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Patrimonio e identidad (58). “Por Santa Catalina, prevente de leña y harina”. Notas sobre su fiesta en Pamplona y Tudela

20/11/2021

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Santa Catalina de Alejandría, de familia noble, fue modelo martirial por su saber, belleza y valentía, según la Leyenda Dorada, los sermones y la hagiografía. Tras confundir a los filósofos paganos y sufrir varios tormentos, entre ellos el de la rueda dentada, murió decapitada a comienzos del siglo IV.

El día 25 de noviembre, su fiesta, contó en siglos pasados con numerosas celebraciones en la capital navarra, en torno a sus cofradías de la catedral y de la parroquia de San Saturnino. Un aforismo popular recuerda: “Por Santa Catalina, prevente de leña y harina” y otro refrán dice: “Por Santa Catalina nieve en la cocina”. Ambos hablan de la la llegada del invierno y las medidas para afrontar la crudeza de la estación.

Santa Catalina cuenta en Navarra con siete parroquias, veintidós ermitas y, sobre todo, con muchísimas representaciones. Frecuentemente, la encontramos presidiendo retablos de su advocación, cuyo número supera los cuarenta, abarcando desde época gótica al siglo XIX, con una preponderancia de los romanistas. Entre las cofradías, además de las pamplonesas, hay que destacar otras diez de otras tantas localidades, que ha estudiado Gregorio Silanes.

Su imagen es muy fácil de identificar, gracias a los atributos particulares que porta junto a la palma triunfal, propia de los mártires. La corona que ciñe alude a su noble condición, el libro a su sabiduría, la rueda dentada y la espada a los tormentos a los que fue sometida y, finalmente, la cabeza que se deja ver entre los pliegues inferiores de su túnica, es la del emperador Majencio, vencido por la sabiduría, virtud y constancia de la santa, además de haber sido quien ordenó su ejecución.

En la catedral de Pamplona

El primer templo de la diócesis de Pamplona contó, al menos desde 1336, en tiempos del obispo Barbazán, con una cofradía, a la que perteneció un hospital para asistencia de los peregrinos jacobeos. Los responsables de la cofradía realizaban por las calles de la ciudad una demanda general y celebraban la fiesta de la santa con una comida de hermandad, para la que siempre se pedía moderación por parte de los visitadores. El menú era a base de perdices, llegándose a suspender el banquete si faltaban las aves. Eduardo Morales Solchaga ha estudiado diferentes aspectos devocionales, festivos, costumbristas y artísticos de la institución. 

El 25 de noviembre, día de la santa, se “adornaba la capilla con ramos de acebo y otros árboles. Se entoldaba con colgaduras de damasco, custodiándola unos muchachos de día y de noche, se tendían por la calle ramos y juncos, ponían mayos y corrían un buey y la víspera por la noche había hogueras y cohetes y buscapiés..... colócase la reliquia de la santa en medio, que da a adorar el platillero en todo el día. Concurre la capilla de música y las vísperas se cantan como segundas de primera clase”.

Su altar fue privilegiado, desde tiempos de Gregorio XIII, a instancias de don Juan de Navarra y Mendoza, chantre y canónigo de la catedral primada de Toledo y tesorero de la de Pamplona. A fines del siglo XVIII, aún se oficiaban, por sus dos capellanes, 260 misas por las intenciones de sus cofrades vivos y difuntos.

Respecto al retablo, fue uno de los pocos que se salvaron en el recinto catedralicio de la etapa barroca, tras la reforma propugnada por Santos Ángel de Ochandátegui. Sabemos que el antiguo se sustituyó en el último cuarto del siglo XVII. Concretamente, en 1683, el cabildo, a propuesta del prior, acordó aplicar la distribución de la comida al nuevo retablo que se iba a realizar, por estar muy malparado el antiguo. En 1686 se suscribió el contrato para su ejecución con Miguel de Bengoechea y José de Munárriz, policromándose inmediatamente, en 1690, por Juan de Munárriz. Se trata del primer retablo con columnas salomónicas en la seo pamplonesa. La interesante iconografía del conjunto es un excelente reflejo de las preferencias del cabildo y de las devociones de la España del siglo XVII, incluyendo a la Inmaculada, santa Teresa y Santiago a caballo.

En San Cernin: hoguera y carrera de bueyes

En la parroquia de San Saturnino, la cofradía de Santa Catalina se remonta por lo menos a 1344. Las cuentas del siglo XV documentan los gastos de su hospital. La fiesta principal se celebraba el 25 de noviembre en su capilla y altar. Al día siguiente, la hermandad ofrecía una comida a los pobres.

La cofradía celebraba las fiestas de la Purificación, Asunción y el día de Viernes Santo. El día que se tomaban las cuentas, el prior obsequiaba a los cofrades con pan, vino y carne, pero ante los abusos se suprimieron aquellos banquetes en donde el número de platos había crecido muchísimo.

Poseía numerosa hacienda en Pamplona y diversos lugares, en forma de casas, censos, etc. Entre los cofrades ilustres figuró el rey de Navarra Carlos III que, en 1396, ordenaba a su tesorero abonar la llamada “torcha” a Santa Catalina de San Saturnino, “de la que somos cofrade”.

La imagen barroca de la santa con la rueda y la espada se encuentra en el ático del retablo de su antigua capilla. Esta obra se salvó, junto a unas pocas esculturas, de la desaparición sistemática de todos los retablos de época barroca de la parroquia. Su cronología andará pareja a la realización de otras esculturas, que se hicieron para la parroquia por el escultor Juan Ruiz, vecino de Madrid, en 1680, aunque su calidad es más modesta que las del citado autor.

En las cuentas parroquiales se documenta, año tras año, la compra de doce cargas de sarmientos para las hogueras de las vísperas de santa Catalina, de gran culto en la parroquia, y de San Saturnino, que se celebraba a los pocos días. Aquellas cargas se consumían en hogueras que se prendían enfrente de las casas de quienes desempeñaban los cargos de la Obrería parroquial y esporádicamente, también en la puerta de la iglesia. Al calor del fuego y con la luz de sus llamaradas, la fiesta en la calle y la reunión de las gentes, resultaba posible en los días fríos

Asimismo,  al igual que practicaba la parroquia de San Saturnino la víspera de su titular, se corrían unos bueyes, generalmente por parejas, que previamente traían desde el barrio de la Magdalena, unos hombres a los que se denominaba “tirabueyes” y en pocas ocasiones “matabueyes”, para referirse a personas familiarizadas con ese tipo de animales y a los mismos matarifes que los sacrificaban  para el aprovisionamiento de las carnicerías de la ciudad. El festejo con toros ensogados fue tradicional entre muchas poblaciones y cofradías para celebrar a sus patronos. En la vecina Guipúzcoa fue práctica muy usual. En Tolosa, por ejemplo, se corrían bueyes -de los que se iban a sacrificar para aprovisionamiento- a las tres de la tarde de todos los viernes del año, al son de tamboril, menos en tiempo de cuaresma. En San Sebastián, la corporación municipal resolvió en 1902 prohibir la celebración de sokamuturras, hasta entonces una tradición que se remontaba al siglo XVII, debido a su peligrosidad, decisión que desembocó en graves incidentes.

La imagen del retablo mayor de Recoletas

Si la mayor parte de las imágenes de la santa mártir se relacionan con su culto y su fiesta, la que ocupa una de las calles del monumental retablo de Recoletas de Pamplona, obra realizada entre 1700 y 1708, tuvo su motivo en rememorar, junto al Bautista, los nombres de los fundadores del monasterio, don Juan de Ciriza y doña Catalina de Montejaso. En ocasiones como ésta, encontrar iconografías tan ajenas a los contextos devocionales de las órdenes religiosas, se explican por la voluntad de quien sufragaba los gastos del proyecto por colocar a santos que les hablaban de sus seres queridos o sus parientes, como ocurrió en el retablo de San Fermín de la catedral. En este último caso, el comitente, don Fermín de Apestegui, hijo del palacio de Errazu, hizo colocar a santos sin relación entre sí, pero cuyos nombres llevaban sus parientes más cercanos.

En la capital de la Ribera

En Tudela la santa tenía sus referentes en la catedral y en la parroquia de San Nicolás. El retablo catedralicio es una de las joyas patrimoniales del templo. Se viene relacionando con la obra del pintor aragonés Juan de Leví, autor de otro retablo dedicado a la misma santa en la catedral de Tarazona. El citado pintor es considerado como una de las figuras más interesantes, documentado entre 1388 y 1407 en el Valle del Ebro. Los últimos estudios lo sitúan en los inicios del siglo XV.

Se trata de un retablo con protagonismo de las tablas pintadas, enmarcadas por sencilla traza con elementos góticos como baquetones, pináculos y gabletes. Su programa iconográfico combina dos ciclos, el de la vida de Cristo y el de la titular del retablo, distribuidos en tablas pintadas. Las tablas correspondientes a la vida de la santa están presididas por una composición de mayor tamaño con la titular triunfante sobre Majencio y con el donante orando a sus pies. 

De la devoción a santa Catalina de Alejandría trata el famoso historiador Juan Antonio Fernández en su obra manuscrita e inédita, dedicada a la parroquia de San Nicolás de la capital de la Ribera, fechada en 1786. Allí se refiere a la singular devoción de Sancho el Fuerte a la santa, por haberla invocado antes de la batalla de las Navas de Tolosa, junto a Santiago y San Jorge, citando a don Rodrigo Ximénez de Rada. La veneración a la mártir en aquella parroquia se atestigua desde el mismo siglo XIII, contando asimismo con una cofradía.  Del mismo templo procede el delicado busto manierista de la santa (1577), que se exhibe hoy en el Museo Decanal. Por su calidad ha de figurar entre lo mejor del escultor Bernal de Gabadi. En siglos pasados procesionaba el día del Corpus y en el propio día de su fiesta, en compañía de las autoridades municipales y del cabildo.

El mismo Juan Antonio Fernández da cuenta de las disposiciones testamentarias de don Gutierre García de Aguilar, que testó en 1382. En él ordena sepultarse en la capilla de la santa, en la que fundó aniversarios y una capellanía. El nombre de este personaje podría filiarse con el retablo y el patronato de la capilla que heredó con el tiempo el marqués de San Adrián, como sucesor de los Atondo y éstos, a su vez, de los descendientes de don Gutierre García de Aguilar. Sin embargo, es posible que el verdadero promotor de la obra fuese algún pariente suyo, ya que en la pintura figura con la clerical tonsura y don García, al testar, hace constar que era viudo y tenía una hija de nombre María.

A ese mismo documento se refiere el canónigo doctoral Joaquín Ruiz de Conejares, en el tomo primero de su obra manuscrita titulada Diálogo Sagrado sobre la Santa Real Yglesia de Tudela (1786), añadiendo que la devoción a la santa en Tudela arrancaba de los tiempos de Alfonso el Batallador, que ganó una importante batalla en el día de su fiesta. El mismo autor aporta testimonios del siglo XV, por los que se concedieron numerosas gracias e indulgencias a quienes visitasen y diesen limosna en la capilla catedralicia en determinados días y en determinadas circunstancias.