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Héctor Mancini, la búsqueda de la armonía entre ciencia y fe

26/06/2025

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Versión completa del artículo publicado en Diario de Navarra

Santiago Collado |

Director del grupo CRYF

Conocí a Héctor (1945-2025) cuando empecé a trabajar en la Universidad en el año 2000. Él era amigo de Mariano Artigas, que fue quien me lo presentó. Pero fue Carlos Pérez García, el primer director del departamento de Física y Matemática Aplicada de la Universidad, quien lo conoció en un congreso profesional en 1991 y con quien trabó una gran amistad. Héctor era inquieto intelectualmente y mayo del 68 le había pasado factura: para él supuso una crisis que le dejó cuestiones vitales, y respecto a su fe, pendientes de resolver.

El encuentro con Carlos fue el inicio de una serie de “casualidades” que Héctor después describiría con el sentido del humor tan argentino, creo, y tan suyo. Héctor manifestó sus inquietudes a Carlos que le habló de un sacerdote llamado Mariano Artigas: él podría ayudarle a encontrar respuestas a sus interrogantes. En uno de sus viajes quincenales a San Luis, ciudad que dista 800 km. de Buenos Aires, descubrió en una librería dos libros que le llamaron la atención y que resultaron estar escritos por Mariano Artigas, el sacerdote del que le habló Carlos. Cuando éste lo supo se los envió como regalo. Los dos libros, “Ciencia, razón y fe” y “Las fronteras del evolucionismo”, los dos primeros que escribió Mariano, se convirtieron en fieles compañeros de sus largos viajes a San Luis. La amistad con Mariano ya se estaba gestando. 

Carlos propuso a Héctor venirse a trabajar a Pamplona. En ese momento estaba en Estados Unidos, donde pensaba quedarse. Héctor, divertido, describe la irrechazable propuesta de Carlos de la siguiente manera: 

“Entusiasmado, [Carlos] me decía que estaba todo por hacer [en el departamento de Física] y que me necesitaba. Su carta decía: necesito un físico con “perfil de fontanero” para montar una línea de investigación experimental, desde cero y sin recursos. Hay poca recompensa”.

Mari Carmen, su mujer, le ayudó en esta y en otras muchas ocasiones, como él decía, a tomar la decisión correcta. En 1993 se incorporó a la Universidad como profesor y subdirector del departamento. Mariano ya estaba también en Pamplona donde fue el primer decano de la Facultad Eclesiástica de Filosofía: el triángulo estaba formado.

Como se puede suponer, el trabajo en el departamnto era en esos primeros años intenso y le dejaba poco tiempo para distracciones. En 1996 asumió además la dirección del departamento. 

En esos años Carlos y Artigas, que también era doctor en Físicas, aprovechando paseos y excursiones, hablaban de física y de las relaciones de la ciencia con la fe. Héctor ya había trabado amistad con Mariano, hablaba con él de sus inquietudes y compartía con él su pasión por la física y por su búsqueda de verdad en términos más globales. No obstante, se mantenía a una cierta distancia de estas conversaciones de sus dos amigos: fueron el germen del grupo “Ciencia, Razón y Fe” (CRYF) que se constituyó finalmente en el año 2002. Héctor sintonizaba plenamente con los objetivos del grupo, pero todavía no se veía en condiciones de integrarse en él.

Cuando, más tarde, en un acto homenaje a Mariano explicaba lo que era el CRYF decía: “Sintéticamente: el CRYF es una obra iniciada por Don Mariano Artigas y un grupo de profesores de la Universidad de Navarra, para intentar armonizar los saberes científicos y los contenidos de la fe católica”. Este era justo el proceso personal en el que llevaba implicado Héctor desde años atrás. En ese mismo acto formulaba además la pregunta que quizás llevaba tratando de responderse desde hacía tiempo: “¿se pueden compatibilizar ciencia, razón y fe en un plano puramente intelectual, es decir, situándonos como observadores externos al problema?” En sus amigos del CRYF fue encontrando senderos para dibujar su propia respuesta. Decía: “Esta convicción de que la ciencia y la fe son compatibles, y además, que una correcta relación entre ellas puede llegar a ser importante y fecunda para ambas, está en el fundamento del CRYF”. Su maduración personal le llevó a darse cuenta de que responder a la pregunta anterior exigía superar un modo de concebir la racionalidad demasiado miope. Incluso la pregunta debía ser ampliada para tener respuesta: “¿Se puede describir la riqueza y el significado de la vida solamente con la razón? O bien, ¿qué otra cosa haría falta para describirla?”. Él fue personalmente descubriendo esos elementos que permiten a la razón alcanzar esa armonía que tanto anhelaba y que tenían que ver con una fe bien entendida y con el amor.

El fecundo triángulo que se formó con su llegada a Pamplona experimentó una súbita transformación que lo hizo, de otra manera y paradójicamente, más profundo. 

Carlos Pérez falleció en un accidente de montaña el 31 de julio de 2005. Mariano Artigas, don Mariano, como él le llamaba, le pidió a Héctor que sustituyera a Carlos en el CRYF, él era entonces el único físico profesional del CRYF. Tenía claro que no podía negarse a una petición así. Lo contaba de esta manera: 

“Don Mariano vino a su velatorio a celebrar una misa de cuerpo presente y al finalizar, me pidió que reemplazara a Carlos en el CRYF. Recuerdo que, tratando de resistirme, le respondí – pero don Mariano, ..., qué puedo hacer yo allí, ... solamente ir y dar un testimonio ...–. Él me miró seriamente y me dijo: – mira, no te preocupes, ... en estas reuniones procuramos ser muy concretos, así que lo único que me da temor, es justamente lo que me acabas de decir –. Acepté y comencé a frecuentar las reuniones del CRYF, […] Y según lo había prometido, procuré no dar ningún testimonio”.

Pasó a formar parte como colaborador al mes siguiente, septiembre de 2005, y después como miembro socio, o de pleno, el 23 de mayo de 2006. Pero los cambios no quedaron ahí. El 23 de diciembre de 2006 falleció Mariano Artigas como consecuencia de un cáncer; y el 1 de enero de 2007 Héctor fue nombrado director del grupo. Su grado de implicación y la madurez de su reflexión durante esos años lo muestran algunos de los títulos de escritos e intervenciones suyas que fueron publicándose en la Web del grupo CRYF: 

  • “Ciego en Granada”, Publicado en el Congreso Identidad Cristiana de la Persona, Universidad de Navarra, septiembre de 2006.

  • “Discurso del Profesor don Héctor Mancini. Pronunciado en el acto in memoriam del Profesor Mariano Artigas”. (Pamplona, 23 de noviembre de 2007) (Del que hemos tomado muchas de las citas empleadas en este texto)

  • “El esplendor de la Verdad para un científico cristiano”, (Artículo publicado en Scripta Theologica en 2007)

  • “Chaos, complexity and self‑organisation” (Seminario CRYF impartido en 2008)

  • “No sólo pensando se aprende a pensar: claves del pensamiento científico”, Ponencia en las IX Jornadas de Innovación Pedagógica de Attendis (Granada, 14 de marzo 2009).

  • “La física de los sistemas complejos. ¿Un nuevo desafío para el diálogo Ciencia y Fe?” (Pamplona, 20 de mayo de 2014).

Fue director hasta el 2010. Su contribución fue importante ya que tuvo que sustituir y seguir impulsando el grupo en un momento difícil: fallecimiento de su director y principal artífice de su fundación. Él también lo supo hacer de una manera amable y animante.

Su talante dialogante y apasionado junto con su facilidad de palabra hacían de él un gran conversador. Era profundo en sus planteamientos y, como buen científico, interesado en las implicaciones profundas de la disciplina que cultivaba. Tenía muchos amigos y era muy querido: aumentó durante su dirección el número de los miembros colaboradores. 

Desde la perspectiva que estamos adoptando en este breve texto, podríamos considerar la vida de Héctor como una demostración empírica de que, a pesar de las dificultades, la ciencia y la fe son armonizables aunque esto suponga una tarea de años. Él recorrió ese camino y gozó de la armonía a la que consiguió llegar. Era consciente de que en esta vida la tarea no iba estar nunca concluida. Sus escritos de los últimos años expresaban de manera muy sincera todo ese proceso de búsqueda y los paisajes a los que se estaba asomando lleno de asombro. En el ensayo “Ciego en Granada” aludía al famoso verso de Francisco de Icaza dedicado a la belleza de Granada. El verso suena así: 

Dale limosna mujer,
que no hay en la vida nada; 
como la pena de ser 
ciego en Granada.

Después de poner por escrito en ese trabajo su comprensión, ya madura, de lo que suponía ser cristiano para un científico, concluía el ensayo corrigiendo prosaicamente al poeta, sin quitarle la razón, con este párrafo:

Como queda demostrado, 
hay una pena mayor; 
contemplar el universo 
y no encontrar al Creador.

Me gusta pensar ahora en la alegría que habrá experimentado Héctor al contemplar finalmente esa ciudad de la que Granada, en toda su belleza, es sólo un pálido reflejo: la Ciudad de Dios.