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Santiago Martínez Sánchez, Profesor del departamento de Historia de la Universidad de Navarra y coordinador de AUNOM (Agrupación Universitaria por Oriente Medio)

El oso ruso y el avispero sirio

jue, 17 mar 2016 16:37:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

¿Qué gana Rusia en Siria? La cuestión no es irrelevante. Para las empresas de la Ribera, por ejemplo, porque sus exportaciones a Rusia han cesado por la crisis ucraniana de la primavera de 2014 o porque tienen cada vez más empelados del Magreb y del Oriente Medio. Para el sector terciario, porque se beneficia de los miles de turistas rusos que vienen a España y no a Egipto y Turquía, huyendo de los atentados en le país del Nilo y de las tensas relaciones ruso-turcas. Tampoco debería ser irrelevante su protagonismo para los espectadores de un conflicto que cumple ya más de cinco años. ha roto un país, arrasado sus poblaciones, aniquilado su diversidad religiosa y enfrentado a un enjambre de actores locales, regionales y mundiales que urden una imposible paz en la que nadie quiere perder su prestigio, poder e intereses.

Rusia tiene una doble aspiración geopolítica que muestra su alma bipolar, europea y asiática. Así, quiere ser un actor principal en el conflicto sirio y construir vínculos con los kurdos, con Irán o con Israel, adonde acuden también sus turistas, vetados por su Gobierno para ir a Turquía. Es decir, quiere  tejer unas alianzas sólidas en Oriente Medio, que aún es para Estados Unidos un escenario geoestratégico capital, junto con Europa  y el Pacífico. Además, Putin quiere demostrar a la Unión Europea que  comparte los mismos riesgos terroristas y obtiene idénticos beneficios si se olvidan las diferencias sobre la precariedad de los derechos humanos allí y sobre su política en Ucrania, donde Rusia ahora enfría el afán independentista de la República pro rusa de Donetsk.

Su participación en la guerra siria, soterrada desde el inicio del conflicto en 2011 y descarada desde agosto de 2015, puede contribuir a recuperar su condición de superpotencia. ¿Qué ganarían Rusia y Putin en ese avispero? Al menos, esto: (1) Mostrar a Europa que encabeza la lucha antiterrorista para derrotar a un enemigo que ha golpeado a Francia y amenaza al resto de países de la Unión Europea, colapsados por la avalancha de refugiados que huyen de la guerra. (2) Mostrar a Estados Unidos que la política intervencionista norteamericana en Oriente Medio ha fracasado y que necesita aliados dispuestos a combatir al enemigo común, el yihadismo. (3) Mostrar a la nación rusa que su líder defenderá a sus aliados tradicionales (Siria) y a su propia población, amenazada por los 5000 mercenarios chechenos, uzbekos y dagastenos musulmanes rusos llegados a las tierras del ISIS, futuros terroristas en suelo ruso. (4) Mostrar a otros actores regionales, en particular a Turquía, la fuerza rusa, la inacción de la OTAN y la amistad forzada de una Unión Europea que ¿resuelve" el flujo de refugiados sirios con dinero, visados y promesas vaporosas de integración en la Europa de los Veintiocho. (y 5) Utilizar a Siria como una baza para intercambiarla por el fin de las sanciones económicas internacionales tras su intervención en Ucrania hace casi dos años.

Entonces, la orden reciente de Putin de retirar sus tropas y equipos militares ¿cómo encaja en esa exhibición de poderío unilateral Aunque seguirá operativo el puerto ruso en Tartus y la base aérea en Latakia, este sorprendente golpe de efecto enturbia su compromiso de luchar contra el terrorismo yihadista, sostener a su aliado regional y exhibir su músculo geopolítico. La excusa de la misión cumplida es parcialmente cierta en el terreno militar, pero deja en el aire al menos tres conclusiones. La primera es que las arcas rusas están agotadas por el desplome de los hidrocarburos y no pueden mantener un esfuerzo militar ilimitado, que podría ser un nuevo Afganistán para el país, algo que dudo. La segunda es que Putin ha llegado a algún tipo de acuerdo con el régimen sirio que se desvelará de aquí a un tiempo, algo probable. La tercera es que la retirada de Siria es un gesto de buena voluntad para suavizar unas sanciones que la Unión Europea debe renovar en julio (Italia o Hungría están dispuestos a quitarlas) y para contener el flujo migratorio, aunque éste depende de otros factores y países (como Turquía).

En definitiva, Putin se guarda en la chistera un nuevo truco geopolítico y hará de la debilidad virtud. Juega sus cartas. Sabe que Estados Unidos tiene que contar con Rusia por sus recursos y músculo energético, su situación geopolítica central, su potencial económico hoy en declive y su singularidad histórica. Los intereses económicos, políticos y estratégicos prevalecen sobre los ideológicos. No es Putin un Padre de la Iglesia que defienda ante todo a la familia y el cristianismo. Es decir, que tenga una preocupación prioritaria por los valores morales relativizados en un Occidente liberal que se autoconsidera el faro del mundo. Estamos ante un gobernante apreciado en su gigantesca nación, un agnóstico de la libertad, que instrumentaliza la religión y que se erige en el defensor de la comunidad rusa con autoconciencia de ser el verdadero Occidente. Una Rusia donde, paradójicamente, prevalece la misma mezcla de lo sagrado y profano que tienen gran parte de los países musulmanes.