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Las entrañas y el alma de un monasterio. El patrimonio a través del uso y la función

16/08/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

El patrimonio cultural es susceptible de diferentes miradas para su comprensión: desde sus aspectos netamente históricos (datación, promoción, ejecución y precio), a los estéticos (cómo), técnicos (con qué y de qué manera), iconográficos (significado y mensaje) y de uso y función (para qué). Todas esas cuestiones se han de integrar armónicamente en el análisis de los bienes culturales y en los relatos en los que son protagonistas.

Del mismo modo que al visitar una antigua manufactura o una fábrica, se señalan los diferentes espacios del proceso productivo, en un palacio, una arquitectura doméstica, una catedral o un complejo conventual, nunca se debe olvidar el uso y función de sus partes. En estos últimos casos, suele ser el aspecto al que menos atención se presta, porque la mera reflexión sobre los sublimes espacios interiores y los datos históricos o técnicos ya suelen ser de por sí suficientes para captar la realidad de los conjuntos, e incluso para quedar fascinado ante tanta sorpresa y maravilla. 

En esta colaboración nos detendremos en la recreación de la vida monacal de un monasterio cisterciense, a través del uso y función de sus dependencias. Tomaremos como referente el de Fitero que, como otros, experimentó cambios de uso en sus edificios con el paso de los siglos, así como la adición de nuevas fábricas.

Ora et labora: la vida en un monasterio

Desde hace siglos, hubo personas que decidieron dedicar su vida a Dios, bien de forma aislada, en completa soledad, o en grupo, en comunidad. En este último caso fue necesario vivir bajo una regla y crear un microcosmos propio, autosuficiente y bien organizado para posibilitar el culto divino y cubrir las necesidades vitales. Así, nació la arquitectura monástica medieval y se desarrolló con las órdenes mendicantes y reformadas más tarde en las distintas tipologías conventuales. 

En el caso del Císter, inspirado por san Bernardo, inició una rápida expansión, con unos ideales de austeridad y prohibición de todo tipo de lujo en vivienda, vestido y alimentación. El santo recomendaba la alabanza a Dios a través de la lectio divina, el trabajo, el seguimiento de Cristo y el amor a la Virgen, evitando las imágenes y la ociosidad.

Grandes especialistas se han preguntado si existió un estilo cisterciense. En lo formal y estructural la respuesta es negativa, aunque desde el punto de vista de la organización de un monasterio, la contestación es afirmativa. Precisamente, sobre los planos de sus abadías ha escrito Braunfels: “El plano del monasterio cisterciense ideal representa un organismo muy madurado, en el cual se ha previsto todo, donde se ha evitado cualquier detalle superfluo”.

La iglesia y el claustro

El interior del templo se concibió, ante todo, como un lugar para la comunidad, encaminado y dedicado a la oración y el culto, tanto de legos como de monjes. La iglesia, majestuosa, de acuerdo con las ideas depuradoras y simplificadoras de san Bernardo, se reduce a la pura estructura iluminada por luz blanca y natural. Nada más contrapuesto al espíritu cisterciense que el espacio gótico, iluminado en aras a lo trascendente con potentes haces de luz tamizados mediante las vidrieras de color. 

La Regla benedictina invita a ofrecer: “alabanzas a nuestro Creador... en Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, y levantémonos por la noche para darle gracias”

Necesaria resulta la reflexión sobre la existencia de la girola, la primera de los templos navarros, ya que precede a las de la catedral de Pamplona y de Santa María de Viana.

El ceremonial, los ritos, los horarios de la vida cotidiana y la liturgia se pueden rememorar con diferentes textos, tanto los de carácter general para el Císter, como otros más particulares de las diferentes congregaciones y del propio monasterio, como el calendario festivo, editado en Pamplona en 1732.

La gran sacristía es el mejor lugar para explicar tipologías de orfebrería con su uso litúrgico, al igual que otras artes suntuarias como los textiles.

El claustro, lugar para el recogimiento y la lectura, es también ordenador de los espacios, eje de la vida comunitaria, lugar para la meditación y verdadero centro neurálgico de todo el monasterio. A través de sus crujías se accedía a la iglesia y al resto de las dependencias. Sus cuatro pandas servían para la meditación en el desapego de sí mismo y del mundo, así como para evocar el amor a Dios y al prójimo.

Sala capitular, refectorio y dormitorio

La sala capitular, siguiendo la Regla de san Benito, estaba destinada a tratar los asuntos de importancia bajo la presidencia del abad. En ella se reunía la comunidad, se leía la regla, y cada monje debía pedir perdón y cumplir la penitencia por sus faltas. La Regla de san Benito señala que “siempre que en el monasterio haya que tratar asuntos de importancia, convoque el abad a toda la comunidad, y exponga él mismo de qué se ha de tratar”.

La Carta de Caridad, reglamento de los orígenes del Císter, especifica que el monje debía pedir allí perdón y cumplir la “penitencia que se le imponga por su culpa... allí obedezcan en todo al abad del mismo y a su capítulo en la observancia de la santa Regla o de la Orden y en la corrección de las faltas”.

El refectorio también es lugar para recordar la alimentación y la bebida, que evolucionaron desde la frugalidad medieval hasta las alubias, carne y sopa, reglamentadas por los monjes en 1801. La Regla prescribía para el refectorio el silencio y la lectura. Allí se pueden recordar otros aspectos, como la secular costumbre del monasterio de servir la comida y la cena en el sitio del monje difunto durante nueve días y dar la ración a un pobre a lo largo de 30 días. 

Otra dependencia que habla de otra necesidad vital, como es el sueño, es el dormitorio. Sobre él leemos en la Regla: “si es posible, duerman todos en un mismo local... en este dormitorio arda constantemente una lámpara hasta el amanecer... duerman vestidos, y ceñidos con cintos o cuerdas... los hermanos más jóvenes no tengan las camas contiguas, sino intercaladas con las de los ancianos.... y levantémonos por la noche para darle gracias”. La celebración de los maitines, en plena noche, explica la existencia de la escalera en el crucero norte, de la que todavía es visible su trazado.

Con el tiempo, los monjes contaron con celdas individuales, especialmente desde la construcción del nuevo dormitorio (1585-1589). Y si en castillos y catedrales nunca falta un duende, recordaremos que en una celda fiterana tuvo lugar el relato legendario y maravillosista de la muerte del lego roncalés fray Juan de Ledea, en 1631, precedida de enormes estruendos que pusieron en espanto a toda la comunidad. A este respecto, hay que insistir en la importancia de recuperar junto a lo material, todo aquello inmaterial, como costumbres, tradiciones y leyendas.

Otras dependencias

El resto de las dependencias como cillas, cocina, cárcel, locutorios, letrinas siguieron unas normas precisas, en relación con los usos y funciones descritos por la regla monástica, insistiendo en el silencio y la meditación. 

El scriptorium, al igual que el los benedictinos está situado con acceso al claustro. En la panda norte se ha conservado el banco corrido -mandatum-, destinado a los monjes que deseaban leer, sin alejarse del armario de los libros.

El edificio de la gran biblioteca es el más antiguo de los de su tipología conservado en Navarra. Se erigió entre 1607 y 1614 y se debió al empeño de fray Ignacio de Ibero, un abad culto, bibliófilo y escritor que, incluso, instaló una imprenta en el monasterio. 

Sus muros, hoy vacíos, para nada recuerdan que fue la más rica librería de los monasterios cistercienses navarros, como ha puesto de manifiesto la profesora Isabel Ostolaza, en su sobresaliente estudio, en el que cataloga 1.759 registros, que son un excelente medio para asomarse a la cultura en los siglos de la Edad Moderna.

En 1800 se cuantificaron sus libros entre 7.000 y 8.000. Uno de sus códices, el de Anelier de Toulousse, que narra la Guerra de la Navarrería de 1276, conservado en la Real Academia de la Historia, es una obra que, según José Goñi Gaztambide, “bastaría para justificar la existencia del monasterio de Fitero”.

La imagen de la biblioteca trascendió a la literatura universal, gracias a la leyenda de El Miserere de Gustavo Adolfo Bécquer, que comienza así: “Hace algunos meses que, visitando la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta comenzados a roer por los ratones…”.

Las dependencias monásticas se reformaron y ampliaron en la Edad Moderna con una espléndida hospedería, la gran sacristía, el oratorio del prior, la portería, el palacio abacial y la Plaza de la Orden. Todas esas piezas son susceptibles de recrear con textos y relatos de la llegada de viajeros, del protocolo abacial -destinado a ensalzar de la imagen del abad-, de la vida ordinaria y extraordinaria (festejos de todo tipo), del reparto de la olla diaria a los pobres, las misiones populares o los bandos que siempre debían comenzar con el preceptivo “De orden del Señor Abad”.

La actual torre seiscentista sustituyó a la vieja espadaña medieval y sus campanas pudieron cumplir su múltiple función de alabanza, lamento, llamada o conjuro, tal y como se recordaba en sus inscripciones: “Laudo Deum Verum, voco populum, congrego clerum, Satan fugo, defunctos ploro, festa decoro”.

Las imágenes y los sonidos

Con el tiempo, la práctica proscripción de las imágenes del Císter por cuanto suponían de distracción y de renuncia a los placeres sensoriales, quedó atrás, especialmente desde que la villa de Fitero fue una realidad y la catequización de sus gentes necesitaba de las mismas como elemento fundamental en una sociedad mayoritariamente analfabeta.

Retablos, lienzos y esculturas poblaron las paredes de la iglesia, otrora blancas, como las cogullas de sus monjes. Con aquellas imágenes se trataba de ejemplificar ante los fieles modelos de vida y santidad, naturalmente cambiantes a lo largo de los siglos. Baste comparar las santas del retablo mayor, contenidas y clásicas con la teatral Transverberación de santa Teresa de la sacristía. La finalidad de las interesantes iconografías del rico patrimonio mueble del monasterio, bien merece la pena, si además consideramos que es el único de los grandes monasterios masculinos navarros que se salvó de la Desamortización.

Capítulo especial para tener presente en el coro alto o bajo la espectacular caja del órgano, es el de la música. Momentos para evocar los sonidos de las voces que entonarían las melodías del siglo XIII contenidas en el Sacramentario procedente del monasterio, custodiado en el Archivo General de Navarra. También hay que sugerir los sonidos de los viejos realejos y del órgano renacentista, hoy en la Merced de Tarazona, junto a las partituras que se custodiaron en Fitero desde 1600 de los grandes maestros como Palestrina, Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria, Fernando de las Infantas y otros compositores italianos de primera línea. 

Frente a todo ello, hoy inmaterial, los tubos del espectacular órgano de la nave y del portativo del coro, recientemente adquirido gracias a la Fundación Gondra-Barandiarán, aún nos pueden transportar y elevar como sólo la música posibilita en determinados ambientes y contextos.