19/09/2023
Publicado en
Diario de Navarra
Javier Andreu Pintado |
Catedrático de Historia Antigua y director del Diploma en Arqueología
Cuando va a cumplirse un año de la presentación en sociedad de la mano de Irulegi, esta vuelve a la palestra mediática. El Servicio de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra incoa la declaración de la pieza como Bien de Interés Cultural, la mayor categoría de protección legal para un objeto arqueológico. Efectivamente, como se afirma en la documentación preparada al efecto, la pieza es “única para la Historia de Navarra” y demuestra que los vascones hicieron un “uso de la escritura, si no extensivo, sí, al menos, no despreciable”.
Casi a la par, la Sociedad de Ciencias Aranzadi presenta los resultados de la campaña de excavaciones más larga de cuantas se han celebrado en el oppidum de Irulegi. En la nota de prensa facilitada por Aranzadi, se insiste en que los hallazgos –con productos, técnicas constructivas e importaciones netamente romanas en un contexto urbanístico indígena– demuestran que la romanización de los vascones –durante tanto tiempo negada por esa parte de la opinión pública que ahora convierten a Irulegi en el auténtico sancta sanctorum de lo vascónico– fue “menos brusca y más compleja de lo que se pensaba”. En las declaraciones de los arqueólogos responsables de tan interesante excavación se añade que en el momento de destrucción del poblado, en los años 70 del siglo I a. C., “los vascones están viendo qué supone Roma y quieren entrar en esa órbita”, y se apunta, incluso, que los vascones, en la guerra que se cobró la destrucción de este enclave, “formaban parte de un bando”, bien el del rebelde Sertorio, bien el del romano Pompeyo.
El mismo día de la rueda de prensa de presentación de esas conclusiones, celebrábamos en el marco del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra una mesa redonda sobre la “controversia vascónica” con especialistas de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y de nuestra Universidad. En ella hablamos sobre la recepción social de lo que en los últimos años la investigación viene afirmando –y también discutiendo, pues así se escribe la Historia– sobre los vascones. Algo no estamos haciendo bien si, tras décadas de intensa investigación, todavía no asumimos que entre los vascones hubo una gran presencia romana, al menos desde que en el año 179 a. C., sobre la antigua Ilurcis –no lejos de ser llamado ager Vasconum–, Tiberio Sempronio Graco fundó una ciudad a la que dio su nombre, Gracchurris, en sustitución de un topónimo netamente vascónico. Nada menos que cien años antes de la destrucción de Irulegi. Si Irulegi fue destruida, si la mano de Irulegi fue grabada y colocada por un habitante del lugar en su propia casa, fue porque, para entonces, la presencia romana entre los vascones y el influjo de su cultura estaban enormemente consolidados. De lo contrario, los habitantes de Irulegi ni habrían conocido el medio epigráfico, ni habrían tomado partido en la contienda y, muy probablemente, tampoco los contendientes –Pompeyo y Sertorio– se habrían fijado en el territorio vascón para coaligarse cada uno de ellos con las ciudades de aquél que aceptaron las condiciones diplomáticas que ellos, buscando clientelas colaboracionistas, ofrecieron.
Roma ya había hecho eso veinte años antes en la zona, en los años 90 de ese siglo, para incorporar jinetes con nombres vascónicos a sus ejércitos del llamado Bellum Sociale Itálico. Otra prueba de la secular integración de los vascones. En las guerras de Sertorio, entre los vascones hubo sertorianos –como los Calagurritanos– y pompeyanos –acaso los habitantes de Pamplona o los federados de la ciudad que seguimos excavando en Los Bañales de Uncastillo, en Zaragoza, también territorio vascón– y que se implicaran en el conflicto sólo se explica por esa sólida romanización que no fue brusca porque, para entonces, llevaba un siglo permeando en un proceso que debemos, precisamente, al estado que se ocupó de dar a los pobladores de algunos puntos concretos de la Navarra actual, de La Rioja y de las Cinco Villas de Aragón el nombre de vascones, acaso subrayando el único elemento que de ellos la investigación tiene hoy claro: su mezcla con iberos y celtíberos, su heterogeneidad cultural. Eso es lo que nos cuenta la mano de Irulegi y lo que, ahora, se confirma en las excavaciones del más mediático de los yacimientos arqueológicos de Navarra. El más mediático, pero, conviene recordarlo, no el único, que nos ha de aportar luz sobre la apasionante romanización de nuestra tierra.