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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de patrimonio y arte navarro

Los trabajos y los días en el arte navarro (15). El belén en Navarra en los siglos XIX y XX

vie, 22 dic 2017 09:50:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Los dos últimos siglos han significado para la historia del belén en Navarra un proceso continuo de crecimiento, en sintonía con el resto de España, constituyéndose en una de esas costumbres y devociones del pueblo que marcan su entraña.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX se asistió a la sustitución del belén tradicional y popular por otro de tipo historicista con paisajes y figuras orientalizantes, junto a la perspectiva de sus dioramas. La Iglesia y las nacientes Asociaciones de Belenistas –especialmente las catalanas-, impulsaron la nueva tendencia y comenzaron a entrar en declive las figuras de barro policromado y la plasmación de la sociedad preindustrial en los belenes.

Detrás de aquella innovación había unas causas. En primer lugar, la tradición de la Iglesia de no bendecir figuras de barro. Las nuevas, de la escuela de Olot, eran de pasta de madera y de una apariencia digna y, sobre todo, de pretendida fidelidad histórica, al vestir sus personajes con atuendos atemporales en base a túnicas, mantos y turbantes. Precisamente por su “propiedad” e historicidad, aquella estética cautivó a clientes particulares e instituciones con su particular visión histórica, derivada del grupo de los nazarenos, pintores alemanes que reaccionaron contra el Neoclasicismo imperante, en base a los descubrimientos arqueológicos en Palestina. En la misma sintonía, los artistas de la calle parisina de Saint Sulpice influyeron decisivamente en la escuela olotina con un estilo correcto y algo dulzón. Con esos presupuestos, numerosas instituciones, especialmente parroquias, conventos y colegios se decantaron por aquellas figuras, uniformizando todo lo relativo al belén, siempre desde la perspectiva orientalista. De momento, las figuras de Olot convivieron con las de barro cocido, pero acabarían por imponerse a estas últimas. Para los paisajes, la nueva estética encontró en la escayola, un material con el que recrear sus pretendidos entornos bíblicos, a la vez que se impartían reglas de naturalismo, perspectiva y fidelidad histórica, entendida al modo de la época.

La pugna entre la tendencia popular y tradicional y el nuevo belén denominado  como “correcto” y de “buen gusto” se dejó sentir con fuerza en Madrid y Barcelona. El enfrentamiento entre ambas ha sido estudiado en el caso de Madrid por Ángel Peña y, recientemente, para Cataluña en un interesante trabajo por Jordi Montlló, calificándolo de batalla, por oponerse dos visiones antagónicas. En Navarra desde los Belenistas, Eliso Ijalba se mostraba conciliador en una entrevista en Diario de Navarra el 27 de diciembre de 1963, si bien en el manual que escribió en 1965, era del sentir que el belén bíblico era “recomendable porque nos traslada, en aras a su realismo al ambiente de aquella Noche Santa”. Sin embargo, los textos de Julio Caro Baroja, José María Iribarren y José Javier Uranga resultan evocadores acerca del significado del belén tradicional que iba desapareciendo conforme avanzaba el siglo XX.

 

En sintonía con la tradición popular: el belén de Mendigorría de 1825 y un escaparate de 1857

En relación con los modelos barrocos, se sitúa el belén de Mendogorría, custodiado en el Museo Diocesano. Fue obra del escultor avecindado en Pamplona, Juan José Vélaz, siguiendo su propio diseño y condicionado de 1825. Por el precio de 370 pesos se comprometió a realizar catorce esculturas entre pastores, misterio y reyes, más ocho corderos y el paisaje y portal, todo ello en “madera de pino de buena calidad, trabado todo con el mayor primor como lo requiere el divino misterio”. Pese a que las piezas adolecen de calidad, iconográficamente constituyen una lección de cómo vestían los rabadanes y mujeres a comienzos del siglo XIX, así como del modo en que se fajaban los niños recién nacidos.

La popularidad alcanzada por los obradores murcianos y granadinos inundó el mercado desde mediados del siglo XIX, antes de que los talleres de Olot cautivasen con su particular visión historicista. Entre los conjuntos más interesantes de barro policromado del siglo XIX figura el belén de las Clarisas de Fitero, hoy en las Clarisas de Tudela, donado por Elías Terrer y fechado en 1857, que contiene delicadas figuras de las denominadas de fino, para contraponerlas a las de basto, mucho más abundantes. Se trata de tipos populares españoles, vestidos con sus chalecos, polainas y sombreros ellos y faldas, sobrefaldas, delantales y vistosas  pañoletas ellas.

 

El belén de los Jubera-Navascués de Pamplona

Nada más mediar el siglo XIX, en la ciudad de Pamplona existía un belén de renombre, el de don Leonardo Jubera (†1884), procurador de la curia eclesiástica, del que tenemos noticias por las notas de su nieta, Guadalupe Ascunce Jubera (1861-1944), que ingresó como carmelita descalza en Corella con el nombre de María Teresa de la Sagrada Familia en 1880, tras recibir una esmeradísima educación en la casa de sus abuelos. Guadalupe fue hermana de los jesuitas Enrique y Luciano Ascunce.

Durante su niñez, entre 1865-1870, pudo contemplar en la sala de la casa pamplonesa de sus  abuelos Leonardo y Francisca Navascués el misterio de la Navidad en una urna, en cuya parte baja había: “por los tres lados un diminuto Nacimiento con finísimas figuritas de dos y medio centímetros y entre treinta o cuarenta figuritas, hasta los tres Reyes Magos y la degollación de los Niños Inocentes por los crueles soldados de Herodes”. Pero no era el único belén de aquella casa puesto que había otro monumental con figuras de movimiento. Así lo recordaba lustros más tarde: “Mi abuelo ponía en la planta baja de su casa un gran Belén con varias figuras de movimiento, serradores…, todo portentoso, entonces que no se conocía la electricidad”.    

 

Nuevos tiempos y triunfo de la estética historicista

Las novedades y la visión historicista llegaron a Navarra y se acrecentaron con el cambio de siglo. En diciembre de 1904, el capellán de la Diputación Tomás Ascárate Pardo publicó un par de artículos sobre el belén en El Eco de Navarra. En el segundo de ellos, daba normas precisas para su instalación con un seguimiento del historicismo, en vestimentas, colores y otros detalles. Finaliza su escrito con estas palabras: “Voy a terminar aconsejándoos que no pongáis en los nacimientos iglesias con cruces, ni cazadores con escopetas, ni casas con para-rayos, ni ferrocarril con el tren escondiéndose en un túnel; pues estas cosas, aunque os parecen bonitas, son impropias, hijos míos, y no existiendo en aquellos no debemos colocarlas nosotros”.

Entre los belenes pamploneses que llamaban la atención a fines del siglo XIX, por su ambientación y figuras, estaba el de los Capuchinos de San Pedro. Aquellos religiosos, en sintonía con San Francisco de Asís, siguieron fieles a una tradición secular. En 1905 incorporaron la luz eléctrica al montaje y varias referencias de la revista Verdad y Caridad glosan sus características. En un artículo de fray Sebastián de Goñi de la Revista Pregón de 1945, leemos: “El belén de Capuchinos! ¿Quién hay en Pamplona que no lo conozca?. Pero he dicho poco: no creo exagerar si afirmo que la Cuenca entera ha desfilado, con el rotar del tiempo, para contemplarlo y desbordarse luego en ponderaciones encendidas. Hasta hace algunos años no había otro en Pamplona que se atreviera a hombrearse con él, ni mucho menos a hacerle competencia”. El Padre Tarsicio de Azcona nos informa que él mismo fue testigo de cómo lo  ideaban  cada  año un grupo de estudiantes  de teología y lo exponían  en la capilla del Cristo, adosado a la  iglesia y con proporciones  muy considerables. En las décadas  de 1940  y siguientes  cientos de pamploneses lo visitaban.

El de los Escolapios ya se montaba con éxito al menos desde 1910, cuando la crónica dice que era precioso y que se podía visitar en horario de mañana y tarde. En 1917 se le señalaba como el que más llamó la atención en la capital navarra, atrayendo a muchísimos visitantes “por sus dimensiones y buen gusto”. Con el tiempo, el Padre Alejandro Pérez Altuna lo montó a partir de 1937 con movimiento en sus figuras. Gran parte de él ha llegado a nuestros días, habiéndose mostrado restaurado en 2016, con la sustitución de los motores de cuerda por otros eléctricos.

En 1911 se señalaban como muy visitados y animados los belenes de Escolapios, Capuchinos y Carmelitas Descalzos, especialmente por parte de los niños que acudían acompañados de sus padres.

Del de las Hermanitas de los Pobres nos da cuenta un artículo publicado el día de Año Nuevo de 1921 por José Asenjo, en el que leemos: “En cada comedor … , han instalado las Hermanitas un primoroso Nacimiento, en el que manos angélicas pusieron toda la unción religiosa y depurado gusto de las que viven con toda la intensidad ese drama sublime de los belenes. Son éstos motivo de constante admiración y puja entre los pobres asilados que hallan en sus montañas nevadas de harina y los ríos de cristal la evocación de los mejores años que es olvido de sus muchos dolores morales y físicos”.

Pero, no sólo las instituciones religiosas preparaban grandes belenes. En un artículo de Diario de Navarra de 27 de diciembre de 1910 leemos: “Aquí en Pamplona son muchos los nacimientos que se instalan y, cuando el tiempo es benigno, es de ver el jubileo que se forma en cada casa del señor donde se congregan cientos y cientos de niños que van a recrearse en la contemplación de lo que para ellos es o parece realidad viviente”.

 

También en los pueblos

Por lo general, en las localidades donde había órdenes religiosas, éstas fueron haciéndose con figuras para montar sus belenes. Así ocurrió con las Hermanas de Santa Ana en Fitero desde su llegada en 1887. Poco a poco, labradores con posibles y familias con desahogada posición económica, adquirieron sus particulares montajes y figuras. Sus hogares fueron testigos de todas aquellas celebraciones en torno a los belenes, llegándose a organizar rondas de villancicos por parte de cuadrillas para visitarlos.

En Ituren el origen del belén se data en 1920 en el oratorio de los Sagrados Corazones. El corresponsal de Diario de Navarra afirma en las navidades de aquel año: “He de consignar con gran satisfacción la buena impresión que ha producido en este vecindario la colocación de un artístico belén que tanto más ha gustado cuanto que es la primera vez que se ha puesto en esta villa”. En 1929, desde Arizcun se daba cuenta de una fiesta navideña de los niños dirigidos por su maestro, señalando que “el mayor mérito de estos aplicados alumnos y de su incansable maestro consiste en que el belén ante el cual tuvo lugar la fiesta, fue todo él hecho y montado por ellos, pues hasta las figuras de barro de las cuales había profusión, fueron moldeadas y pintadas por los ya citados de lo cual todos los que lo vieron, que fue todo el pueblo, se hacían lenguas así como también de la labor de su señor maestro”. La parroquia de Lodosa lucía un belén monumental montado con todo detalle en 1933.

En el de los Escolapios de Tafalla, sabemos que, en 1911, se recreaban edificios de la ciudad como la Plaza Nueva, la estación de ferrocarril, así como el castillo de Olite. Su autor fue el Padre Gerardo García y como atracción especial se amenizaban las visitas con música de gramófono que alternaba con el piano con interpretaciones del Padre Teodoro Iriarte.
 

Diario de Navarra desde 1938 y la Asociación de Belenistas en 1953

En 1938 Diario de Navarra organizó el primer Certamen de Nacimientos con la intención de “contribuir en la medida de sus fuerzas a la restauración y florecimiento de aquella añeja costumbre, piadosa, alegre, infantil, familiar y nacional que en los días felices de la Natividad del Niño Dios, era la expresión de Fe del pueblo español en recinto honesto del hogar y en el corazón angélico de los niños ….”. Las bases contemplaban diferentes premios y distinciones. En aquel año hubo 136 concursantes y al año siguiente 259. En 1944 cedió el rotativo a la Junta Diocesana de Acción Católica la organización del concurso.

El devenir del belenismo en Navarra a partir de 1953 está íntimamente relacionado con la Asociación de Belenistas de la capital navarra. Una publicación de esa institución con motivo de sus cincuenta años recoge los principales hitos y su historia. Concursos, cursillos, exposiciones, publicaciones y otros actos han sido noticia desde su fundación, principalmente a lo largo de los meses de diciembre y enero. Acontecimientos como los congresos nacionales de 1964, 1972, 1979 y 1988 o el internacional de 2000 constituyeron hitos señalados en su historia, magníficamente expuesta en la citada publicación de 2003, con textos de Manuel María Castells y Ángel María Garayoa.

    Por citar un ejemplo, recordaremos que en 1965 tuvo lugar una Exposición patrocinada por la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, la empresa Inquinasa montó 16 belenes en su empresa sita en Echavacoiz, en un año en que se preparó por primera vez la tradicional Misa del Gallo al aire libre en la Plaza de San Francisco. Con la misma fecha la Asociación de Belenistas publicó un pequeño libro del que fuera su presidente Eliso Ijalba con el título de Cómo se instala un nacimiento.

Algunas personas se distinguieron en el montaje de belenes. Javier Zubiaur estudió la faceta como belenista del fotógrafo pamplonés Nicolás Ardanaz, dueño de la Droguería en la Calle Mayor, una de las tiendas en donde el corcho y las figuras se hacían sitio llegado el mes de diciembre.

En 1997 la Asociación pamplonesa fundó, junto a otras asociaciones de la Comunidad Foral la Federación de Belenistas de Navarra.