Gerardo Castillo, Profesor emérito de Educación y Psicología
¿Vivimos en la sociedad del conocimiento o de la ignorancia?
Algunos políticos “progres” de ahora, a falta de otras ideas, nos dan cada día la matraca con el mantra de la “igualdad”. Me parece lógico que pidan la igualdad de derechos entre las personas, pero no la igualdad en todo. Con ese segundo “logro” el rico y el sabio serían sospechosos de insolidaridad. Además, se infravaloraría la capacidad, el esfuerzo y el mérito, para, en cambio, premiar la espontaneidad y la ocurrencia, que son conductas sin reflexión. El posible dislate ya se está haciendo realidad. La opinión del sabio y la del ignorante empiezan a valer lo mismo. Esa es la gran paradoja de la actual sociedad del conocimiento: la ignorancia está en auge:
-¿Qué te preocupa más, la ignorancia o la indiferencia?
-Ni lo sé ni me importa.
POR QUÉ PERMANECE LA IGNORANCIA EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
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Estamos construyendo fundamentalmente la sociedad de la información. Las poderosas tecnologías no nos invitan a la reflexión, sino a acumular un exceso de datos que nos intoxican, impidiéndonos así discriminar entre lo importante y lo superfluo. Los saberes pensados son sustituidos por los “saberes” sin pensamiento. Hoy existe una fe ilimitada en la técnica, que con frecuencia llega a ser idolatría. Se olvida que la técnica es para el hombre y no el hombre para la técnica.
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Nos estamos conformando con saberes parciales, desgajados de una sabiduría integral, quizá porque el modelo que nos proponen no es el del sabio y el hombre culto, sino el del especialista.
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Nos preocupan mucho más los medios que los fines. Avanzamos espectacularmente en el campo científico y en las nuevas tecnologías, pero muy poco en qué es lo que hace feliz y salva al hombre. Navegamos cada vez más velozmente, pero sin saber a qué puerto nos dirigimos. Para orientarnos ya no necesitamos mirar las estrellas, pero haber dejado de mirar al cielo nos empobrece.
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Somos títeres de la cultura de consumo. Leemos el libro que está de moda, no el que responde a nuestras inquietudes y necesidades de tipo cultural.
Esos cuatro factores nos mantienen en la ignorancia. Ya se está afirmando que la pretendida sociedad del conocimiento es en realidad “la sociedad de la ignorancia”. Ese es precisamente el título del libro escrito por Antoni Brey y Daniel Innerarity (2009)
Pienso que la nuestra es, simultáneamente, la sociedad del conocimiento y la de la ignorancia.
RADIOGRAFÍA DE A IGNORANCIA
Existe una ignorancia de la que se suele salir: la no culpable. Los niños que no pudieron ir a la escuela debido a un trabajo prematuro (por ejemplo cuidar el rebaño de ovejas de su humilde familia) suelen ver el estudio como un reto pendiente. Son muchos los personajes históricos que fueron estudiantes tardíos. En cambio, quienes tuvieron la oportunidad de aprender y la desaprovecharon, suelen mantener indefinidamente ese desinterés y ese conformismo; es como si estuvieran vacunados contra el “mal” del estudio. Es frecuente su lamento poco convincente: “¡si yo hubiera estudiado!...”.
Esas ignorancias culpables no suelen reconocerse por sus protagonistas: el lamento por no haber estudiado no incluye ser consciente de la propia ignorancia, lo que la hace más atrevida. “El primer paso de la ignorancia es presumir de saber” (Baltasar Gracián).
Un ignorante inteligente es más recuperable que un ignorante limitado intelectualmente. El segundo ignora su ignorancia y hasta llega a creer que lo sabe todo, mientras que el primero sabe que no se puede ser experto en todo tipo de materias, por lo que antes de hablar de lo que ignora estudia. “No hay nada más fecundo que una ignorancia consciente de sí misma” (Ortega y Gasset)
En la época actual proliferan quienes se atreven a pontificar en público sobre cualquier tema sin ningún temor a hacer el ridículo. Sin embargo, algunos contertulios les rehúyen, porque han comprobado que, como decía Kant “es imposible refutar al ignorante en una discusión”.
Una investigación de David Dunning y Justin Kruger, (iniciada en 1999) profesores de la Universidad de Cornell, comprobó que las personas con escasa competencia y preparación tienen un sentimiento de superioridad ilusoria sobre otras más inteligentes y cultas. Ello se debe a que padecen una incapacidad metacognitiva para reconocer su propia ineptitud.
Cuanto menos sabemos más creemos saber. De ello se derivan al menos dos consecuencias. La primera es que los ignorantes presuntuosos irritan mucho a quienes intentan dialogar con ellos. La segunda es que contribuyen (naturalmente sin saberlo) a que el mundo sea peor, tal como sostuvo Bertrand Rusell: “Gran parte de las dificultades que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros mientras los inteligentes están llenos de dudas”.