Publicador de contenidos

Volver opinion_FYL_2022_09_19_Martirio_de_san_fermin

El martirio de San Fermín en el arte hispano e hispanoamericano

19/09/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La representación del martirio de san Fermín en España y Navarra no es frecuente. No ocurre así en Francia, en donde posee templos dedicados en los que se narró desde tiempos medievales el ciclo de su vida, destacando el de la catedral de Amiens.

La importante presencia de navarros en Hispanoamérica hizo que el tema lo tratasen maestros de aquellas tierras con las características propias de la pintura colonial.

Del lápiz al pincel: los textos inspiradores

La narración del martirio para la mayor parte de las representaciones del tema contó con unos referentes orales o textuales. Predicadores y libros fueron sus fuentes. Entre estos últimos hemos de considerar dos publicaciones. Por una parte, la Vida y martirio de los santos patronos de la ciudad de Pamplona San Saturnino y San Fermín, obra de Ignacio Andueza, que cuenta con ediciones pamplonesas de 1609 y 1656 y, por otra, el Libro de las milagrosas vidas y gloriosos triunfos de las dos apostólicas columnas de el augusto Reino de Navarra San Saturnino y San Fermín (1693). Ambos libros son anteriores a la edición de las Actas sinceras, publicadas por el padre José de Maceda, en 1798.

Aquellos textos referían el interrogatorio de Fermín ante el gobernador Sebastián, quien, a instancias de los sacerdotes del culto romano oficial, se había trasladado desde Tréveris hasta Amiens. El obispo respondió públicamente a las acusaciones ante la admiración y simpatía de las gentes. Temeroso Sebastián de una posible reacción popular a favor del prelado, decidió, con disimulo, dejarlo libre, mientras ordenaba secretamente a los soldados que, llegada la noche, lo apresasen y encarcelasen. Cumpliendo la orden, quedó Fermín recluido en un calabozo de la lóbrega cárcel. Durante la noche siguiente, mientras el pueblo de Amiens dormía, observó el obispo la presencia de gente armada en la cárcel y, considerando inminente su muerte, se preparó rezando. Uno de los soldados desenvainó su espada y le dio muerte.

Es preciso, llegados a ese punto, hacer algunas precisiones respecto a la iconografía. Tradicionalmente, su ejecución se ha representado mediante decapitación. Así aparece en el conjunto escultórico de relieves situados en el trascoro de la catedral de Amiens, realizados entre 1490 y 1530.  Otros ejemplos, en diferentes artes, han plasmado esta tradición, avalada por testimonios documentales o literarios, al margen de su intrínseco valor histórico. Respecto al escenario y hora del martirio, se ha considerado con la agravante de nocturnidad y en la soledad de una mazmorra. En ocasiones, la espada de la decapitación se sustituye por un afilado cuchillo y la degollación del santo. Un detalle que no presenta unanimidad es el relativo a la mitra, a veces sobre la cabeza del santo, mientras que en otras aparece depositada en el suelo.     

Dos pinturas de Ximénez Donoso

En el Ayuntamiento de Pamplona se conserva un lienzo de grandes dimensiones, firmado en 1687 por el afamado pintor de la escuela madrileña, José Ximénez Donoso, en el mismo año que rubricó otros lienzos para las Benedictinas de Lumbier, hoy en Alzuza. Sin embargo, la pieza llegó a la capital navarra más tarde, concretamente en 1960, cuando fue adquirido en Madrid, siendo alcalde Miguel Javier Urmeneta.

Ximénez Donoso compuso de manera teatral la escena, que tiene lugar sobre un patíbulo arquitectónico de sillares marmóreos. El reo no ofrece resistencia al arma de su verdugo, y aparece arrodillado desde un punto de vista bajo con el fondo de unas vistosas arquitecturas. Los gruesos eslabones de una cadena sujetan a la víctima. Plenamente barroca, la composición se articula en distintas diagonales abiertas. Cabe destacar la línea teórica que enlaza el brazo y el cuchillo del ejecutor con la mirada del personaje encargado de supervisar el suplicio que, en un gesto instintivo de su mano, semiocultando el rostro, acentúa el patetismo del momento. Una inscripción escrita en latín, con caracteres capitales reza: PRA(E)SULIS EN CAPUT, FERMINI PAMPILONENSIS (He aquí la cabeza del Obispo, el pamplonés Fermín). Sobre un cielo azul, con celajes de nubes característicos de la escuela madrileña, se ubican dos ángeles con la corona de la inmortalidad y la palma del martirio.

En la Real Congregación de San Fermín de los Navarros de Madrid se conserva otra pintura del santo del mismo José Ximénez Donoso, en tipo de gran figura episcopal, fechada en 1685, realizada por encargo devocional del navarro José Aguerri, secretario del rey, y de su hijo Félix, vizconde de Torrecilla Peñatajada. En un lateral, en gran claroscuro se representa el martirio del obispo con carácter abocetado. Como ha observado J. L. Molins, en ambas pinturas de Donoso coincide la elección del plano arquitectónico elevado como soporte de la escena, bien en forma de plinto o graderío. Coinciden, asimismo, la postura del obispo, la inminencia de la ejecución, la aproximación del verdugo por detrás -con intención de degollar, no de decapitar- así como una contrapuesta figura situada a la derecha, portando un hachón en la mano, para iluminar el episodio nocturno de la lóbrega mazmorra. En las dos ocasiones y al igual que en otros casos el santo recibe de lo alto la imperecedera corona de la gloria, ganada por el martirio.

Un lienzo novohispano

Mayor rareza presenta un lienzo con el tema del martirio que se conserva en una colección particular mexicana. Al respecto, hay que recordar que, en la capital del virreinato de Nueva España, en 1710, se publicó la obra del jesuita y misionero de Sinaloa, Juan Goñi de Peralta, titulada Vida de San Fermín, Obispo y Patrón de Pamplona.

Se trata de una pintura novohispana del siglo XVIII, seguramente sufragada por alguno de los navarros llegados a aquellas tierras. Está muy bien ambientada. El obispo, con mantelete y muceta, se dispone en primer plano a recibir el martirio de manos de un verdugo caracterizado como tal, mientras su breviario, el báculo y mitra están en el suelo y un ángel aparece en el cielo, dispuesto a darle la recompensa de la gloria mediante la palma y una corona de laurel, signos del triunfo y la inmortalidad. En un segundo plano observamos unas solemnes arquitecturas que querrán representar las de las mazmorras de la fortaleza, donde fue apresado el santo por la noche, o más bien las de la residencia del gobernador Sebastián en Amiens, que aparece en un balcón de su residencia rodeado de soldados.

Otro lienzo de Cuzco

Con un estilo más popular y carácter claramente cuzqueño es el conservado en la Real Academia de Buenos Aires. Está firmado en 1751 por el pintor indígena o mestizo Mauricio García, activo en Cuzco entre 1747 y 1760. Su nombre figura entre la nómina de pintores “empresarios” cuzqueños que dirigían talleres dedicados a la exportación de pinturas de temática religiosa de gran aceptación, especialmente con destino al Alto Perú, Chile y la actual Argentina. Todas las obras salidas de su taller se caracterizan por la utilización de figuras menudas y estereotipadas y la rapidez de ejecución que, en muchas ocasiones, se traduce en facturas desiguales.

El lienzo de san Fermín y otros dos firmados entre 1751 y 1752 fueron remitidos para el acaudalado vecino de Potosí José Domingo de Zunzunaga y Aramburu. Se trata de una representación popular y acorde con las características de la escuela de El Cuzco. El santo se dispone a recibir el martirio, arrodillado y con las insignias pontificales en el suelo. El verdugo con la espada desenvainada y el gobernador Sebastián con el bastón de mando y ataviado con armadura y casco son también protagonistas del relato. Al fondo, un piquete de caballería y unas arquitecturas diacrónicamente surrealistas cierran la composición.

En Navarra

Si ordenamos por orden cronológico las representaciones del martirio del santo en Navarra, la primera sería el relieve de su decapitación del retablo mayor de los Dominicos de Pamplona, obra realizada entre 1570 y 1574 entre Pierres Picart y Juan de Beauves. Está realizado con gran sencillez y sin apenas referentes, el verdugo y el mártir ante unas fortificaciones, junto a un ángel que ha perdido los atributos de la gloria y el triunfo, la corona y la palma.

A fines del siglo XVII o comienzos de la siguiente centuria se debe datar el relieve del ático del retablo mayor de Reta, de ejecución bastante popular. En 1736, el pintor Pedro Antonio de Rada realizó un ciclo de pinturas para los paramentos de la capilla del santo, que conocemos por un dibujo de 1797 de Santos Ángel de Ochandátegui. La ambientación corresponde al interior de una cárcel de evocaciones clásicas, iluminada en la nocturnidad por un gran farol, en la que no faltan unas enormes cadenas. Un verdugo con la espada desenvainada, tres soldados y el mártir sin mitra componen la escena.

Entre los relieves fundidos de la gran peana argéntea dieciochesca del santo encontramos escenas del apresamiento y martirio. La citada obra fue diseñada por el célebre grabador y pintor aragonés, Carlos Casanova, y realizada por el platero pamplonés Antonio Ripando, en 1736.

En el Ayuntamiento de Pamplona se conserva un pequeño lienzo, de comienzos del siglo XIX, firmado con las iniciales de Miguel Sanz Benito (1795-1860), muy abocetado, que copia una composición seiscentista del martirio, con un esquema similar a otra pintura conservada en una colección madrileña, en la que también aparece san Francisco Javier bautizando. La forma del escudo de Navarra recuerda a la de una composición de los copatronos, realizada por el pintor Ignacio Abarca y Valdés de 1696. El lienzo de Sanz Benito figuró en 1920 en la Exposición de Arte retrospectivo del II Congreso de Estudios Vascos.

Esta breve enumeración de escenas del martirio se cerraría con una de las vidrieras de la capilla pamplonesa de san Fermín, realizada en 1886 por la Casa Mayer de Londres. El santo arrodillado y en actitud orante, despojado de las insignias pontificales, está a punto de recibir el martirio cuando un verdugo  se dispone a cortarle la cabeza ante el magistrado y otros personajes. Una antorcha encendida ilumina la oscuridad de la mazmorra.