Luis Cabral, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Obama y la sanidad
El debate público sobre la reforma del sistema sanitario estadounidense ha sido recibido con interés al otro lado del Atlántico debido, en parte, a la enormidad del país y, en parte, a que las reformas y experimentos que se llevan a cabo en el sistema estadounidense tienden a repercutir asimismo en el sistema europeo (igual que pasa en EE. UU., los sistemas europeos también están sujetos a grandes presiones financieras, aunque en menor grado).
Después de cuatro meses en Barcelona, he constatado que la perspectiva europea más común sobre lo que está pasando en Europa y Norteamérica no siempre es correcta. Intentaré mostrarlo en tres puntos.
Primero, tenemos la idea de que el sistema americano es un sistema en que el gobierno no tiene cualquier papel. Pero aunque sí es cierto que el mercado desempeña un papel más importante en EE. UU. que en Europa, las diferencias en cuanto a la función del gobierno no son tan radicales como a veces se quiere mostrar. Por ejemplo, en EE. UU. aproximadamente la mitad del gasto sanitario es público (a través de Medicaid y otros programas gubernamentales), mientras que en Cataluña, por nombrar un ejemplo europeo, el 70% de las camas de hospital son privadas.
Segundo, en EE. UU. hay más de cuarenta millones de ciudadanos sin seguro médico. Es un dato innegable, y es realmente escandaloso que en un país desarrollado haya tanta gente en esa situación. Pero, dicho esto, debemos matizar que la mayoría de los no asegurados no son pobres o personas sin recursos (que pueden optar por formar parte del programa Medicare), sino hombres jóvenes, quizás en paro, pero con una estabilidad económica que les permitiría pagar un seguro médico y aun así prefieren no hacerlo (muchos porque se creen inmortales como jóvenes que son).
Tercero, muchos defienden que los hechos prueban que, aunque el mercado funciona en muchos ámbitos, cuando se trata de la sanidad no hay nada como un sistema centralizado. Pero en gran parte, la crisis del sistema estadounidense tiene su origen en un sistema de mercado distorsionado. Los pacientes pagan una pequeña parte del coste de los procedimientos no esenciales, y los doctores y los hospitales, a su vez, suelen cobrar por servicio realizado. Esto implica que el sistema ofrece demasiados servicios de asistencia no esencial.
En otras palabras, el problema radica en que un sistema de mercado distorsionado implica incentivos equivocados. Pero el quid de la cuestión es la distorsión, no el mercado, y abolirlo sería hacer pagar a justos por pecadores.