Ramiro Pellitero, iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
La vida humana a la luz de la vida divina
"Cuando la fe se apaga se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella" (encíclica "Lumen fidei", n. 55)
JuanPablo II, en su encíclica Evangelium vitae (1995), toma en serio la declaración del Evangelio de San Juan de que la vida es algo divino en sentido fuerte, es un atributo del ser divino: "En Él [el Verbo=el Hijo de Dios] estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron" (Jn 1, 4-5).
En ese texto se atribuye a Dios la noción de vida. Al hablar de vida divina o sobrenatural no lo hacemos en sentido meramente metafórico. Así sería si la vida humana pudiera ser explicada simplemente desde abajo, desde su génesis y su pasado material. En ese caso la vida que recibimos "desde arriba" y "desde abajo", que el griego bíblico denomina respectivamente "zoë" y "bios", designaría dos realidades opuestas. Pero es significativo, dice Spaemann, que estos dos conceptos [que, según los usa San Juan expresan actitudes diferentes ante la vida] hayan sido traducidos a otras lenguas (latín, romance, lenguajes germanos y eslavos) con el mismo término: vida.
En efecto, en el uso bíblico, "zoé" es la vida en general como don de Dios, que ha querido crear seres vivos como las personas y los animales o las plantas.
"Bios", en cambio, se utiliza para significar la duración de la vida terrena, los medios que la sostienen o la manera en que se vive; por tanto sólo se usa en referencia a los seres humanos y sobre todo con un sentido más bien negativo, indicando una vida de espaldas a Dios. Así se usa en el Nuevo Testamento. Por limitarnos a los escritos de San Juan, emplea "bios" (1 Jn 2, 16 y 1 Jn 3, 17) para expresar una existencia puramente terrena al margen de Dios; pero utiliza "zoé" muchas veces (cf. Jn 1, 4; 3, 14-16; 6, 48; 10, 1; 11, 25; 14, 6, etc.) para explicar la vida según Dios, como participación de la vida divina.
Dicho brevemente: para San Juan, la vida es, sobre todo y sencillamente, algo divino, transcendente; y, por tanto, ni se realiza ni se entiende plenamente sin Dios, en todo caso es un don divino. En esta perspectiva, quien vive al margen de Dios, propiamente no vive una vida verdadera.
En esa línea la encíclica recoge esta cita de Dionisio el Pseudoareopagita, teólogo cristiano-bizantino de los siglos V-VI:
"Celebremos ahora la Vida eterna, fuente de toda vida. Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo participan de la vida, y de modo conveniente a cada uno de ellos. La Vida divina es por sí vivificadora y creadora de la vida. Toda vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está sobre toda vida y sobre el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas el ser inmortales, y gracias a ella vive todo ser viviente, plantas y animales hasta el grado ínfimo de vida. Además, da a los hombres, a pesar de ser compuestos, una vida similar, en lo posible, a la de los ángeles. Por la abundancia de su bondad, a nosotros, que estamos separados, nos atrae y dirige. Y lo que es todavía más maravilloso: promete que nos trasladará íntegramente, es decir, en alma y cuerpo, a la vida perfecta e inmortal. No basta decir que esta Vida está viviente, sino que es Principio de vida, Causa y Fundamento único de la vida. Conviene, pues, a toda vida el contemplarla y alabarla: es Vida que vivifica toda vida" (subrayado nuestro).
Robert Spaemann subraya en su conferencia sobre la Evangelium vitae (Pontificia Academia de la Vida, 14-II-2000), que la vida divina no es llamada "vida" en un sentido metafórico dependiente de "nuestra experiencia" sobre la vida humana. Más bien sucede que para San Juan la vida divina es la referencia primera en una línea descendente de analogados (se llama analogado principal en una comparación, al elemento del que todos dependen o al que todos se refieren). En la secuencia de los seres vivos, la vida vegetal es el "eco más débil", y, por tanto, el menos accesible para nosotros.
En contraste con la visión científica actual según la cual lo que mejor entendemos son las formas inferiores de la vida y lo peor a nosotros mismos, Spaemann observa que más bien sucede lo que Heidegger describe en "Ser y Tiempo": podemos entender la vida que no es consciente de sí misma sólo en analogía con la vida consciente, y, por tanto, como algo que de alguna manera, remotamente, se parece a nuestra propia vida. Conocemos menos lo que es un murciélago que lo que es un ser humano. El Espíritu, la conciencia, no son opuestos a la vida, como sostenía cierta filosofía de la vida, sino que son más bien la más alta expresión de la vida. La vida en su pleno sentido es vida consciente.
Como escribe Santo Tomás: "El que no entiende, no vive perfectamente, sino que tiene una vida a medias". Así se comprende que el Evangelio de San Juan afirme: la luz es la vida del hombre; y sólo Dios es luz, sólo Él es la vida completamente transparente para sí misma.
Aquí cabría evocar la idea de San Ireneo († 202): "gloria Dei vivens homo", el hombre vivo es la expresión de la gloria de Dios. El hombre vive más perfectamente cuanto más participa del amor y del conocimiento que Dios mismo tiene, de manera que en la nobleza de esa vida, Dios es más conocido y amado. La grandeza de la vida humana auténtica conduce a ensalzar y alabar a su Creador: a esto se le llama "la gloria de Dios".
Según la encíclica Lumen fidei (29-VI-2013), primera del Papa Francisco, es la fe bíblica la que asegura la dignidad de la persona humana, en cuanto creada de modo irrepetible por Dios y redimida por Jesucristo. "Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites" (n. 54).
"Cuando la fe se apaga –prosigue el Papa Francisco– se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella" (n. 55). Ya lo advertía el poeta T. S. Eliot, testigo de las raíces cristianas de nuestra sociedad: "¿Tenéis acaso necesidad de que se os diga que incluso aquellos modestos logros / que os permiten estar orgullosos de una sociedad educada / difícilmente sobrevivirán a la fe que les da sentido?" (Choruses from "The Rock").
El valor de la vida humana, asequible para la razón, se confirma, en definitiva, por la fe cristiana. Ella nos asegura que la vida divina es fuente de toda vida, y particularmente de la vida humana, dotada de inteligencia y voluntad, a imagen de su Creador. Y esto es el fundamento último de la dignidad personal, que, según la experiencia, sólo se asegura cuando Dios está presente en la sociedad y no se le expulsa de ella.