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José Benigno Freire, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.

Hoy necesitamos resiliencia

dom, 18 oct 2020 09:55:00 +0000 Publicado en Las Provincias, El Comercio y La Voz de Ávila

El término y concepto resiliencia cobra auge a galopadas en la divulgación psicológica, y hoy es una necesidad casi vital. De manera llana, la resiliencia se define como la capacidad de resistir y superar situaciones (muy) adversas. Así, pues, la resiliencia se asienta sobre dos fases enlazadas y sucesivas: soportar y combatir, subrayando la acción de superarse, de renacer.

Lo primero es soportar: sufrir y encajar el envite de las circunstancias difíciles. A nivel psicológico es como recibir un fuerte golpe que provoca una intensa conmoción emocional, y un desconcertante bloqueo interior. Ese choque, frontal e inesperado, o derrumba o aguijonea. Es decir, si no nos vence, se activan los resortes internos de la personalidad y resistimos arremetiendo. Se produce una reacción psicológica al estilo de aquel dicho popular: las heridas en caliente no duelen. Pero si la adversidad se alarga, «la herida se enfría»... y deja sentir la pesadez del sufrimiento.

Ese aguantar día a día tal vez pueda amortiguar algo el dolor, por acostumbramiento, pero acumula cansancio; ese cansancio desembocará en agotamiento, que aviva la fragilidad, el desaliento y la apatía. Son tiempos recios, duros, especialmente si únicamente podemos lidiar con las consecuencias de una desventura o fatalidad. ¡En esta situación nos ha colocado la emergencia sanitaria, con el agravante de un futuro incierto! Por eso ahora precisamos acopio de enormes dosis de la fortaleza de la paciencia.

Ahora bien, las circunstancias dramáticas, trágicas, turbadoras… desgarran la intimidad personal y generan heridas internas, angustias, trastornos, traumas... Pues, propiamente, la resiliencia se centra en esta segunda fase: la de recomponer el psiquismo quebrado, no dejarse doblegar o abatir. Incluso, más que en rehacerse, consiste en aprovechar la contrariedad para crecer personalmente, madurar, renacer y revivir, en gustar de nuevo las ansias de felicidad…

Debemos aprovechar los espectaculares avances de la Psicología que facilitan herramientas y estrategias para solventar la adversidad, especialmente los programas de intervención para el afrontamiento. Sin embargo, conviene recordar que la resiliencia es una capacidad que se adquiere y educa, no una dotación de cuna; ni se consigue con técnicas, ni es una habilidad de laboratorio. Lo explicaré con una cierta ironía: cuando la vida nos dé un zarpazo nunca nos preguntará si ya hemos finalizado el programa de afrontamiento… Unas generaciones atrás lo expresarían así: echarle agallas a la vida, especialmente cuando la vida se encabrita.

Aun así, dejémonos ayudar por la Psicología. Lo primero es ceñirse y amoldarse a los requerimientos de la situación; obviamente, no es lo mismo una hepatitis que un cáncer de hígado, o un robo callejero que una violación. En segundo lugar, conocer y gestionar el temperamento, pues unos presentan fortalezas y otros son proclives a la vulnerabilidad ante las dificultades. Aunque la genética ayuda, no es determinante. Lo explico. Imaginemos dos aviones en la pista de despegue, en uno el aeropuerto está a nivel del mar, y en el otro a tres mil metros de altitud; el segundo disfruta de una ventaja inicial, pero los dos pueden alcanzar el mismo techo de vuelo.

Lo sustancial es el final, y no los vericuetos del camino: curar las heridas, equilibrar la personalidad, asimilar el pasado, recobrar la esperanza. Por eso la resiliencia es compatible con los retrocesos, los desánimos, los cansancios, la necesidad de ayuda o de aliento: ¡avanzar!; insisto, no importan tanto los tropiezos como el alcanzar la meta. O dicho de otra forma, las cicatrices también adornan la resiliencia.

Y una precisa lección de la Psicología: la tenacidad para sobreponerse a la adversidad se vigoriza cuando el sujeto no solo se esfuerza en su propio interés, sino también se abre a finalidades externas al yo. La apertura de horizontes, los deseos de solidaridad, el aliviar otros sufrimientos, el acariciar corazones doloridos… otorgan solidez, refuerzan los ánimos y las energías. Principalmente en los desánimos: al desear no perjudicar a otros se renuevan las fuerzas, regresan los bríos.

El otro gran recurso consiste en aferrarse decididamente a la estricta realidad, sin colorearla con ensueños o desfigurarla según el tornadizo mundo emocional. La situación es o está… ¡así! ¡Desde ahí hay que batallar! Y tampoco intentar solucionarla toda entera y de una vez. Nada descorazona tanto como el imaginar todas las previsibles dificultades del futuro acumuladas en un solo instante. ¡Ceñirse al hoy! Centrarse en la tarea de hoy: celebrar el corto adelanto o aceptar el pequeño fracaso; y seguir… Únicamente somos eficaces en y desde el presente, aunque ese presente unas veces se viva más teñido de pasado y otras de futuro. ¡Sin desalentarse!: así se anda el camino. Recordemos el acertado consejo del viejo sabio, Lao Tse: todo viaje grandioso comienza con un primer paso pequeño…