David Thunder, Investigador 'Ramón y Cajal' del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra
Elecciones europeas: la UE en la encrucijada
En unos días, los ciudadanos de toda Europa podrán decidir cómo se compondrá el Parlamento de la Unión Europea (UE) durante los próximos cinco años. Si los populistas y los euroescépticos logran consolidar su posición, según lo previsto, sería una señal más de que los votantes europeos están perdiendo la fe en el proyecto europeo, al menos como está planteado ahora.
La pregunta a la que ahora deben enfrentarse los líderes de la UE es: ¿cómo puede salvarse la brecha actual en la política europea, para que volvamos a la “normalidad”?¿Cómo interpretar la creciente resistencia de los votantes a las políticas y los partidos de la UE? ¿Por qué un número cada vez mayor de votantes rechaza la dirección actual del proyecto europeo?
La fractura que presenta la política europea hoy en día manifiesta una tensión que ha estado latente en la UE desde su inicio, entre dos visiones muy diferentes: las dos caras, por así decirlo, de la política europea.
Por un lado se encuentra la idea de Europa como una unión de pueblos o naciones soberanas. Según esta concepción, los Estados miembros solo renuncian a la soberanía que deciden delegar en las instituciones europeas para promover intereses comunes. Pero la mayor parte de la soberanía política sigue en manos de los parlamentos nacionales, que se ejerce en nombre de los ciudadanos del país correspondiente.
Esta fue, fundamentalmente, la visión subyacente en la Comunidad Económica Europea, al menos en sus etapas iniciales: una visión de la cooperación internacional en favor de la paz y la prosperidad económica.
Pero esta visión de Europa como “unión de pueblos” no encaja bien con otra perspectiva muy diferente de Europa como una unión democrática de ciudadanos. De acuerdo con esta óptica, la UE debe representar directamente los intereses de los ciudadanos europeos en el nivel nacional y mundial, funcionando de manera similar a un Estado federal como EE. UU., con un control centralizado sobre el estado de bienestar, la política de inmigración, los impuestos, las finanzas públicas, la defensa militar y la política exterior.
Las semillas de una unión más consolidada han estado presentes desde el principio, en el ideal de justicia social y solidaridad defendida por los arquitectos del proyecto europeo, como Jacques Delors.
La introducción de la unión monetaria en 1992 sirvió como un poderoso catalizador para una mayor armonización política entre las políticas de los Estados miembros. La unión monetaria solo es sostenible con un nivel relativamente alto de control por parte de las instituciones de la UE sobre las finanzas públicas y el gasto, lo que requiere que los Estados miembros hagan una renuncia significativa a la soberanía política y económica.
El presidente francés, Emmanuel Macron, ha publicado recientemente un artículo en periódicos de toda Europa en el que ha defendido apasionadamente la consolidación de la soberanía europea. Argumentaba que en el mundo globalizado e interdependiente de hoy, Europa requiere una coordinación más centralizada en una gran cantidad de áreas, como defensa, política exterior, política de bienestar, salario mínimo, medioambiente y finanzas públicas.
Independientemente de los posibles méritosde la propuesta de Macron, al menos hay una cosa clara: pretender conciliar la idea de Europa como una unión de naciones soberanas con la idea de Europa como una unión soberana de ciudadanos con centralización de impuestos, finanzas, defensa y política exterior es ciertamente mucho pedir.
Con su complicidad en estas contradicciones del proyecto europeo, los líderes de la UE han sentado efectivamente las bases para la polarización de Europa en dos facciones: una que favorece la concentración de una amplia gama de funciones políticas y económicas en las instituciones europeas; y otra que favorece una unión de Estados soberanos en la que cada uno mantiene un control sustancial sobre la política fiscal, el bienestar y la seguridad social, la inmigración, la política exterior y las finanzas públicas.
Hasta ahora, los líderes de la UE han querido esquivar estas contradicciones. Pero a medida que las finanzas públicas están más ajustadas, el bienestar es más escaso y los discursos nacionalistas cobran impulso, es cada vez más difícil que los votantes acepten que la Europa de Macron de una “soberanía colectiva” y una Europa de naciones soberanas pueden tener cabida dentro del mismo paquete político.
Será necesario tomar una difícil elección entre el camino de una mayor integración y consolidación, favorecido por Macron, y el camino de una Europa “más reducida” y menos ambiciosa, favorecida por los partidarios del Brexit y otros partidos populistas en toda Europa.
Ambas opciones conllevan riesgos significativos. Un intento de impulsar el proceso de integración puede acrecentar el sentimiento de impotencia por parte de los ciudadanos, al ver cómo se suprimen funciones políticas críticas en sus parlamentos nacionales. Además, en un momento en que el nacionalismo parece estar cogiendo impulso, avanzar hacia una mayor consolidación política podría resquebrajar la UE.
Por otra parte, cualquier intento de restablecer la soberanía fiscal y política de los Estados podría desestabilizar la economía de Europa, al menos a corto y medio plazo. La unión monetaria puede ponerse en peligro si las instituciones europeas renuncian a controlar el gasto público y las finanzas de los Estados miembros.
Tarde o temprano, los líderes de la UE tendrán que tomar una decisión sobre qué Europa desean respaldar: una unión de ciudadanos soberana y federada, similar a EE. UU., o una unión de naciones soberanas. Las próximas elecciones de la UE darán alguna indicación de lo que piensan los votantes europeos al respecto.