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Ricardo Fernández Gracia, director de la Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

San Sebastián, protector contra la peste, en el patrimonio cultural navarro

vie, 13 ene 2017 12:04:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

San Sebastián fue un militar cristiano de la guardia imperial del siglo III. Uno de sus compañeros delató por sus creencias al joven a un oficial, que no se atrevió a arrestarle dado su alto rango, aunque lo puso en conocimiento del emperador. Éste -identificado tradicionalmente con Diocleciano- mandó llamar a Sebastián y le recriminó su ingratitud por introducir una religión que juzgaba perniciosa para el imperio. Sebastián no se arredró y le contestó que no se podía hacer mejor servicio que convertir a sus súbditos a la religión de Cristo. Irritado ante esa respuesta, ordenó que fuese amarrado a un tronco y asaeteado. Dado por muerto, una santa mujer, llamada Irene, fue a enterrarle y lo encontró vivo, llevándole a su casa para curarle las heridas. Al enterarse, el emperador ordenó que lo llevasen al circo y lo apalearan hasta la muerte.

 

Abogado contra la peste

Las creencias en la protección de los santos en momentos trascendentales de enfermedad y de  muerte, desarrollaron su papel como intercesores y taumaturgos y se plasmaron en textos hagiográficos y representaciones visuales. El caso de San Sebastián, como abogado contra la peste, es bien ilustrativo, al igual que ocurriría con San Roque a partir del siglo XV.

El origen de la protección de San Sebastián sobre la peste data del año 680, cuando libró a Roma de una gran epidemia, hecho divulgado por Pablo Diácono en su Historia Longobardorum. A la sazón, hay que recordar que la peste concordaba con una lluvia de saetas, tanto en las fuentes clásicas -pasaje de la Ilíada en que Apolo desencadena la peste con el disparo de su flecha- como en las bíblicas (Salmos 7 y 64). La Leyenda Dorada colaboró decisivamente a la difusión de su culto e iconografía. En su texto se afirma que el santo quedó cual erizo tras su asaeteamiento. Desde mediados del siglo XIV, con motivo de la peste negra, su popularidad creció muchísimo.

A fines de la Edad Media, se había convertido en el santo mártir, por excelencia, con gran notoriedad en toda Europa. Se glosaron los paralelismos con Cristo, no sólo por su relación con el pasaje de Cristo a la columna o con el Ecce Homo -en el caso de aparecer con los brazos hacia adelante-, sino por el árbol al que fue atado en analogía con el madero de la cruz y por el número simbólico de sus flechas. Si éstas eran tres evocaban a los clavos de Cristo y en número de cinco a sus llagas.

En Navarra cuenta con tres parroquias bajo su advocación: Juarbe, Aramendía y Eulz y sus ermitas rondan la docena entre las existentes y las desaparecidas (Allo, Arano, Arruazu, Asarta, Cascante, Cintruénigo, Gastiáin, Lacunza, Muniáin de la Solana, Olazagutía y Navarzato en Roncal). Respecto a las cofradías, al menos hubo veinticinco, la mayor parte de ellas en Tierra Estella.

 

Votos de Olite y Pamplona y patrón de Sangüesa y Tafalla

Las autoridades municipales de ciudades y pueblos hicieron, desde el Medioevo, votos a los santos que se traducían en promesas para guardar sus fiestas, en agradecimiento por los favores recibidos. Fueron frecuentísimos y algunas localidades tenían varios como ocurrió en Pamplona o Sangüesa, con ocho y seis respectivamente.

Uno de los primeros votos a San Sebastián documentados en Navarra es el de Olite, en 1413, a raíz de la peste de aquel año. Se acompañó del rito protector consistente en rodear el perímetro de la localidad con un pabilo o mecha bendecida. Pamplona sufrió una epidemia de peste en 1599. Entre las medidas tomadas no faltaron las de tipo religioso. Las autoridades municipales se comprometieron a guardar abstinencia las vísperas de San Sebastián y San Fermín.

Algunos de aquellos votos terminaron en el patronazgo de algunas localidades. En Tafalla, el legendario milagro de la boina de 1426 hizo crecer su culto, llegando a través de su cofradía numerosos donativos. Su célebre imagen pétrea se atribuye al escultor Johan Lome y para su realización dejó una manda, en 1422, el secretario real Sancho de Navaz.

Sobre los orígenes de la fiesta y devoción al santo en Tafalla resultan muy interesantes los datos del libro de cuentas de fines del siglo XV y comienzos del XVI, estudiado por Beatriz Marcotegui. La celebración de su fiesta acercó, en tiempos pasados, a numerosos devotos y comerciantes atraídos por las ventas de la feria anual. Los cuestores o personas que pedían limosnas para su culto se distribuían, a fines de la Edad Media, por las diócesis de Pamplona, Tarazona y Bayona.

El eco anual del voto de Tafalla estuvo ligado a la procesión de los muros, puesto que, al igual que en Olite, el perímetro de sus murallas se rodeaba por un rollo de cera llevado en andas. El acto devocional se recuperó en 1885, con motivo de la epidemia del cólera, añadiendo al rollo céreo, que estaba mermado, cinco arrobas de cera para que alcanzase su longitud primitiva.

Un extenso y documentado estudio sobre el patrono de Sangüesa se debe a Juan Cruz Labeaga. En 1543 ya se celebraba el voto, con anterioridad a las grandes pestes de 1566 y 1599. El ayuntamiento nombraba al predicador de la fiesta y a la procesión anual asistían todos los gremios. A lo largo de los siglos se documentan grandes procesiones y rogativas, teniéndolo como protector los hortelanos y labradores.

 

Iconografía: predominio de la figura del mártir

Las representaciones artísticas de San Sebastián son abundantísimas en Navarra, siendo las más usuales las que le presentan como un joven imberbe, desnudo y atado a al tronco de un árbol o una columna. La propia colocación del mártir permitió a los artistas estudiar el cuerpo humano tensionado por una posición forzada, así como expresar todo lo relacionado con el dolor, la agonía y el éxtasis.

Del periodo gótico o con impronta de su estética se conservan algunas esculturas. A la cabeza la imagen en alabastro policromado de la catedral de Tudela, obra atribuida por C. Lacarra y S. Janke al maestre Hans Piet d´Anso o Hans de Suabia, escultor del retablo de la Seo de Zaragoza y residente es aquella ciudad entre 1467 y 1478. Herederas de la estética gótica encontramos algunas imágenes en la Navarra de hacia 1500, entre las que destacan las de Muniáin de la Solana, Asarta y Villafranca.

Las esculturas y relieves del santo en la Comunidad Foral se multiplicaron a lo largo del siglo XVI. No cabe duda de que el modelo del joven desnudo se prestaba para recrear el cuerpo humano, aunque fuese doliente, en el contexto del humanismo renacentista. Su representación fue una excelente excusa para muchos maestros con el fin de mostrar una anatomía masculina desnuda sin temer a la censura eclesiástica, en tiempos en que el decoro era una norma y principio artístico.

Al Primer Renacimiento de corte expresivo pertenecen los ejemplos de Abaigar, Piedramillera, Torralba del Río, entre otros. La impronta del taller de Gabriel Joly se deja notar en la delicada escultura de Fitero, de mediados de la centuria, que presenta postura forzada y anatomía de modelado muy suave. Un poco más avanzadas en el tiempo y en las formas son los ejemplares de Huarte-Araquil e Irañeta, debidas a Juan de Beauves y Pierres Picart, respectivamente.

El Romanismo con su gusto por los escorzos y la imitación del arte miguelangelesco encontró especial ocasión en la figura desnuda del santo. Bernabé Imberto en Andosilla (1598), Juan de Troas en Lezarza (c. 1600), Juan de Gastelúzar en Zabaldica (1614) o Juan Imberto en Salinas de Oro (1576-82) dejaron buenos ejemplos. El alargamiento del canon y el estudio anatómico son protagonistas en las esculturas de Caparroso y Burgui. Al siglo XVII pertenecen otras muchas tallas, en general sin la genialidad de las del siglo anterior. Entre ellas destacan las de Esparza de Salazar y Lacunza (Gaspar Ramos, 1627 y 1637), Maya (Juan de Huici, 1635) y catedral de Pamplona (Francisco Jiménez Bazcardo, 1682). En la pintura barroca con el santo en solitario destaca  un lienzo tenebrista, copia de Ribera, de las Capuchinas de Tudela.

 

La escena martirial

En algunas ocasiones la figura aislada se acompaña de los verdugos con arcos, e incluso ballestas. Entre los más tempranos ejemplos destaca la tabla del retablo de San Sebastián y San Nicasio (1402) de San Miguel de Estella –actualmente en el Museo Arqueológico Nacional-. El santo, con numerosos dardos, siguiendo el texto de la Leyenda Dorada, aparece atado a una columna con sendos verdugos y otros personajes. El mismo pasaje se narra en el retablo de Barillas, obra atribuida por Alberto Aceldegui a Nicolás Zahortiga (doc.1443-1485), y también figuraba en el desaparecido retablo de San Sebastián y Santa Ana de Cintruénigo, del último tercio del siglo XV, estudiado por el mismo investigador.

En el retablo de su advocación de Imbuluzqueta encontramos el pasaje de su martirio con gran complejidad compositiva. Se trata de una tabla del segundo tercio del siglo XVI, que se ha relacionado con el taller de Ramón Oscáriz. Al igual que otras obras, entre las que cabe recordar la tabla de Pedro García de Benabarre del Museo del Prado (c.1470), encontramos al emperador con corona y cetro presenciando la escena. La composición se completa con numerosos personajes y fondos de paisaje y arquitectura, que evidencian la copia de estampas rafaelescas. La plástica presenta el tema en los retablos renacentistas de Arre, Ciriza y Etayo, mientras que en la pintura seiscentista lo encontramos en el monasterio de Fitero y en San Pedro de Olite.

Algunos relieves y, sobre todo pinturas de los siglos XVII y XVIII, suelen mostrar el  martirio en diferentes momentos, en sus prolegómenos, con el santo muy dolorido y a veces, en el instante en que se encomienda a Dios. Todo ello propició que los artistas plasmasen fuertes contrastes lumínicos entre la figura y el paisaje del fondo, acentuando así el dramatismo de la escena. En un lienzo del antiguo retablo de San Pedro de la Rúa de Estella, obra de Pedro de Ibiricu (1687), dos sayones se disponen a atar al santo en los preparativos del asaeteamiento.

En algunas pinturas barrocas se acompaña de ángeles que le asisten o confortan. En un par de lienzos de las Clarisas de Estella y del retablo de Améscoa Baja se copia el grabado de Paul Pontius que reproduce una obra de Rubens. En el retablo del santo de Acedo y en un lienzo de Villafranca que copia una estampa de Tomás de Leu por pintura de Jacobo de Palma, el ángel le trae la recompensa de la victoria en forma de palma y corona, atributos de los mártires.

 

Otras representaciones, pasajes de su vida y el santo como caballero

En algunas ocasiones forma pareja con san Fabián, por compartir ambos el mismo día 20 de enero para su fiesta. Con el santo papa lo encontramos en la predela del retablo gótico de San Salvador de Sangüesa y en un relieve del retablo de Imarcoain, obra de Juan de Gastelúzar, de comienzos del siglo XVII. En algunos retablos del siglo XVI se le asoció con San Miguel, como ocurre en el de Burlada –hoy en el Museo de Navarra-, obra de Juan del Bosque (1540-1546) y en el de Cizur Mayor, de Juan de Bustamante (1538). En ambos casos se le representa como caballero.

La ermita de su advocación de Cintruénigo estaba presidida por un retablo del último tercio del siglo XV, desaparecido. Compartía titularidad con Santa Ana y presentaba sendos momentos de su vida: el santo ante el emperador y el asaeteamiento con recuerdos del mismo tema del retablo de Barillas. Infrecuentes son otros pasajes narrativos de su vida. En el retablo de su advocación de Andosilla encontramos sendas escenas: el prendimiento a cargo de unos soldados y el santo repartiendo limosna.    

La categoría social de San Sebastián, como militar,  hizo que en la Edad Media adquiriera tintes de caballero, por lo que se divulgó un modelo iconográfico con lujosas vestimentas y un rico collar pendiendo de su cuello. En un retablo procedente de San Miguel de Estella, hoy en el Museo Arqueológico Nacional, lo encontramos cual noble palatino, con la espada en una mano y las saetas en la otra. Comparte titularidad con San Nicasio, que gozó de popularidad en Navarra y devoción por parte de sus monarcas. El retablo pertenece al periodo gótico internacional y fue encargado, junto al de Santa Elena, conservado in situ, de  Martín Pérez de Eulate en 1402 para su capilla funeraria.

En la puerta de San José de la catedral de Pamplona, obra de la primera mitad del siglo XV, aparece como caballero. A la segunda mitad del mismo siglo pertenece una tabla de una colección de Corella y filiación aragonesa, que Altadill creyó que era un retrato del Príncipe de Viana con signos de santidad, pero que se ha de identificar con San Sebastián. En el citado retablo de Cintruénigo, del último tercio del siglo XV, aparecía también como caballero. En Artajona se encuentra una escultura de los inicios del siglo XVI con esas mismas características.

La colección Arrese de Corella guarda una tabla procedente de Vierlas (Zaragoza) de comienzos del siglo XVI, en la que viste ricamente y se adorna con una doble cadena que pende sobre su pecho, portando un enorme arco y una flecha, cual doncel preparado para la caza. La pieza se relaciona con obras aragonesas del momento.

 

En las artes suntuarias

Medallas, estampas, escapularios, pinjantes y relicarios con su imagen cooperaron asimismo, desde las artes suntuarias, a fomentar su devoción y culto. En diversas colecciones navarras se conservan piezas reseñables. Las Agustinas Recoletas guardan un relicario múltiple de comienzos del siglo XVIII, con su figura central en marfil, que ha sido estudiado por Pilar Andueza. Una pequeña escultura de coral siciliano sobre peana de filigrana plata, de la primera mitad del siglo XVII, ha sido publicada por Ignacio Miguéliz y un esmalte en forma de corazón de fines de la citada centuria resulta de especial singularidad, destacando la viveza de su colorido.

En cuanto a los relicarios argénteos, destaca el de tipo romano de Sangüesa, que envió don Fermín de Lubián, hijo de la ciudad  y prior de la catedral de Pamplona, en 1759. Entre las estampas devocionales hay que citar una del santo de Tafalla tocado con yelmo y rodeado de arreos militares, de comienzos del siglo XVIII.