales con la dimensión creativa, creando lugares extraordinarios, funcionales, adaptables y al mismo tiempo poéticos, contribuyendo también a cultivar la dimensión espiritual de la sociedad.